Morelia/Vianey J. Cervantes
La Plaza Valladolid, mejor conocida como “San Francisco”, estaba llena, las filas de familias y niños inquietos daban la vuelta a la manzana. Desde las diez de la mañana, las familias acudieron al festival del Día del niño organizado por el Ayuntamiento de Morelia y el DIF.
Tras la larga espera en la fila, a los niños, consentidos del día, se les entregaba una pulsera, un gafete, un lunch, un juguete pequeño y un algodón de azúcar de color morado, (como los colores del Ayuntamiento) y se declaraban listos para ir a celebrar su día. Los piecitos pequeños y las cabecitas despeinadas se veían por todos lados.
A los pies del templo, un payasito colorido divertía a los niños. Con chistes y juegos, los niños respondían a sus preguntas y sus padres se unían a la celebración. Con una cámara de juguete les tomaba fotos a los padres “vamos a ver cómo salió este señor”, decía y sacaba “la instantánea”, que era una foto impresa de un divertido changuito o del actor Brad Pitt, “este sí salió guapo a la primera”, decía riendo el payasito.
El sol era tan fuerte que parecía buscaba broncear a todos los morelianos en diez minutos, las señoras con sombrillas o incluso gorras de colores no faltaban. Había alrededor de veinte juegos para los niños: al menos cuatro inflables, unos con temática de Plantas vs Zombies, otros de los conocidos Transformers, del Kraken e incluso uno con una enorme araña negra, solo para valientes.
Carruseles, carritos chocones, globos inflables, rueda de la fortuna, el torito mecánico y bungee, por mencionar algunos de los juegos que había en este Festival, cada uno con su nombre y el límite de estatura, muchos de ellos de 1.50 metros máximo (algunos adultos chaparritos aprovecharon la oportunidad, debo decir). En fin, las autoridades tiraron la casa por la ventana para celebrar al futuro de México.
Como pequeños duendecitos, los niños corrían de aquí para allá, sonriendo felices; “déjalo que se canse para que nos deje dormir”, dijo un padre a su esposa. Había juegos para todas las edades, pues incluso estaba la “Toodler zone”, donde los niños pequeños, aún bebés se podría decir, podían jugar y aprender bajo el cuidado de niñeras.
La euforia Monarca se sentía en la plaza y en el Festival, al menos cincuenta padres e hijos se paseaban con la playera del orgullo Monarca, y cuando, al frente en el escenario llegó la botarga del equipo, los niños se volvieron locos de porras y vitoreo. “¡Viva el América!” gritaba el payasito, y un gran “¡BUUUUU!” de voces infantiles llenaba el aire; “¡Viva el Monarcas!”, la locura llenaba a los pequeños y los grandes.
Los elementos de seguridad se paseaban por la plaza, unos tranquilamente con sus lentes negros y unos más con el algodón de azúcar en la mano, platicando y en calma, pues en este evento familiar, aparte de dos que tres niños regañados por irse corriendo sin avisar, lo que más reinaba era la alegría y la tranquilidad.
Aunque la fila era extremadamente larga para entrar, al interior y para los juegos, la espera no era muy larga, los niños con la cara dibujada de Minion y algunas niñas de princesas o mariposas sonreían, otros fruncían el ceño por el intenso sol. Este Festival es para los 300 mil niños en Michoacán y estará toda la tarde, listo para recibir a las familias. Dos cuadras después, hay un pequeño niño, no mayor de dos años, jugando con un hilo, con su rostro manchado y su playera rota, espera quizás que el sujeto que yace tirado en el suelo despierte, probablemente su padre y probablemente intoxicado en alcohol; para él, no hay ningún día del niño. Es domingo de fiesta, y la instancia que debería protegerlo se encuentra muy ocupada en la fiesta como para responder a una denuncia por maltrato infantil.