Morelia/Jesús Valencia Farías
Algunos tenían escasos 5 años de edad, pero sorprendían con su destreza para patinar a una velocidad más que impresionante. El ambiente era ambiente bullicioso, que resaltaba aún más por el diseño y la variedad de los vistosos pero casi sobrios colores de la vestimenta de los participantes.
No era un día cualquiera, si un mediodía cálido, menos una competencia cualquiera, se trataba de una fase del campeonato nacional de carreras en patines sobre rueda, donde se dieron cita centenares de contendientes provenientes de 17 estados del país.
El cierre parcial de la avenida Camelinas abrió las fronteras para que los pequeños y pequeñas se deslizaran en el caliente asfalto en busca de la victoria anhelada; recorrieron con la mirada puesta hacia abajo, con escasos reojos hacia arriba o hacia a los lados.
Al paso del recorrido, a su manera, a su entender, con ese entusiasmo y ese apasionamiento que da la sangre o la amistad, los padres, familiares y amigos trataban a animar a sus favoritos, es decir a todos los infantes, sin excepción.
Y, no importaba, en qué lugar arriban a la meta, eran por igual coreados, aplaudidos, abrazados y felicitados; en algunos de ellos, de los pequeños y pequeñas competidoras, en los que no alcanzaron el triunfo deseado, había rostros con un dejo de tristeza, de derrota no esperada.
La cara de los ganadores lo decía todo, rebozaba de ese espíritu de saberse capaz, de sentirse satisfecho consigo mismo, sin alarde desequilibrante; ahora, rumbo a los selectivos de los Centroamericanos y del Caribe, en Veracruz, y al Mundial, en Rosario, Argentina; a soñar.