Morelia/Sergio Pimentel
Los noticieros lo venían anunciando sin matices los días previos: Los maestros no regresaran a clases. Antes de la fecha fatal, la confusión se había diseminado y la incertidumbre era la regla entre papás y autoridades. Nadie sabía nada y la frase más escuchada era: Ya veremos.
En la Ciudad de México se negocia la Reforma Educativa entre dos enemigos casi de película: el gobierno y los maestros. El pronóstico de los analistas es más o menos el mismo: el inicio de clases del 2016 será normal y sólo habrá problemas en los estados que controla la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, o sea, Chiapas, Oaxaca, Guerrero y Michoacán. O sea, los mismos de siempre. Los de la famosa sente que han puesto de cabeza al país, y a los que en este sexenio, les tocó ser la piedra que siempre desequilibra la balanza nacional.
Ante ese escenario, los medios estamos en alerta. En Michoacán, los reporteros y los policías madrugan para apostarse afuera de las escuelas y presenciar en primera fila lo que suceda.
Es lunes, eso complica la percepción de los acontecimientos en México, todo es más lento, nebuloso. Corren las apuestas. Nadie sabe.
Así es la vida, pero yo no participo, yo sólo leo ese mundo desde la cama. O leía, porque en ese momento suena mi celular. Es mi editor. Se le acaba de ocurrir que me lance a las calles a observar. Le digo que pus ya qué y le gano el baño a mi esposa. ¿Pus no que te ibas más tarde? Pus no, siempre no. El infierno del regreso a clases me sigue persiguiendo.
Con el pelo mojado me voy poniendo de acuerdo con el camarógrafo: Son las ocho. ¿Dónde nos vemos? ¿llevamos o no llevamos micrófono? En el trayecto escucho el reporte de los noticieros y me fijo en las escuelas por las que paso. Los niños ya entraron. Afuera de los grandes portones sólo quedan padres inciertos que dan vueltas como si desconfiaran de que en cualquier momento los maestros, en un giro político, saquen a los niños. En las escaleras de un puente peatonal hay una imagen colorida: mujeres con paraguas aguantan el chipi chipi mientras observan la ceremonia cívica a lo lejos.
Al llegar a la oficina pregunto si saben algo. Nada. El paro no llegó o no ha llegado aún. ¿Tanto para esto? Me acuerdo que dejé mi café sobre la barra de la cocina. Ni modo. Hay que salirnos a la calle para verlo con nuestros propios ojos. Con los medios nunca se sabe, y con los maestros tampoco.
Vamos en el coche mirando escuelas y confirmando que para decepción de los niños, hay clases por doquier. El paro no los salvará. En algunas, incluso, mantas festivas les dan la bienvenida. Un chiste cruel que yo no hubiera pasado por alto en mis épocas de estudiante. Nos estacionamos, tomamos fotos, hacemos preguntas. Todo en orden. Se cayó el paro. Los maestros, esos monstruos de noticiero, están trabajando. Pero eso sí, su descontento es latente en cada escuela. Junto a los letreros de bienvenida hay otros de rechazo a la Reforma Educativa: “Los maestros de esta escuela rechazamos firmemente…” “El cuerpo docente de esta institución dice NO a la reforma punitiva…” “Padres de familia, los maestros de la Sección XVIII estamos en contra de la Reforma porque…”. La guerra de todos los días desde hace dos años. Una guerra que van perdiendo los maestros pero que el rumor nacional insinúa que ganaran dentro de poco. Historias fascinantes del relativismo nacional.
Todas las escuelas por las que pasamos en Morelia trabajan normalmente. En los noticiarios, el Secretario de Educación Pública anuncia en conferencia de prensa que a nivel nacional es lo mismo, sólo 120 escuelas en el país cerraron sus puertas. ¿Por qué no sucedió? ¿Se habrán cansado los maestros o se habrán dado cuenta del rechazo popular de sus métodos de protesta? ¿Es un cambio de estrategia? ¿Ya se arreglaron en la Ciudad México? Todo eso es posible.
De vuelta a la oficina, llegan fotos al wattsapp: Los maestros marchan por la avenida principal en un contingente nutrido. ¿Y esos? ¿De dónde salieron? Seguramente son del interior del estado, me dice el camarógrafo. Pues de donde sean, son muchos, no de Morelia, pero muchos y siguen marchando.
En una espectacular acto de predigitación, la famosa sente se ha hecho omnipresente: marcha y da clases.