Lázaro Cárdenas/Héctor Tapia
Ahí va la camioneta “pick up”. Va lleno adelante, así que en la parte trasera, en la caja, se sube el resto de la familia, o, si es muy numerosa, se dividen en varios vehículos. El punto es llegar a la playa, urge. Más después de la desvelada navideña.
Seguramente unos con resaca, pero sin duda todos desvelados. Ahí van, vestidos con bermudas, camisetas, trajes de baño, cualquier ropa cómoda que ayude a aligerar y hacer menos el calorcito que comienza a subir luego de un día húmedo de noche buena, es decir donde hubo una atípica lluvia.
El cielo “aborregado”, que deja ver huecos azules intensos y limpios sin amenaza de lluvia, sirve de panorámica al entrar a la “vieja” carretera que lleva a la playa, la de siempre, porque el nuevo acceso, que ya no es nuevo, no está en condiciones para transitar para legar al principal atractivo del municipio: la playa. Aun no se entrega la obra que inició cuando Leonel Godoy Rangel, oriundo de esta región, era gobernador del estado. Sigue inconclusa.
Sobre un bulevar descuidado, también obra que se inició con el pretexto de impulsar el desarrollo turístico de la región y que aparenta estar en abandono, van las camionetas, una tras otra, directo a la playa para “curar” la “cruda”.
En una de las camionetas, de redilas, en la parte trasera se ve una pareja, que de pie, se abraza mientras el viento revolotea la densa cabellera de ella y da en el rostro de su novio. Sonríen, juguetean, siempre sujetos de las “estaquitas” que les sirven de “corral” de seguridad. Van entrando a Playa Azul.
La playa se ve más tranquila que de costumbre durante los 25 de diciembre pasados, aunque todavía es antes de medio día y seguramente no se han levantado o preparado el resto de personas que irán a bañarse al mar, a comer una mariscada, a tomarse algún coco.
En Barra del Tigre, yendo de Playa Azul a Las Calabazas, por un viejo camino de terracería se ven los terrenos frente al mar donde ya están apostados algunas familias, quienes buscan preparar el carbón para la carne asada.
En el estero, frente al mar, los niños juegan, chapotean, en la parte baja y dulce del agua; de fondo una cortina de palmeras completa la postal, las cuales, verdes, altas e imponentes, se coronan con densas nubes blancas que adornan la escena. Las familias sentadas a la orilla observan, ríen, beben y vuelven a beber.
El sonido de un motor, insistente, irrumpe en el armónico constante del oleaje. Un conductor, al intentar pasar el caudal del estero para llegar al otro lado, atasca su camioneta en la arena, sumida casi a la mitad, congrega a varios curiosos que no dan crédito al intento. Ya llega un tractor, que sin problemas pasa el caudal, que amarran a la camioneta. Sin problemas en menos de un minuto la remolca fuera de la mojada y floja arena. El conductor, en señal de victoria destapa una cerveza de lata, bebe y agradece la ayuda. Los paseantes siguen caminando, asoleándose. Preparándose porque aun falta año nuevo.