URBANÓPOLIS | Análisis
Todos hemos aprendido desde la educación básica que “el hombre es social por naturaleza”, pero este principio enunciado por Aristóteles lleva implícita la idea de que sólo en sociedad el hombre alcanza la plenitud de su desarrollo, y esto permite explicar por qué buscamos formar parte de una sociedad, desde el nivel básico de la familia hasta el nivel más amplio de la ciudad. Esta es la razón por la que fue tan significativo cuando por la pandemia se habló de confinamiento en casa y de aislamiento social. Esta naturaleza social del individuo le lleva a formar parte de la sociedad, aunque se encuentre en soledad, pero se distingue bajo diferentes conceptos como viudez, soltería, nido vacío y tantos otros motivos.
En la actualidad, el 44% de los empleados en México se siente solo en el trabajo, y desearían más interacción con sus compañeros, esto según el Estudio de la felicidad organizacional de Adecco y Awards of happiness. Nuestra visión tradicional conlleva a que asociemos el tema de la soledad con adultos mayores, pero no es así, según un estudio sobre la soledad realizado por la BBC, alrededor del 40% de los encuestados de entre 16 y 24 años dijeron que experimentan soledad a menudo o muy a menudo, en comparación con sólo el 29% de los que tienen entre 65 y 74 años.
Para la economista inglesa Noreena Hertz, la sociedad del siglo XXI es una sociedad distópica: podemos estar en pareja, en familia, en sociedad y sentirnos solos. Solos y desconectados de nosotros mismos, de nuestra capacidad de pensar. Para esta autora, la soledad en la actualidad va más allá de la falta de amor, compañía o cariño, es sentirse excluido por la pareja, los amigos o los vecinos. Además de una soledad ciudadana, una sensación de abandono y desatención por parte de las instituciones.
Es común asumir que la tecnología y las redes sociales son las causas del aislamiento de las personas, de hecho, se habla de una economía de la soledad, para referir a todos los dispositivos, plataformas y demás “adelantos” que aprovechan y fomentan la individualidad.
A principios del siglo pasado, la arquitectura y la ciudad fomentaban el encuentro social; basta comparar el esquema de una casa con jardín al frente o ventanas hacia la calle, donde el encuentro con los vecinos es frecuente e inevitable, con el de un departamento en un cuarto piso, cuya ventana es una vista panorámica pero solitaria, donde las amenidades como el gym, cancha deportiva o alberca en el conjunto habitacional incentivan pero restringen la interacción social sólo con los vecino del conjunto. Finalmente, se trata de recrear en un ámbito privado el ambiente público.
Ocho de cada diez mexicanos viven en una ciudad, y éstas han evolucionado a la escala de zonas metropolitanas, cada vez con más habitantes y mayores densidades, las ciudades son cada vez son más hostiles con sus habitantes. Pensemos en nuestra vida diaria ¿Con cuánta gente nos cruzamos en el camino?, cuando sabemos que es mucho menos probable que volvamos a ver a un transeúnte, dejamos a un lado la cortesía y los modales como saludar, ceder el paso, no disculpase, cerrar la puerta, aunque sabemos que van a ingresar otras personas, etc. El anonimato que nos confiere la ciudad, propicia hostilidad y descuido. El problema es que nuestras ciudades terminan siendo habitadas por millones de extraños.
Para muchos, vivir en solitario es sinónimo de independencia y autosuficiencia, no todas las personas que viven solas se sienten solas. Pero la realidad es que las personas que viven solas tienen 10% más riesgo de sentirse solas que las que viven con otras personas especialmente durante los momentos más difíciles o vulnerables de la vida.
De acuerdo con el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, la soledad se relaciona con otros problemas, se asocia en un 50% a un mayor riesgo de desarrollar demencia, 32% problemas cardiovasculares, 29% más de presentar enfermedades cardiacas y más probabilidad de sufrir depresión, ansiedad y suicidio.
La soledad como padecimiento de la sociedad actual ha llevado a que países como Japón e Inglaterra hayan formado una Secretaría de la Soledad, dentro de la estructura de gobierno, cuyo objetivo es promover actividades que eviten el aislamiento social para proteger los lazos entre los ciudadanos.
En la ciudad de hoy, los espacios de encuentro se han reducido ante el interés de la plusvalía y rentabilidad. Las áreas de donación en los desarrollos habitacionales cada vez se buscan que sean menores, la privacidad se logra aislando las viviendas de la ciudad, se privilegia el uso de un vehículo individual más que el transporte colectivo. En contraposición, fomentar el encuentro en sitios privados como cines, centros comerciales, gimnasios, cafeterías, entre otros, han hecho del binomio consumo-encuentro social sea una pieza clave de la economía actual.
Es necesario que la planificación y diseño de las ciudades promueva el encuentro social, contrarreste las desigualdades existentes; la segregación socioespacial de la población con base en sus recursos económicos parece ser la base de la estructura de la ciudad actual y no el bienestar y la calidad de vida de sus habitantes. Resulta impostergable privilegiar los objetivos sociales antes que los económicos en el diseño de la ciudad.