Pasarela de las Rosas

Imagen: Héctor Tapia
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Morelia/Héctor Tapia

Así como la tarde comienza a caer, el Jardín de Las Rosas comienza también a animarse. Poco a poco llegan los jóvenes, principalmente, a sentarse en los cafetines que están frente al Conservatorio.

Algunos más se sientan alrededor de la fuente central, donde ríen, leen, charlan.

En el Jardín Luis González Gutiérrez, su nombre real, trascurre tranquilo el día entre el sonido del agua y las bancas de cantera donde algunas parejas se dan cita.

También, entre las esculturas de Miguel de Cervantes Saavedra y de Don Vasco de Quiroga, hechas por el escultor mexicano Ignacio Asúnsolo, juegan y corren los niños.

Este lugar es una de las inconfundibles referencias de la capital michoacana.

Una joven toma un libro entre las manos, lo abre. Se sienta en el suelo de cantera. Comienza a leer. Sonríe entre intermitentes hojeadas que da para llegar a la siguiente página.

Llegan también jóvenes con guitarras entre sus manos. Se detienen entre las mesas. Interpretan alguna canción de moda y al terminar se acercan a quienes están sentados en los cafés degustando sus bebidas.

Un par de jovencitas estudiantes que toman té interrumpen su animada charla por la llegada de un vendedor de artesanías hechas con plumas.

Continúan la conversación entre risas y miradas. Otro vendedor, ahora de pan, se acerca. Vuelven a hacer una pausa, y así como llega también se va. Ritual que se repite durante la estancia.

Entre los pasillos y las sillas de las cafeterías se hace pasarela de grupos de jóvenes, hombres y mujeres, sonrientes, que caminan y miran a todos lados. Se coquetean.

Hay también los que están solos y prefieren la contemplación o la lectura y el disfrute silencioso de lo que sucede a su alrededor, mientras bebe un café, un té, una cerveza.

Todos los días, todas las tardes, en el Jardín de las Rosas, que está en el corazón de la ciudad, son igual de dinámicos y coloridos.