Noche de Muertos en Michoacán…

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Morelia/Redacción

Nuestra tradición de conmemorar a los muertos, es una de las más entrañables y difundidas en nuestro país. Tiene un carácter eminentemente religioso que no sólo tiene fundamentos cristianos tomados de la costumbre de “honrar a los fieles difuntos”, sino que conserva muchas de las características del ritual funerario practicado por nuestros antepasados prehispánicos.

En Michoacán, la conmemoración del Día de Muertos es una tradición solemne que conserva esa genuina manifestación de profundo respeto y veneración a los seres que materialmente ya no existen y a los que, a través de la ofrenda, se rinde tributo.

El ritual de velación que llevan a cabo muchas de nuestras comunidades indígenas de la región del Lago de Pátzcuaro ha tenido profunda raigambre, y se ha realizado desde épocas ancestrales. Los actuales pobladores siguen manteniendo con modalidades y ritos muy similares en lo fundamental, pero con variantes de acuerdo a sus propias creencias y costumbres.

Con la llegada de los españoles, cuya conquista se fundamentó en la evangelización; los religiosos buscaron de inmediato la destrucción de las antiguas creencias y sus prácticas, consideradas “idolátricas”. Así, las deidades de la muerte fueron destruidas, no así el culto a los muertos que conjuntó los conceptos y prácticas que ambas culturas tenían.

Costumbres y ritos católicos funerarios en el momento de la muerte y horas anuales a los difuntos fueron fácilmente aceptados por los pueblos precolombinos ya que, en cierta manera, coincidían con los antiguos hábitos.

Según se sabe, la iglesia estableció la conmemoración de difuntos para el día 2 de noviembre. Se dice que fue el benedictino San Odilón, Abad de Cluny, quien hacia 1049, a través de su revelación, fija esta fecha para dedicarla a las “ánimas del purgatorio”, lo cual fue apoyado por los pontífices, generalizándose la fecha para tal fin.

El ritual católico para celebrar a los muertos, desde San Odilón, consistía en la celebración de misas, sufragios, oraciones de diversos tipos, responsos, limosnas y oblaciones, por ser las plegarias las formas activas que tenían los vivos para ayudar a los muertos.

Por otra parte, las ideas cristianas del cielo y el infierno, la resurrección del cuerpo y la inmortalidad del alma, penetraron en el mundo indígena más que con las prédicas, a través del arte. El teatro, la escultura, la pintura y la música fueron los
medios más eficaces de que se valieron los evangelizadores para cumplir su misión. Así encontraremos en la decoración de capillas y templos de las comunidades indígenas muestras iconográficas que aluden a estos temas, uno muy representado en los primeros tiempos de la Colonia fue el Infierno y sus abrazadoras llamas que consumen a las almas pecadoras; el fin: enseñar el temor a Dios y salvar las almas de cometer pecados capitales.

A las creencias religiosas se incorporaron las costumbres populares usuales en España, donde también se hacían ofrendas: se adornaban las tumbas con flores y se ofrecían alimentos; incluso, se preparaba un pan especial “el pan de ánimas”; se alumbraba a los muertos con lámparas de aceite y se hacían oraciones como parte de los actos religiosos. Los alimentos preparados pan, buñuelos y otros, se comían una vez concluida la celebración.

Así, las costumbres indígenas se entrelazaron con las influencias del Viejo Mundo para formar una tradición mexicana.

De los rituales practicados con este motivo, el más difundido, sin duda, fue y ha sido hasta nuestros días, la visita a los cementerios; pero también se colocaban altares en los hogares donde se ponía agua, velas o veladoras, flores y algunos alimentos, de acuerdo a lo que producía cada región y a los platillos de la preferencia del difunto.

– Las ofrendas
En nuestros días, la conmemoración del día de muertos conserva esa carga significativa, religiosa y popular que sigue rindiendo tributo a los ya idos, en un ambiente de duelo y de fiesta, de tristeza y de algarabía, porque pervive la creencia en la continuidad de la vida después de la muerte, de que las almas de los muertos viajan y se comunican con los vivos; la incertidumbre acerca del destino de las almas provocada por la certeza del juicio final que enviará a los espíritus al cielo, al infierno, al purgatorio o al limbo, siguen siendo el sustento y razón de ser de los rituales funerarios.

En Michoacán, las celebraciones comienzan desde el 31 de octubre, con la cacería del pato, actividad a punto de desaparecer por la escasez de palmípedos, pero que aún se efectúa, a la que sigue la colocación del altar de “angelitos”, el día 1º de noviembre, para concluir con las honras a los difuntos el día 2.

Estos rituales se llevan a cabo principalmente en la región lacustre del lago de Pátzcuaro y algunas otras comunidades p’urhepechas.

-La cacería del pato (Kuirisi-Atakua)

Todavía hace algunas décadas era practicada esta actividad por muchos de los pueblos aledaños al lago de Pátzcuaro, la cual era todo un espectáculo; ver a los cazadores que salían desde los diferentes puntos cardinales, en sus tradicionales
canoas, en busca de ánades. Los más diestros los cazaban al vuelo y otros en sus escondites naturales. Hoy día esta práctica sólo se conserva en algunos lugares como Janitzio.

Desde horas tempranas del día 31 da inicio la cacería del pato, el cual servirá para preparar algunas viandas que se han de ofrecer a los difuntos durante los días posteriores. Un buen número de cazadores provistos de sus fisgas-arpón o lanza,
armadas con carrizo y disparadas por medio de un tirador, que sirve para dar mayor alcance al brazo y algunas armas de fuego.

Se reúnen por comunidades y acuerdan salir, a una hora determinada, a la cacería que no sólo se practica con fines ceremoniales, sino también deportivos.

– Reunión y ofrenda (Teruscan y campaneri)

Parte de las ceremonias que se efectúan para estos días, es la reunión y ofrenda colectiva organizada por los jóvenes p’urhepechas; es como una especie de “rapiña” permitida y apoyada por las autoridades de la comunidad.

Anteriormente esta tradición la llevaban a cabo varios de los pueblos ribereños, ahora está a punto de desaparecer.

El juego da inicio la noche del día 1º de noviembre, cuando los jóvenes del poblado, acompañados de su pisote (guía), nombrado en cada pueblo el 19 de marzo y cuya función era coordinar los festejos religiosos y populares, celebraban el teruscan, -especie de hurto aprobado-, para lo cual toman, a escondidas de los ekuaros (corrales) o de los techos de las casas, mazorcas de maíz, chayotes, calabazas, flores y otros productos de las recientes cosechas.

Los adultos esperaban lo recolectado, en el atrio de la iglesia o en la casa comunal o huatápera, lo que era cocido en un perol propiedad de la comunidad, aparte de servir de ofrenda para aquellos difuntos que ya no tienen quien los recuerde o simplemente que los han olvidado, era distribuido entre los asistentes a la velación.

La ofrenda de los frutos de la cosecha la recolectaban el día 2 por la mañana, cuando salían a pregonar por las calles del pueblo la campaneri, que es una donación. El producto así obtenido se entregaba al cura del lugar, que decía responsos en el templo la tarde de ese mismo día.

– Velación de angelitos (Kejtzitakua zapicheri)

Para el día 1º de noviembre se ponen ofrendas y altares a los “angelitos”, o muertos chiquitos que han dejado el mundo de los vivos. Si es su primera ofrenda, el padrino de bautizo lleva un arco, el cual será arreglado con flor de cempoalxóchitl o tiringuini-tzitziqui (en p’urhepecha, flor amarilla) y flor de ánima, propias de esta época; asimismo, lleva dulces de azúcar con figura de ángel o de animalitos, juguetes e inclusive ropa, como parte de la ofrenda.

La preparación de la ofrenda en la que toda la familia interviene, es anunciada con cohetes, al igual que durante el recorrido de su casa, a la de los papás del ahijado. En el trayecto van cantando alabanzas y rezando; mientras, en el hogar del pequeño difunto, los padres han dispuesto el altar donde se colocará la ofrenda y han preparado platillos de la cocina tradicional, como pozole, nacatamales y atole, entre otros, que se invitarán a los que llegan.

La mañana del día 1º, muy temprano, los papás y padrinos del niño se dirigen al panteón a llevar la ofrenda. En la tumba permanecen entre las 5:00 y las 9:00 horas, tiempo en el que encienden velas como un recordatorio de la luz de Cristo y le tributan lo que le han llevado en su ofrenda.

Las ofrendas de “angelitos” es una tradición que llevan a cabo todos los pueblos ribereños del lago de Pátzcuaro y de la Meseta P’urhepecha con algunas variantes. En la isla de Janitzio, por ejemplo, la celebración se hace en el atrio del templo, el día 1º, por la mañana ( de 7:00 a 10:00 horas), lugar donde acuden las madres y hermanos de los niños; y en sus tumbas crean bellos adornos con flores, con juguetes de madera, tule y paja. Los regalos que no se les hicieron en vida
adornarán su altar en la velación.

En Huecorio, a los niños se les recuerda en sus casas, con la colocación de altares el día último de octubre por la noche; sus ofrendas serán vistosamente adornadas con dulces, pan, juguetes de madera de Tócuaro, de barro de Ocumicho, así como ropa que los padres han traído de Pátzcuaro.

-La Velación de los Muertos

En diferentes lugares de la región del Lago de Pátzcuaro. (animecha kejtzitakua).

Como ya dijimos, el día 2 de noviembre la ofrenda está dedicada a los difuntos grandes o adultos. La velación comienza la noche del día primero con la preparación de las ofrendas que se han de colocar en las tumbas o en los altares familiares y concluye ya entrada la mañana del día 2. Para los muertos recientes, es decir los de primera ofrenda, las honras empiezan con el novenario, que inicia nueve días antes, haciendo coincidir el último día con el de muertos; familiares y amigos allí reunidos rezan el rosario y piden por el eterno descanso del alma del difunto.

Concluidas las actividades en la casa, salen con la ofreda hacia el cementerio, donde habrán de permanecer hasta el amanecer, al igual que los demás habitantes de la localidad que ofrendaron a sus deudos. Durante la velación acostumbran intercambiar las ofrendas con las personas cercanas o conocidas, como una forma de no regresar las mismas cosas a sus hogares.

En los sepulcros se colocan arcos de varas entrelazadas, arreglados con flores amarillas de cempoalxóchitl, de los que prenden frutas como plátanos, naranjas, limas, jícamas y panes en forma de animales o de rosca cubiertos con gránulos de
azúcar pigmentada en color rosa, así como figurillas de azúcar en formas diversas. Las tumbas son cubiertas con servilletas bordadas y sobre ellas ponen cazuelas, jarros y canastas con la comida que fuera del gusto del difunto y las velas que guiarán el camino de los muertos.

El altar familiar, que se coloca en los hogares, se compone según la costumbre de cada lugar, instalándose imágenes religiosas, fotografías de los familiares que han dejado este mundo; en ocasiones, ropa y objetos personales o de trabajo, para evocar su presencia; se encienden velas alrededor de una cruz de pétalos de flor de cempoalxochitl, las cuales deberán permanecer encendidas, ya que ésta les servirán de guías a los muertos. Asimismo se disponen, en floreros de barro negro, que es la cerámica utilizada con fines ceremoniales, ramos de flor amarilla y de anima, y pequeños sahumerios del mismo material, con oloroso y humeante copal. Los alimentos son variados: frutas y vegetales, pan, atados de maíz, generalmente de color, dulces de azúcar de formas diversas; sin faltar los vasos con agua para las ánimas que llegan sedientas y los recipientes con sal, a la que se atribuye múltiples significados, para algunos representa el sudor, para otros es ofrenda a la tierra; hay quienes la identifican con la sal del bautismo o evocación de que sirve para evitar la corrupción de los cuerpos.

Un camino de pétalos de flor de cempoalxóchitl, dispuesto desde la puerta de entrada, hasta el altar conducirá a las ánimas hasta la ofrenda.

Texto y fotos estraídas del Facebook de Pátzcuaro