Caracas/Héctor Tenorio
Parte de la idiosincrasia del venezolano es que todo inicia más tarde de la hora pactada, por lo que no resultó raro que la conferencia de mi libro: “Prisión, gloria y ocaso de Hugo Chávez”, editado por el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República, tuviera la misma suerte. Se programó para las nueve de la mañana, sin embargo, el chofer pasó por mí 50 minutos después de lo pactado.
En un principio, el pánico me invadió, luego llegó la calma y más tarde el desconcierto. El chofer se fue lo más lento posible y me explicó sobre las vialidades de la ciudad, cuando agotó el tema comentó sobre el compartimiento de la oposición venezolana.
– “Yo no los entiendo, para qué queman personas, destruyen árboles para hacer barricadas, para qué levantan alcantarillas, destruyen el pavimento. ¿Qué ganan? ¿Cuánto falta para las elecciones?, son el próximo año, en diciembre que inscriban sus candidatos y ganen con voto”.
Entonces sonó el celular, era el escritor Luis Alberto Angulo, quien me preguntó si ya había iniciado la presentación.
Le contesto con una voz de preocupación:
-Apenas entramos a la avenida Urdaneta.
Él me pregunto cómo veía las cosas, es la pregunta favorita de todos.
Le ofrezco mi punto de vista.
-Vivimos una tensa calma.
Él me aseguró que la política se está imponiendo sobre el discurso belicista del Donald Trump, ya que los países de América Latina no quieren una invasión a Venezuela, pues los siguientes serían ellos.
Llegó a la conferencia estaba vacía la sala de conferencia del octavo piso del edificio Central del Poder Popular para Industrias Básicas, Estratégicas y Socialistas (Minppibes). Un niño de 8 años se acercó para pedirme una firma, me dijo que era su primer libro, le escribí «Cuando seas grande, espero que escribas tu vida en un libro». Las edecanes acomodaron mis libros y se formaron para tomarse la foto conmigo, pusieron la bandera de Venezuela como fondo, una de ellas se dirigió a mí.
-Profesor, déjeme tomarme la foto con usted, por favor, fírmeme su libro, es un honor que esté en Venezuela, gracias por venir.
Momentos después llegó el constituyente Pedro Arias, por respeto a él, dejo de dar autógrafos, hubo quejas, pero es hora de iniciar la presentación, con una hora y media de retraso.
Antes de empezar la conferencia se cantó el himno nacional, se lanzaron vivas a Venezuela, a Chávez y a Nicolás Maduro.
El constituyente invitó a Gregoria Laya, quien habló sobre la necesidad de que los ciudadanos participen en el proceso de la Constituyente con ideas y propuestas, “el país atraviesa un momento muy delicado y este instrumento democrático es el único con el que contamos”.
El constituyente Pedro Arias hizo observaciones sobre mi libro, y puntualizó que Chávez no fue un caudillo, como digo en una parte del escrito. Aunque destacó que la obra es un aporte a la historia de Venezuela en un momento clave y agradeció el esfuerzo que había realizado al viajar desde México.
“Gracias por devolvernos parte de los manuscritos de Hugo Chávez, muchos se perdieron, ya que fuimos perseguidos”
Rosa Blanco fue la moderadora de la conferencia y, de manera espontánea, comentó cómo se convocó este evento de formas exprés.
“La semana pasada acompañé a Pedro a la televisión y conocí a Héctor, quien había ido también a que lo entrevistaran; mientras Pedro hablaba en la tele, Héctor me contó todos los sacrificios que había hecho para llegar a Venezuela. Él había ido a la televisión buscando un lugar para presentar su libro. El destino nos unió y hoy estamos todos reunidos aquí”.
Aplausos.
Los más de 150 personas me observaron y esperaron el momento de oírme, hice algunas precisiones y acepté que Chávez no era un caudillo en un sentido estricto, “en el Plan Zamora, que se ejecutó el 4 de febrero 1992, él era parte de un grupo de rebeldes, la idea era hacer un gobierno de transición para convocar a elecciones”.
Luego comento cómo el 27 de noviembre de 1992 me levanté en armas para derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez. Algunos presentes avalaron las historias que relaté; vi de reojo a una mujer que empezó a llorar y otros contuvieron la respiración como si hubiera abierto una herida profunda.
24 años después, volví a la ciudad donde estuve a punto de morir en nueve ocasiones, lo que dije por más de cuarenta minutos conmocionó a los presentes.
“La amenaza del imperio sobre la nación nos obliga a no tener dudas, todos debemos jurar lealtad ante la patria, yo solo soy el último hijo de Bolívar y el primer soldado de Venezuela”.
La gente se levantó y fue a buscar el abrazo de un mexicano que a lo largo del tiempo le demostró amor y lealtad a su país.