La fe, cuando las encuestas no alcanzan

Imagen: Sergio Pimentel
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Morelia/Bernardino Rangel

El inmaculado orden panista. En lo abrasivo de la contienda, sus eventos se distinguen por la tersura. Su cierre de campaña por la gubernatura de Michoacán de este 2015, reduce al mínimo el riesgo de desfiguros. Son la organización y el cronómetro.

A cada migaja de la estructura se le ha designado una mínima tarea, y el sistema, conjuntado, funciona como la maquinaria del reloj. Nada que ver con la espontaneidad suicida de los rojos y los amarillos. A los azules, los distingue el orden y la disciplina.

Al entrar al Palacio del Arte, un joven te da la bienvenida. Cinco pasos más adelante, recibes una calcomanía para tu celular; dos más, una bolsa para el mandado rellena con botella de agua, volante con las propuestas de gobierno y un oxímoron tortillero que dice PAN.

En el ingreso al graderío, una amable señorita uniformada te coloca una pulsera publicitaria y te indica dónde puedes sentarte. Apenas te acomodas en tu asiento, otro muchacho pone en tus manos una bandera blanca con el logotipo oficial de la candidata. ¡Guau! La logística, hasta aquí, es digna de un estadio europeo.

Tanta cordialidad me distrae de darme cuenta que asisto involuntariamente al primer concierto de banda de mi vida. Está tocando una desafinada agrupación de La Piedad que ha venido (como debe ser) a reventarle los tímpanos a la gente en apoyo a la candidata.

Eso les gusta, eso se les da. Aún es temprano y ya hierve el ambiente. La concurrencia está contenta y brinque y brinque. Se olvidan de su posición en las encuestas y bailan en las tribunas.

“¿Quieres playera?” Asiento con la cabeza. “¿Cuántas?” Levanto el dedo. Siempre se necesitan trapos en la cocina.

Dos poderosos maestros de ceremonias mantienen a la militancia a punto de turrón. Saltan de un lado al otro del escenario en forma de cruz montado al centro de la taurina arena y en un clímax de alaridos, dan la señal al diyei para que empiece la pista orgullo de la campaña, el mejor jingle electoral de la competencia, el número uno del top-ten de esta campaña: un cover del éxito juangabrielino, Vamos al Noa-Noaadaptado al apodo de Luisa María Calderón: Cocoa…

(Cántese con la tonada del “Noa-Noa”)

Toodos con la Co-coa

La Co-coa

La Co-coa

La Co-coa…

Genial. Mis respetos.

Casi se ha llenado la tribuna de la plaza de toros. Lentamente se agotan los huecos y el ambiente parece el de un partido de la selección. Entonces, uno de los animadores suelta una bomba que, por sí sola, vale la desmañada dominical:

“¡Con ustedes… la internacional, la exitosa… Sonora Diiii-naaaa-mi-taaa!”. Otra vez, guau. La plaza toda aumenta sus decibeles, corea y baila como adorando al dios del triunfo. Esto es un mitin serio. No como el de ayer del PRI.

Las sillas en el ruedo son para la gente bonita. Contradiciendo a Mariano Azuela, aquí, los de abajo, son los privilegiados, pero eso no les importa a los que fueron traídos en autobuses desde los pueblos alrededor de Morelia. Arriba está el ambiente y se escucha menos fuerte.

(Un paréntesis. La Secretaría de Salud tendría que supervisar el nivel del sonido de los altavoces en los eventos políticos. ¿Habrá quién se haya preguntado por qué lloran tantos niños?)

La Sonora truena a todo lo que da y mueve al público al ritmo de sus éxitos, pero a mitad de la tercera canción, la atención se desvía del escenario. Por la puerta que salen los toros, llegan los candidatos al centro de un cauce de reporteros. Partiendo plaza, el ex Presidente de la República, Felipe Caderón con su señora esposa flanqueando a la primera figura y candidata a la gubernatura. Detrás de ellos, el experimentado torero y presidente nacional del partido, Gustavo Madero; el joven novillero, Marko Cortés, y el debutante, Nacho Alvarado que ha robado la alternativa en esta elección. Más atrás, el resto del cartel conformado por los candidatos a diputados y amigos que le acompañan.

Como forcados, los camarógrafos saltan al escenario a  mitad de la canción para conseguir el mejor ángulo en sus fotos. Pasan entre los cables y micrófonos de los desconcertados músicos que voltean discretamente a ver quién les ha robado el protagonismo.

Ni modo, no es personal, pero esto no es un concierto. La vocalista enfurece dentro de su elegante atavío.  Acerca el micrófono a los invasores del escenario para que canten con ella. No quieren, no se la saben, no interrumpas, les mueves la foto.

La cantante se crece al castigo y baila sensualmente detrás de ellos. El público silba. La faena cuerpo a cuerpo se alarga una canción más, hasta que los camarógrafos que nos echaron a perder el concierto, se bajan del escenario. Ya sacaron la chamba.

Termina la primera parte del show y comienza la segunda. La plana mayor panista sube al escenario para ser presentada como estrellas de telenovela. Cualquier parecido con la realidad puede ser real.

Ovaciones para todos, pero la masa corea espontáneamente dos nombres: “¡Fe-li-pe! ¡Margariiii- ta!” La pareja da un paso al frente, saluda y manda besos al respetable. El aplausómetro continúa con cada uno de los candidatos. Felipe aplaude a su hermana, y ella al suyo. La pasarela concluye con un grito unísono de la plaza: ¡Co-co-a! ¡Co-co-a! Revolotean las banderas blancas como parvada de garzas en el pequeño coliseo.

-“¿De dónde vienes?”

– “De Tarímbaro”

– “¿Viniste solo?”

– “No, nos trajo el candidato. Venimos por lo del agua”

Comienza oficialmente la corrida. El primer toro de la tarde es el presidente michoacano del partido. Salió bravo y se desgañita al micrófono. Grita tanto que se le rompe la voz al final de las frases. Su beat recuerda al priísmo. No le hace justicia a la pulida tradición oratoria del panismo. Apenas lleva dos minutos y ya se extraña la música.

Sin temor al ridículo, al segundo toro es presentado como “el próximo Presidente Municipal de Morelia”, pero él brinca al ruedo como si no se lo creyera. Serio, propositivo, ecualizado… y sin carisma. Un fracaso. Su voz no irradia la emoción del momento. La gente se agüita.

Hasta aquí, involuntariamente, los líderes panistas han invocado un fantasma con sus palabras: “Vamos mal. No ganaremos”. Le suplican a la concurrencia que redoblen el esfuerzo, que convenzan a la gente, que regalen más noches y días porque, ya se sabe: caballo que alcanza, gana. No, pues. Tan bonito que parecía todo.

Uno a uno, la primera plana  diluye el entusiasmo previo que había emergido de la música. Hasta que aparece Felipe Calderón, ese domador de toros bravos como, Obrador.

El maestro de ceremonias lo presenta con la misma efusividad con la que presentaría a Luis Miguel. El ex Presidente toma el micrófono consciente de su papel y no decepciona. Su oratoria es clara y emotiva.

Conoce a la afición, saca las tablas, prestidigita. Recordando sus mejores tiempos se lanza contra el PRD. Está excitado. Emociona al público, toma agua, avienta los brazos y da nombres y hasta cifras.

Su retórica avasalla. Volteo a ver a la gente y no encuentro quién (ni militancia, ni invitados, ni reporteros) no esté atento a sus palabras. Felipe hace bien aquello a lo que la sangre le llama: banderillar a Silvano y a Chon. Acusa a sus partidos de corruptos y los remata poniendo pruebas sobre el escenario. Se lleva la tarde. El público le concede orejas y rabo agitando sus banderas como pañuelos blancos en la plaza.

Le sigue en el escenario uno de sus más temidos enemigos: Gustavo Madero, quien, papel en mano, demuestra que lo suyo es la intriga borgiana y no la palabra. No pasa nada. Otra tarde en la oficina.

Sólo fue el preámbulo aburrido para que aparezca el último toro de la tarde, presentado como la hermana mayor de Felipe, aquella que le enseñó todo lo que sabe. Sin querer, imagino las comidas dominicales en aquella casa. Luisa María Calderón salta al ruedo en medio de un denso griterío y ruido de matracas.

Agigantada por las bocinas, su voz lastima los oídos. El chillido rebota en el domo que por techo tiene el Palacio. Su garganta exhibe el desgaste de la campaña, no la obedece y se dobla, rechina y rasga al final de las palabras.

Su discurso ha sido, por mucho, el mejor de los contrincantes a la gubernatura y en esta última salida, apela a temas sensibles: corrupción, generosidad, entrega, la vida misma. Pero parece tarde para más allá de esta militancia a la que ni la fidelidad, le evita mostrar síntomas de cansancio.

El tedio y las sillas vacías van apareciendo en las gradas. Un muchacho de chaleco ofrece más playeras que ya nadie acepta. La fiesta viene a menos. Cocoa termina y aparece la música para acompañar la despedida. La campaña ha terminado con un exitoso cierre que sabe Dios para qué sirva en el juego de las urnas y la propaganda. Por las dudas, ahí está: una lidia limpia y organizada.

Al final, no se llenaron todas las butacas y el que salió en hombros fue San Judas Tadeo vestido de luces, rosario y playera del PAN. Su efigie da la vuelta al ruedo y la gente se acerca para tocarlo. Quedan los milagros del santito, cuando las encuestas no alcanzan.