Utopía hecha realidad

Comparte

Morelia / Acueducto

Hablar de “Tata Vasco”, como los purépechas nombraron a Don Vasco de Quiroga, es hablar de un legado humanista que celebró la vida uniendo pueblos y fortaleciendo la riqueza cultural de su gente.

Hace 500 años que Don Vasco de Quiroga llegó a tierras michoacanas, fuera de comportase como un conquistador empleó otros recursos para crear una rica tradición cultural fruto del mestizaje entre dos mundos.

Inspirado en La Utopía de Tomás Moro, obra escrita en 1516, propuso una concepción social revolucionaria basada en los ideales del humanismo de justicia y dignidad. Se produjo una simbiosis entre el extranjero de las ideas y el pueblo que las hizo suyas, y que las proyectó haciendo realidad la Utopía.

Obispo, humanista, juez, maestro, urbanista y padre espiritual, el legado del Tata Vasco perdura. Don Vasco de Quiroga se inspiró en la Utopía para impulsar sus pueblos-hospital, un nuevo modelo de sociedad más justo y sostenible.

Don Vasco comprende muy pronto dos principios que convertirá en pilares. Primero, la sociedad nueva debe erigirse sobre la justicia social. Segundo, los dos mundos que se han encontrado no pueden vivir aislados. Sentando las bases del México mestizo, Don Vasco plantea sus proyectos para que ambos pueblos encuentren espacios de convivencia e integración.

Cuando diseña Pátzcuaro confía en que la población española y la indígena se vayan fusionando con lentitud. Es cierto, las mantuvo separadas —en el casco urbano la primera y la segunda distribuida en barrios y pueblos en torno a la ribera del lago—, como lo prescribía la legislación vigente. Pero su propósito era claro: un proyecto de “ciudad sobre sesenta mil vecinos”, que estuviera bien “regida y gobernada en todo como si fue una sola familia, así en lo espiritual como en lo temporal”.

Los pueblos purépechas ya trabajaban la madera, el barro, el metal y los textiles. La influencia decisiva de Don Vasco convirtió las tareas propias de la supervivencia en profesiones, introduciendo técnicas nuevas que perfeccionaron los talleres. Su gran visión fue especializar a cada comunidad en un trabajo específico. Los oficios fomentaban el comercio y el intercambio, y con esa riqueza floreció el nuevo mundo soñado. Tejedores, alfareros, carpinteros, artistas del metal y de la pintura.

Vasco de Quiroga fue extremadamente tolerante con las creencias de los indios. Es verdad que se propuso desterrar la idolatría, pero siempre a través de la persuasión. Su intervención personal hizo que en Michoacán el cristianismo no reemplazase a la religión autóctona. Una y otra religiones se complementaron derivando en formas sincréticas, por ejemplo, las formas privadas indígenas de venerar la naturaleza (angamucúracha), los mensajeros de los dioses (curita-caheri) y los dioses familiares domésticos se transformaron en el culto católico en santos y ángeles.

Don Vasco impulsa colegios, centros de conocimiento y de convivencia. La educación se abre al indígena. Primero se instala en Michoacán otra orden mendicante, los agustinos, para fundar auténticos templos del saber, como Cuitzeo y Tiripetío. Después llegarán los Jesuitas, la élite intelectual del cristianismo. El compromiso con el conocimiento de Don Vasco se expresa perfectamente en el Colegio de San Nicolás de Pátzcuaro, fundado en 1540. Incluso el Rey Carlos V lo reconocía desde 1543, cuando declaraba que “don Vasco ha dado pasos importantes para establecer un colegio donde los hijos de los españoles, legítimos y mestizos, y algunos indios, por ser lenguas, aprendan gramática y juntamente el castellano, cosa muy útil y necesaria”.