Morelia/Héctor Tapia
Estaban listas las lonas donde se remarcaba de dónde se provenía; una banda de viento por un lado, motociclistas por otro, algunos invitados con traje buscando la forma de entrar se escurrían entre los que estaban estáticos; otro grupo con playeras rojas, otro con playera color verde, abriendo un espacio para recibir al alcalde de Morelia, Wilfrido Lázaro Medina, quien estaba por emitir su mensaje alusivo a su Tercer Informe de Gobierno.
La sede para que Lázaro Medina emitiera su mensaje estaba arreglada, pero insuficiente; se llevó a cabo en el Teatro Morelos; desde afuera había una saturación vehicular provocada por quienes buscaban a como diera lugar un espacio donde estacionarse.
“Vengo llegando al informe de Willy, güey…”, dice un joven, vestido de traje, que va hablando por teléfono; va apresurado, ya son las 18:00 horas, justo lo programado para que dé inicio. Aprieta el paso, tropieza, se le cae el teléfono, lo levanta y vuelve a retomar su acelerado paso.
Afuera la policía vigilaba y organizaba el flujo vehicular de quienes llegaban al recinto donde se rendiría el informe.
Pasando el primer bloque de empleados, con caras largas, cargando sus respectivas lonas identificativas, en la entrada del teatro, pero por la parte de afuera, un centenar de sillas están enfiladas con una pantalla blanca donde habrá de proyectarse el mensaje del alcalde.
Adentro, los invitados, de traje la mayoría, pasan apresurados rumbo al área de las butacas donde ya había un grupo creciente de asistentes que buscaban un lugar donde sentarse. En el pasillo medio fue colocada el área de prensa, la cual tenía elementos de seguridad en los pasillos para que los “no autorizados” no pasaran a la parte baja de las butacas.
Algo estaba claro, en la parte baja se encontraban otros funcionarios públicos de diferente nivel, invitados especiales, los de traje, corbata y vestidos largos. En la parte superior, los sindicalizados del ayuntamiento, que portaban sus chamarras de colores patrios, y otros más que parecían estar más a fuerza que de ganas.
En el escenario, donde se dispuso de un sillón, estaban el presidente de la Mesa Directiva del Congreso del Estado, Alfonso Martínez Alcázar, el Gobernador del Estado, Salvador Jara Guerrero y el Presidente del Poder Judicial de Michoacán, Juan Antonio Magaña de la Mora.
Comienza Wilfrido Lázaro a hablar, deja claro que se trata de un mensaje nada más, porque el informe ya lo había entregado, incluso en eventos públicos, repartidos en seis sesiones informativas. Este día era para dirigirse a los morelianos.
Mientras señala que la incapacidad de abatir el rezago social, que provocó el deterioro de la confianza de la ciudadanía en las propias autoridades, siguen llegando más y más invitados, que llegan después que el alcalde, y que entran al recinto aun hablando entre ellos.
Así, cuando el alcalde emitía su mensaje, se podía observar a varios que trataban de localizar donde sentarse; había ya pocos lugares, y comenzaron a aglutinarse en el pasillo central, obstruyendo los accesos y las rutas de evacuación.
El tono del discurso de Wilfrido Lázaro fue tomando tonos más de despedida que de informe; partió de un reconocimiento de las circunstancias actuales que enfrenta el municipio, así como también de las múltiples dificultades que se fueron encontrando desde que asumió el cargo, tras una elección extraordinaria que marcó a la presente administración.
Fue un discurso, el único de la noche, de 24 cuartillas, o menos, según el tamaño de la letra. A la mitad, entre los asistentes ya se veía a algunos “cabeceando”, “mirando hacia adentro”; uno que otro pegó por un momento los ojos.
En cuanto Wilfrido Lázaro dio las gracias por la asistencia, parte de los asistentes se pusieron de pie y buscaron la salida inmediatamente, se enfilaron y esperaron la oportunidad de salir del recinto. Todavía seguía la proyección de un video con las obras que se han realizado en el presente periodo del ejercicio fiscal.
A la salida, en la parte de afuera del Teatro Morelos, con la noche iniciando y oscureciendo el exterior, quedaban sólo las sillas vacías que se pusieron para los empleados sindicalizados; todavía quedaban unos cuantos en las sillas. Muchos salían, buscaban la forma de llegar a sus autos, era hora de partir.