Morelia/Samuel Ponce Morales
En estos tiempos, a Lorenzo, de 71 años, de edad, le gusta charlar aún más sobre todo del campo, sobre todo de su media hectárea que todos los meses de octubre tapiza de flores, entre el cempásuchil y la manita de león.
No, no puedo evitar dejar de cosechar, dejar de cortar decenas de flores y situarlas sobre los surcos de su parcela; le ayudan sus hijos Fortino y José, así como su sobrino Francisco, quienes a veces observan desde una medianía distancia.
Y, en el habla va la pesadumbre porque el huracán “Willa” provocó fuertes pérdidas en los cultivos. “Ahorita lo que Dios nos dé; tenemos que pizcar de todos modos, sea que este mala o buena la flor, de todos modos, vamos escogiéndola”.
Da una idea de las perdidas, al establecer que en esta temporada de Noche de Muertos por la comercialización de sus flores solo obtendrá un 50 por ciento de utilidades en comparación a la anterior, dividida a partes iguales entre él y sus hijos.
Con su habitual sombrero a cuestas y camisa desabrochada, luce más que desenfadado, pues, acota, lo han entrevistado tantas veces que ya perdió la cuenta y hasta el miedo, por lo cual, añade en un hinchado orgullo que no pretencioso, “soy ya famoso”.
La siembra y la cosecha del cempásuchil y la manita de león vienes desde demasiadas generaciones, desde antes de su bisabuelo. “Les digo a mis hijos que no dejemos esto”, enfatiza y a la vez los señala con la hoz levantada.
Rechaza siquiera la insinuación de vender su tierra en la que, aparte de las flores, también cultiva rábanos cilantro, coliflor, brócoli, acelga, betabel y perejil. “De aquí nos mantenemos, de aquí vivimos, de aquí somos…”, indica mirando hacia abajo.
Sin embargo, reconoce que el campo se vino abajo. “Aquí, en Tarímbaro, las tierras ya están muy enfermas y hay mucha verdura que no se quiere lograr por lo mismo de que está enferma, y uno tiene que buscar la forma de que sigan produciendo”.
Lo que queremos, continúa a renglón seguido, es que los gobiernos nos apoyen para terminar con las plagas, como el yupo que es mala, se come la raíz de la planta y la destruye y sí hay insecticidas para combatir todo eso, pero el problema que están muy caras.
Lorenzo de pequeño se ilusionó con ser abogado, pero la necesidad lo obligó a seguir la tradición de la familia y dedicarse al campo de tiempo completo. “Usted sabe que ahorita las leyes son las importantes para defender los derechos de las tierras de uno”.
“Yo no sabía leer ni escribir y este, pues yo me enseñé, ponga que sea un poquito tímido para hablar, pero sí me sé defender, y eso; mis hijos están estudiados, solo soy el más analfabetillo, y como quiera he salido adelante también con ellos”.
Acueducto.- El campo es tú vida y esperas que sea tu muerte, como sería…?
Lorenzo.- Usted sabe la vida se va acabando al pasito, y no sabemos cómo va a ser nuestra muerte, pero mi vida es el campo. Desde chico mis padres me enseñaron a esto y yo quiero seguir…
Acueducto.- Cuando te mueras como quisieras que te recordaran…?
Lorenzo.- Digo, usted sabe que hay lujos para eso, yo quisiera que me enterraran como más antes enterraban a la gente con su cajita pobremente, para qué quiere uno lujos, de todos modos llegando el pozo ahí se acaba todo.
“Aquí, en esta tierra, quisiera que me enterraran, pero no se puede…”.