Morelia/Samuel Ponce Morales
No son demasiados, pero tampoco una minoría, eso si no pueden pasar desapercibidos, su indumentaria ancestral los delata, más en el “corazón” de la capital michoacana, en estos tiempos aun de asueto.
Se esparcen entre los majestuosos edificios coloniales del Palacio de Gobierno y la Catedral de Morelia; ahí están protestando con sentimiento, con coraje elevado al cubo, a un año de la muerte de cuatro de sus compañeros.
Y, no solo conmemoran esa fecha con una marcha y un mitin con mensajes llenos de sentimiento, sino que a la vez hacen poses encendido del fuego purépecha, del redoble de los pequeños tambores y de un emerger poético.
Abajo del templete, atrás del templete, hablan dos integrantes del Consejo de la comunidad, Simón y Alejandro, el primero tranquilo, mesurado, el segundo enojado, casi queriendo gritar, casi mentando madres.
Simón lamenta que el gobierno michoacano no haya hecho justicia en contra de quienes “masacraron” a sus compañeros comunitarios y menos reparado el daño a las familias de las víctimas.
“Insistiremos que se haga justicia”, dice. Para él, la irrupción de la fuerza pública a la comunidad fue derivado del conflicto agrario con Capácuaro, negando que haya sido por un asunto del crimen organizado, como lo quiere ver el gobierno.
Señala la lentitud de la fiscalía del caso, pero, ataja, pese a ello, se continuará la lucha legal que podría traspasar la frontera nacional, por lo pronto, informa, se está en espera, del posicionamiento final de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH).
A diferencia de Simón, Alejandro levanta la voz y casi mienta madres; reclama el por qué la presencia de policías en su manifestación, ¿acaso el gobierno busca encabronarnos?, y a la vez pide un basta a la falta de justicia.
No lo expresa abiertamente, pero Alejandro deja entrever que si no hay justicia, no se extrañe que se busque, porque lo que les han hecho “son chingaderas” y ellos, los comuneros de Arantepacua, “tenemos corazón y coraje…”.
Y, mientras el rito, el mitin, prosigue, aquí, en el pequeño círculo de la charla periodística se logra percibir un olor a incienso que sin querer queriendo transporta a otro mundo, al de los purépechas…