Algo le ha fallado a la maquinaria

Imagen: Sergio Pimentel
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Morelia/Bernardino Rangel

Esto es nuevo para mí. El PRI hace un cierre de campaña y la plaza está a medias. Huecos por todas partes, gradas incompletas, espacios para caminar justo al centro del cuadrado. Será  un espejismo. Como el de aquellos días en que académicos y analistas decretaron muerto al partido. Lo predijo, Monterroso: resucitará a pesar de que lo piensen extinto.

Pero sí, esta plaza no corresponde con la memoria del protocolo priista ¿Algo se ha atrofiado en la despiadada maquinaria michoacana? En el camino no vi un solo autobús y aquí no se mira el músculo ostentoso que se supone debe aparecer en estos momentos para apretar el imaginario de los electores. No se respira la victoria. Huele a incertidumbre. Sólo el templete está repleto.

El sonido exagerado del sonido intenta llenar el incómodo vacío. Ni el sol vino.

Me alejo del ruido inmisericorde de las bocinas y me subo en la última grada. Está vacía. Los pocos que la ocupan parecen ser turistas descansando. Desde la parte más alta veo mejor: la capa de sombreros, banderas, mantas y sombrillas, sólo ha logrado cubrir  la longitud de la mitad de los portales. Ni una cuadra siquiera. A mi lado, un viejo de sombrero, cómodamente sentado, con su playera de Chon Orihuela entre las piernas, se come su nieve distraído. “Re poquita gente” le digo. “Sí pues, ora está triste”.

Del escenario nace un pasillo que se interna entre la multitud más compacta. El maestro de ceremonias lo recorre como estrella de rock y de grito en grito se bate para animar el ambiente: “¡Vamos a ganar! ¡Vamos a ganar!”. Los que están al frente lo siguen, los de atrás, más como espectadores que como bases educadas, apenas alzan y mueven un poco las banderas.

Comienza a llover la historia retórica del país. Frases que han sobrevivido como cucarachas sociales aparecen por todos los rincones de la plaza: “¡Vivan las mujeres!” “La ciudad de la cantera rosa” “Todo Michoacán votará por Chon” “El Pueblo está con el PRI” “El triunfo será de todos”. Cómo no recordar la infancia.

César Camacho Quiroz, líder nacional del partido, grita al micrófono un discurso del que ya nadie se acuerda. Menciona 12 veces la palabravictoria, 14 pueblo y 7 cambio. La imaginación no parece ser un recurso en el lenguaje de la Revolución Institucionalizada. Sólo párrafos grises y gastados que funcionan para un pueblo que aplaude, como hace diez, treinta, noventa años. Termina con una frase, que de ser cierta, sería una pista de nuestras desgracias: “Ustedes son un ejemplo del priísmo en el país”.  Se estará burlando.

En el templete de prensa no cabe una cámara más. A su alrededor es donde quedó mejor pintado el paisaje de los eventos priístas. Ahí se levantan los carteles de la CROC, la COR, los transportistas, el Movimiento Territorial, la juventud institucionalizada y los campesinos.  Los alfiles de siempre. Como en los setenta, pero en poquito.

Sin tiempo para escuchar las intervenciones de los oradores, un líder impuntual acomoda a su tropa. “Tu aquí, tú acá, tú vete por dos charolas de agua a la camioneta”. Un niño llora en brazos de su madre que no cae en cuenta de lo cerca que estamos del golpeo inclemente de las bocinas, cruel, hasta para un mitin como éste.

Algo asoma de estos tiempos. En las jerarquías partidarias, no es lo mismo traer el logotipo impreso en una playera que bordado en un chaleco o camisa. Los dirigentes lo saben y no fallan en el atuendo. Con sus blasones, que anuncian simbólicamente la posibilidad de un puesto en el próximo gobierno, se pasean entre la gente. Son más altos, huelen mejor y sus acompañantes calzan enormes tacones en vez de huaraches. Ellos no repiten las consignas que se arengan desde el escenario. Checan su celular, sonríen, saludan a sus iguales. El maestro de ceremonias pide un aplauso para el candidato que está a punto de hablar a la concurrencia. Aparece la ovación. “Aplaude mensa” le dice una mujer a otra, azuzándole con una palmada en la espalda.

Chon Orihuela toma la palabra. Comienza saludando a todos los que le han puesto en esta “senda de la victoria”. A los excelentes candidatos que le acompañan, a las personalidades priístas que han venido desde la Capital, a los ex gobernadores, y, como ordena el manual actualizado de buenas costumbres políticas, a su familia. Recargado sobre un estrado lee lo que trae preparado y su imagen se triplica en las gigantes pantallas distribuidas en la avenida. Su voz rebota en los añejos edificios que habrán escuchado tantas veces las mismas palabras.

Cumplida su tarea de aplaudir, el Pueblo se concentra en otras cosas. ¡Ahí va el drón! La gente se emociona cuando la cámara pasa por encima de ellos. Le gritan, la saludan con las manos. Mientras el candidato habla, es momento para una selfie, para un tepache o unas habas. A la mitad del discurso, a un líder se le ocurre abrir la caja con las gorras. Como palomas, la gente corre y se arremolina en torno suyo. “Córrele que están dando algo”.

En este mitin, algo se le ha desajustado a la maquinaria.

Camino. Recorro la entraña de la masa. El candidato habla mientras por aquí ensaya una batucada,  por allá un niño acaricia un gallo y algunos ya se van con sus banderas por una de las calles que desemboca en la plaza. El discurso flota un poco sobre nosotros y cae marchito sobre el asfalto. Detrás del escenario hay un estacionamiento de enormes camionetas blancas, plateadas o tapizadas con la propaganda de otros aspirantes. El candidato habla, pero nadie escucha nada. Hasta en el templete, se muestran distraídos. Quizá ellos alcanzan a ver que el mitin que esperaban, no ha venido. ¿No alcanzó para los camiones? ¿Cambió la estrategia? ¿El daño es irreparable? ¿Quién pagará por esto?

En un Centro Histórico cada vez más desangelado, Chon concluye su discurso con un broche de corcholata: “Amigos y amigas, este triunfo no lo detiene nadie…” Se baja rápido, se encierra en su camioneta y evade a los reporteros.

Les queda la esperanza de que en esta elección funcione aquella frase de Fernández de Cevallos: Las plazas no votan.