Morelia/ Ramón Méndez
Supimos, por boca de quien montó la exposición, Alberto Portillo, a quien encontramos la otra tarde en uno de los cafés que están en el Jardín de las Rosas, que tenía una exhibición de sus cuadros en la cafetería del Teatro Melchor Ocampo, y sugirió una visita para eventualmente recoger una opinión.
La cafetería del Teatro Ocampo es otro de los recintos que no han sido afectados por la huelga del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Poder Ejecutivo (STAPE), y decidimos hacerle una visita a tal muestra. La tarde del jueves 24 la hicimos.
Al entrar al local nos llama la atención, sí, el conjunto de cuadros que constituye la muestra, pero también el hecho de que en el local sólo hay dos comensales, sentados en una misma mesa.
A la izquierda de la entrada hay, en la pared, dos cuadros colgados, uno de un charro y el otro de una china poblana. No es posible acercarse acercarme a las dos pinturas siguientes, pues están justo sobre las cabezas de los dos únicos comensales, quienes conversan animadamente y toman apuntes en sendas libretas.
Omitimos su reconocimiento, los hemos visto superficialmente, más bien intentando ver los cuadros que están sobre sus cabezas. En ese momento tocan por radio la canción Sabor a mí, y al continuar la expedición por la muestra plástica, vemos que de los rostros campiranos de las dos primeras vistas el pintor ha brincado a temas más intrincados: un Cristo entre espinas, una Virgen de Guadalupe sobre un maguey gigantesco con mujeres al pie, un caballo corriendo, y lego aborda el tema de la guerrilla, rostros del Che, de Marcos, Zapata, tulipanes amarillos con pie de sobrero “Viva México”.
En muchas de estas pinturas aparece la imagen de la Virgen de Guadalupe por diversos motivos y en varias situaciones, y también hay cuadros que destacan el carácter indígena de sus personajes, flores, la Noche de Muertos, el Lago de Pátzcuaro.
Los trabajos fueron ejecutados con técnicas mixtas, y aunque hay algunos con partes de la superficie en color café pálido, como de viejas fotografías, la mayoría están pintados con colores muy vivos, sobre todo en las flores y los ropajes.
Entre las muchas apariciones de la Virgen de Guadalupe en esta muestra está una muy extraña: Se ve el Lago de Pátzcuaro al fondo; más cerca un pescador con su red de mariposa; al extremo derecho, la Virgen de Guadalupe incompleta, se ve la figura a la mitad, a lo largo.
La cafetería sigue sólo ocupada por los dos comensales en la mesa, tomando apuntes. Ahora tocan en el radio Bésame mucho.
La mayoría de las obras son de formato pequeño, de unos 30 por 20 centímetros más o menos, pero hay unas cuatro o cinco que son más grandes, de unos 60 por 50 centímetros aproximadamente. Una característica común a todos los cuadros es que fueron usados en formato vertical.
Al regreso hacia donde empezamos la observación, en la mesa donde antes había dos personas ahora hay sólo una. Pedimos permiso para acercarnos a ver los cuadros, y nos conocemos como viejos amigos. Convivimos durante un café mientras en el radio siguen pasando canciones románticas.
Cuando nos despedimos, obligado era examinar los cuadros que faltaban. Bajo los más próximos hay una especie de sala de estar, con mullidos sillones. Ahí platicaban animadamente dos señoras, a quienes pedimos permiso para ver de cerca las pinturas, a lo que accedieron con franca amabilidad.
Finalmente en otro muro había colgados tres cuadros más, también arriba de una especie de sala, donde ya se había instalado dos muchachas con sus caras sonrientes, y también accedieron a permitirnos la observación. Los cuadros ahí expuestos abordaban el tema de toros y toreros.
Dejamos la muestra en su lugar, y planeamos que, tal vez, convenga hacerle a Alberto Portillo una entrevista sobre su ejercicio como pintor, que hay que dejar para el azar de encontrarlo otro día tomando café en Las Rosas.