Una hermosa mañana en el IEM

Imagen: Especial
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Morelia/Bernardino Rangel

Amaneció luminoso. En el jardín del Instituto Electoral de Michoacán el sol mantiene encendido el pasto verde. Se oyen los pájaros, brillan las flores. Pienso que será la calma que precede a la tormenta porque en dos semanas, este lugar oscurecerá y será el centro de recios combates, un cuarto de máquinas a todo vapor con funcionarios sin dormir por los pasillos y zombis partidistas que pepenarán cifras y datos para saber cómo será el futuro. Dentro de estas paredes sucederá la vorágine. Pero hoy, la gente camina calma con el café en la mano. Aún sonríen.

A las diez se ha citado a sesión extraordinaria para desahogar cinco puntos. El principal, la sustitución de un candidato asesinado, el de Morena, a la alcaldía de Yurécuaro. Una mañana soleada para darle cerrojazo a la muerte, el punto número dos en la orden del día. Así es aquí en Michoacán, aún y con los cuarenta y tres muertos del viernes, las mañanas son hermosas.

Las nueve cuarenta y cinco. El salón de sesiones está completamente vacío y en el estacionamiento aún quedan buenos lugares. Sobre las largas mesas se han dispuestos viandas matutinas al lado de los logotipos de plástico que señalan nombres y partidos políticos. Fruta, jugos, agua y papeles para cada uno de los consejeros y representantes. Todo fresco.

Poco a poco va llegando la gente. Un camarógrafo acomoda su tripié, las edecanes recorren el salón cazando detalles que atrapan y sacan con cuidado a donde nadie les vea. El primer traje con corbata que aparece es el del Consejero Jaime Rivera, le sigue el del secretario de la mesa y luego el de un señor que se toma el tiempo de saludarnos de mano a los pocos madrugadores que ya estamos. Buenos días. Buenos días. ¿Y ése quién es? –pregunto– “El Presidente”, me responde una señora elegante que toma una silla a mi lado. “Pues no le conocía”. Sonríe, sonrío, y me fugo a mirar el reloj digital que cuelga de una de las paredes: las nueve con cincuenta y siete.

En una de las esquinas del salón, adornada con edecanes y jugos naranjas y amarillos hay una especie de fuente de sodas a la que la gente se acerca cual fogata matutina. Mientras, los encargados de Comunicación Social reparten la orden del día y los proyectos de acuerdo para los espectadores que van colmando las sillas. Llegan los representantes, más reporteros se acomodan, se prueba el micrófono… ya casi. Queda tiempo para pensar en lo desgarbado de estas instalaciones. No hay que ser arquitecto para entender que esta construcción quiso ser otra cosa. Quizá un salón de fiestas, o un enorme restaurante al que se le han incrustado separaciones de tablaroca para lograr oficinas, o ni oficinas, apenas cubículos donde pueda trabajar un pequeño ejército.

Diez y cinco de la mañana. Ya con todos en sus puestos, en el paisaje de la mesa oficial brota una curiosidad: los elegantes son los Consejeros. Riguroso traje y corbata para los caballeros. Sobrios y cuidados atuendos para las damas. El resto, representantes de partidos, lucen ocasionales. Como de viernes informal. Sólo el del PRI lleva corbata y los otros transitan de la gamuza a la camisa con el logotipo bordado de su candidato. Una voz aparece en las bocinas. Es el señor secretario que saluda a la concurrencia y da por iniciada la sesión. Los representantes de Encuentro Social y Movimiento Ciudadano se clavan en sus celulares.

Respaldado por un enorme cartel blanco que dice IEM sobre el que vigilan los rostros pintados de Cárdenas, Morelos y Ocampo, el señor secretario comienza a pasar lista de los presentes. Cuando termina, como si quisiera romper un record de lectura veloz, lee los puntos de la orden del día. Arrastra frases y palabras por las cuatro esquinas del salón: “Sírvansetomarnota… sesolicitadispensa… relativoalasactas… guióndieciocho… diagonal… CGXT… dosmilquince… señorpresidente… proyectodeacuerdo…” El que entendió, entendió. Nadie se inmuta. El representante de Movimiento Ciudadano ataca sonriendo el teclado de su celular, el de Nueva Alianza lo limpia, la del Partido del Trabajo le hace señas a alguien tras las cámaras. Toma la palabra el Presidente. La mayoría voltea seriamente hacia la pared. “Solicito dispensa… IEM guion CG guion… diecinueve… acta de sesión…” Hay que estar entrenado para entender este vaivén.

Han pasado diez minutos y el rumor de la sala aumenta mientras el señor secretario –que ha de ser muy bueno para dormir a los niños– continúa hablando robóticamente. Parece haber un acuerdo: él no atiende a la sala, y la sala no lo atiende a él. El representante del Partido Humanista saluda a alguien que va entrando. Los del PAN y el PRD cuchichean entre sí, sonríen. Como un zumbido, el señor secretario pregunta: ¿A favor? Todos los consejeros levantan la mano. “Aprobadoporunanimidad”. Hay que estar entrenado para entender este vaivén. Los puntos de la orden del día fluyen como el agua. No hay visos de discordia ni enfrentamientos. Faltan quince días para las elecciones, y no, los nudos no están aquí.

De repente me doy cuenta que algo concluye. En ese momento no entiendo qué, pero es obvio que el Presidente termina una frase con entonación de despedida. Fue la sesión. Al minuto treinta y dos, se han agotado los temas de manera expedita. Es momento de pasar la palabra a los partidos… ¿Nadie? La representante del PT dice algo. No mucho. Una acotación sobre la distribución de la papelería. El Presidente contesta sin problemas. Todos contentos, salvo yo que empezaba a entender lo que decía el señor secretario. Se levanta la reunión y la mayor parte de los jugos quedan llenos sobre la mesa. Una sesión que no concuerda con la humareda de guerra que acontece afuera.

Quizá percibiendo mi desconcierto, la señora elegante a mi lado, me explica: es que ya todo lo traen planchado, por eso lo sacan rápido. “Ah… con razón”. Los reporteros se lanzan sobre el espacio que hay entre las mesas. Medio se empujan. Forman una pared que por sus rendijas deja ver el rostro iluminado del señor Presidente opinando para sus micrófonos. El resto del salón enfila hacia la puerta.

Despacio, cuidando no tropezar con algo o con alguien, el representante de Movimiento Ciudadano, camina concentrado en su celular. Va sonriendo.

Afuera sigue soleado… como la calma que precede a la tormenta.