Morelia/Víctor Rodríguez Méndez
De manera inevitable, la tecnología va a cambiar la producción y distribución artística. Repercute en la pintura y en al arte tradicional. Así lo afirma el pintor Rafael Flores (Ciudad Hidalgo, 1954). Debemos remitirnos a los tiempos antiguos, dice, para entender que sus técnicas y materiales han permanecido hoy día. “Yo lo siento en mi trabajo: hago óleo sobre tela, una técnica que viene funcionando desde hace quinientos años”. Sin embargo, aclara, en otro sentido le es necesaria la computadora para archivar, tomar ideas o informarse. Hay una relación inevitable entre lo viejo y lo nuevo.
¿Cómo es, entonces, la relación del pintor con sus viejos instrumentos? En el caso de Rafael Flores, tales materiales son lo más cercano al cuerpo. “La pantalla y el teclado de la computadora te marca el límite de lo ajeno, de la máquina en sí misma. En cambio, en la pintura la pasta del óleo es algo orgánico; francamente, como la consistencia de la mierda, o los pinceles que están hechos de pelitos”. Específicamente, dice, pintar con óleo y pinceles “es como la idea del creador haciendo a Adán y Eva con barro. Son materiales primigenios demasiado orgánicos, sensuales y cercanos, porque los agarras y te manchas. Son lo más directo posibles”.
Para Rafael Flores la figura humana ha sido una constante de su obra, que puede admirarse actualmente en el bar gastrocultural Cactux. Y es que el cuerpo humano ha sido parte de las tendencias del arte desde la antigüedad. Se puede decir, puntualiza el artista, que se ha convertido en una moda en un contexto más amplio. “La figura humana tiene un estatus en el arte mundial. Es un regreso al realismo, luego de varias décadas de la estética impresionista y abstracta. Hay, diría, una especie de revaloración del realismo”.
Respecto a la reinvención de su estilo, forjado durante treinta y cuatro años de trabajo constante, este artista michoacano lo tiene claro: “Me preocupa la cuestión del cambio. Siempre está latente el peligro de repetirse, sobre todo si es un tema único, en mi caso el cuerpo humano. Me interesan, por tanto, las posibilidades estilísticas en cuanto a representarlo como se ve o fragmentarlo, distorsionarlo, construirlo y volverlo a construir… o hacer un cuerpo soñado, imaginario. Busco todas las vetas posibles”.
Estas reflexiones quedan atrás cuando se está pintando, dice. Porque cuando planea un cuadro simplemente se deja llevar por la emoción, la intuición o el capricho. Ya después vienen las reflexiones estéticas. “Me preocupa no repetirme, porque un tema único casi siempre se convierte en un callejón sin salida”. Porque un cuadro no siempre concluye cuando el artista lo decide. “Es curioso”, añade, “a veces sucede que detrás de un cuadro hay otros cuadros más. Si hubiera fotografiado ese cuadro durante varios días, uno descubre etapas más bonitas que la final. Sólo con ciertos cuadros —los que no manejan un tema abierto— sientes que no aguantan una pincelada más. Lo cierto es que a veces uno la riega por ir de goloso y echarle más cosas a un cuadro”.