Morelia/Julieta Coria
La música regional tocaba alegre para los asistentes que se encontraban a la espera, un grupo de bailarines amenizaban con su canto y su danzar bajo el intenso calor, donde todos buscaban una sombra. En el lugar aparecían poco a poco invitados con un ligero aspecto al típico terracalentano, hoy desbordaban la entrada del Centro de Convenciones y el Teatro Morelos, en fila para entrar al homenaje a Martín Urieta.
La gente en su mayoría, con la experiencia a cuestas, escondida en su arrugas, traen consigo sombreros típicos de su región y algunas sombrillas para refugiarse del sol, mientras esperan, el tema en común es Urieta y no faltó quien tarareara “acá entre nos quiero que sepas la verdad no te he dejado de adorar …”
Ya en el interior del teatro hay un ambiente de fiesta, como un domingo, o como alguien por ahí murmurara “una fiesta de abuelitos”, la gente empezaba a buscar el mejor lugar, aunque no faltó el reclamo de «siempre nos mandan hasta arriba» entre aplausos y silbidos a los más de 50 minutos de retraso del homenaje.
En el interior del teatro Morelos, había en enorme murmullo, la inquietud por la espera crecía, la gente inquieta se levanta de sus lugares una y otra vez, los aplausos son cada vez más fuerte, el bullicio retumba entre las paredes del gran teatro, los medios, en medio del murmullo de las personas al interior, y las del exterior.
Adelante los funcionarios e invitados especiales hacían lo propio, hablando al celular, conversaciones improvisadas, saludos burocráticos, a la espera, no había más, mientras una tediosa música de fondo, como de ambiente disco, se repetía una y otra vez.
El teatro no ha se llenado como se esperaba y un hombre de traje negro lanza el aviso » me quedan lugares acá abajo, por si gustan…» sin pensarlo dos veces, bajaron hombres y mujeres de lento caminar emocionados de poder estar más de cerca de Martín Urieta el gran compositor, por supuesto.
Sin avisar, una mujer vestida de rojo anuncia el arribo esperado, y como abriendo plaza, entra por un costado del teatro, detrás el séquito de funcionarios.
La gente ha dejado la molestia a un lado, al ver a Martín Urieta de traje blanco impecable, se para en el centro del escenario para escuchar la presentación oficial, lo acompaña Silvano Aureoles, Armando Manzanero, Pascual Sígala Páez, Silvia Figueroa, Julieta Bautista. El teatro no se ha llenado y así da inicio.
El homenaje fue muy similar a un programa de televisión; Marín Urieta el homenajeado se mostraba al centro del escenario con las manos vacías; al fondo, un escenario iluminado, listo para recibir a la Sinfónica de Michoacán, la gente no dejaba de gritarle, enviarle saludos con un recibimiento especial.
La primera en hablar es la secretaria de Cultura, Silvia Figueroa, quien más allá de las felicitaciones y agradecimientos su breve discurso redujo a destacar a quien llamó «el hijo de Michoacán, un hombre de talento que echa mano de la tradiciones de México…»
Otro de los invitados especiales que tomó el micrófono en seguida fue Armando Manzanero que que con su particular forma de expresar su cariño al que llamó su “hermano” dejó en claro que era necesario reconocer a un gran compositor de la música mexicana que, ha dado la vuelta al mundo con himnos al amor…
El autor de “Mujeres divinas” y “Acá entre nos” se le nota conmovido, pero no fue suficiente, tras el discurso el propio Manzanero entregó una réplica en miniatura de la estatua instalada en Huetamo, en homenaje, claro.
Era el turno del gobernador Silvano Aureoles, con su corbata morada, sonriente y con gran sencillez en su discurso agradeció al menos por diez minutos a los asistentes y a su gran “paisano” por la visita a Michoacán, su casa, decía. Y es que “Huetamo dejaría de ser Huetamo para convertirse en refugio del poeta”.
“Es el continuador de José Alfredo Jiménez, sin duda deseo que ojalá y la música “persista en la memoria de los michoacanos”. Y con ello un segundo reconocimiento le fue entregado al homenajeado, esta vez de manos del gobernador. Una guitarra que al momento que Martín tocó las cuerdas, la gente de inmediato aplaudió sin parar, como pidiendo no se detuviera.
Tocó el turno del hombre traje blanco, del hombre a quién hoy Michoacán le reconoce, de lento caminar avanza al estrado, toma el micrófono y con voz cortante agradece, levanta la vista allá hasta donde su vista alcanza, toma un poco de aire y dice “Yo la neta no sé qué sentimientos amalgaman mi alma en este momento, quizás la nostalgia al recordar mi infancia, para luego internarme en Morelia y escribir mis primeras canciones”, dijo conteniendo el llanto.
Sencillo, pero claro y certero, Urieta no se consideró merecedor de los homenajes que le han hecho sus seguidores durante sus décadas de carrera, considerándolo como “El poeta del pueblo”, y para ello explicó que la definición más poderosa de poeta, es la referida por el escritor francés Víctor Hugo.
“Nunca acepto que me digan poeta, porque la definición más clara es de Víctor Hugo, quien decía que para ser poeta se necesita sentir hondo, pensar alto y hablar claro y reunirlas es difícil”
El aplauso prolongado al terminar, el homenajeado se dijo confundido de no saber si merece el homenaje o no, pero el aplauso interminable y prolongado, lo decía todo.
Enseguida se mostró la proyección de un video en donde el recuerdo le creaba un profundo sentimiento que se observaba, incluso desde el último lugar en el teatro. Y así los asistentes disfrutaron de homenaje que dignifica y enaltece la vida, larga vida a Urieta, como lo decía el gobernador.
Luego el homenaje musical con la participación de la Orquesta Sinfónica de Michoacán (Osidem) el Mariachi Ordaz de Purépero, el Coro de los Niños Cantores de Morelia, Héctor Miranda, Ángela Miranda, Valente Pastor, Rodrigo de la Cadena y Yoshio.
Al terminar las figuras públicas habían salido todo lo contrario a como habían entrado, en total discreción, las sillas del teatro poco a poco fueron quedando vacías con la misma rapidez que se habían ocupado, afuera la proyección de lo que ocurría adentro había concluida, no hay nadie que observe la enorme pantalla.
No había ni una banda ni cientos de personas, solo la policía Michoacán del otro lado, los medios de comunicación como pequeños ojos dispersos entre la gran plaza del recinto, y en las calles, un tráfico insufrible, tras otro sábado de actividad cultural en Morelia.