La Audiencia de Ucareo

Imagen: Alan Ortega
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Morelia/Bernardino Rangel

El sistema con el que se busca impartir justicia en México ha cambiado, o mejor dicho, intenta  cambiar. Aquí no existía una forma oral sino escrita y ninguno de los procesos era público. Ahora, cualquier persona interesada puede entrar a las audiencias y a los juicios. Desde que se instauró en las regiones de Morelia y Zitácuaro, hace unos pocos meses, el caso de Los Imputados de Ucareo es el que más atención ha captado en la sociedad.

 

Siempre he querido ir a un juicio como los que se ven en las películas. Ayer me enteré que   algo parecido sucedería en Morelia: Una audiencia, que no es un juicio, pero se le parece mucho. He logrado despertar muy temprano. Parece que se llenará. Café, libreta, dos lápices afilados, lentes y un libro. Llegué antes que todos. Junto a las instalaciones de lo que era el Tutelar de Menores, donde se realizará la audiencia, sólo había guardias de seguridad privada.  Buenos días ¿A qué hora se puede acceder a la sala? Hasta que el juez lo ordene, todavía falta como una hora. Usté es el primero, si quiere siéntese ahí en la banquita.

Desde la banquita se ve de lejos el vapor de un carro de tamales, un lago artificial que rodea el moderno edificio donde patos y gansos más bravos que perros arman matutino escándalo y un par de cuervos negros parados sobre una reja de alambre, que pienso, si fuera yo el inculpado, me parecerían aves de mal agüero.

Mirando esas cosas, me descuido. Al lado de la banquita, un policía que no es con el que yo hablé, organiza una fila para ingresar a la sala. Tres mujeres con gafete de la Procuraduría de Justicia del Estado de Michoacán son las primeras. Reacciono y me coloco tras de ellas. Diez minutos después, las tres mujeres se han convertido en ocho, todas con gafete del mismo lugar. A mi espalda se forma  un peculiar grupo de hombres chaparritos que visten parecido: traje azul, camisa blanca, corbata roja y zapatos negros bien boleados de punta cuadrada y larga que yo nunca había visto en ninguna banqueta. Algunos sostienen cafés del Oxxo, otros tamales y todos platican en idioma jurídico. Muy serios. No alcanzo a ver qué dicen sus gafetes. Si se quiere, páseseme por alto el detalle de los zapatos como algo extraordinario, porque yo no soy de fijarme en el calzado de los hombres.

La audiencia es pública, pero hay poquitos lugares. Adentro de la Sala del Poder Judicial de Michoacán, nuevecita, con su olor a barniz en la madera, esperan treinta y dos sillas para espectadores, afuera, hay veinticuatro personas y todavía falta media hora para que se abran las puertas. La llamada Audiencia de Ucareo ha despertado la curiosidad de nuestro pueblo, acostumbrado a las pesadillas.

Desde la fila vemos que se abren las puertas del estacionamiento y entra un grupo numeroso de personas. Son los de Ucareo, dicen los chaparritos. Sí parecen. Son mujeres, hombres, adolescentes y hasta niños en brazos. Traen ropa de urgencia, como de ponte lo primero que encuentres. Tímidos, llegan hasta donde estamos siguiendo a un hombre de traje plateado como el que usaba El Santo. Aquí fórmense, déjenme veo aquí dentro. Cruza delante mío. Con permiso, con permiso, buenos días, con permiso. Cuando termina de pasar con su rastro de saludos, las tres mujeres que se hicieron ocho, ya son doce.

 

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Ucareo es famoso por sus peras y duraznos. Se hace como una hora desde Morelia. Cada año se organiza una feria en el pueblo para promover sus frutas. A pesar de la violencia de los últimos años en el estado, por la que ahora, al fin, el mundo nos conoce, ahí nunca había pasado nada. Al menos nada como lo de hace unos días, tres de julio del 2015, cuando el sol de la mañana fue develando lentamente dos cuerpos que colgaban del Puente del Panteón que arquea sobre la autopista. Las imágenes se extendieron rápido por el país. Los noticieros dijeron que apenas un día antes esos cuerpos habían sido unos secuestradores a los que la gente de Ucareo capturó y linchó en la plaza del pueblo. En la tarde, la policía ya tenía en sus celdas a tres personas: Los Imputados. Los mismos por los que estamos aquí para saber si  el juez decide que es justo comenzarles un juicio o los deja libres por falta de pruebas.

Michoacán está tan asfixiado por la violencia que los comentarios en las calle y las computadoras son del tipo Déjenlos libres, si la policía no hace su trabajo, la gente tiene el derecho a defenderse. Se entiende lo que hicieron. Estamos hasta la madre. Qué bueno que los mataron.

Pues sí, pero si jugamos al ojo por ojo, dentro de muy poco nos quedaremos ciegos.

 

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Los encargados sacan a los familiares de la fila y les pasan primero. Cuando ellos entran, nuestra hilera comienza a moverse. Las tres mujeres de hasta adelante que luego fueron ocho y luego doce, terminaron siendo trece, y cinco hombres, todos de la Procuraduría General de Justicia del Estado, todos injustos al colarse sin gota de pudor en la cola que ya está hecha de cincuenta personas, entre curiosos, funcionarios y reporteros. Escucho un rumor: Adentro están poniendo más sillas.

Nos quitan los celulares y nos revisan profusamente bolsas y cuerpos. Al pasar el detector de metales, subimos por una estrecha y larga rampa que gira en sí misma y termina a unos metros de la entrada a la sala donde tendrá lugar la audiencia. Ahí hay otro retén con guardias que bloquean el paso. La larga fila se queda quieta. Desde mi lugar puedo contarnos. Por los misteriosos métodos de la organización mexicana, yo, que llegué primero, me volví el cuarenta y dos. Es probable que no alcance a entrar y me despidan con ojos de Ni modo, pa la otra levántese más temprano.

Desde atrás y desde debajo de la fila inmóvil se escuchan unos gritos urgentes: “Háganse a un ladito por favor… Oríllensen… Con permiso….”. Obedecemos. Rozándonos pasan cinco guardias bien armados que custodian a tres hombres con el pantalón beige y la playera blanca de los reos. Son Los Imputados. Pasan con la cabeza gacha, los párpados rojos y una tristeza que mancha el movimiento de sus cuerpos. Van mirándonos de ladito, como buscando. Se les nota el miedo. Al pasar junto a sus familiares se escuchan los Ánimo, los Los amamos, los Estamos con ustedes y los No los dejaremos solos. El frío se pone tenso.

Soy el último en pasar. A los chaparritos que estaban detrás de mí fue a los que despidieron con cara de Levántense más temprano. Pobres. No lo lograron ni con el montón de sillas de más que se apretaron adentro. Me meto. El recinto es mucho más pequeño que el que imaginé. Primero están las sillas, luego una barda baja de madera y luego el espacio para Los Imputados, los abogados, la encargada de sala y el señor juez. La zona para espectadores quedó dividida en dos bloques: uno para las familias, y el otro para los medios, los empleados de la Procuraduría y el resto. Ahí me toca.

La sala está llena. El rumor se apaga cuando la encargada de sala toma la palabra para explicar las reglas del juego. Básicamente, silencio, nada de fotos, nada de opiniones, nada de exabruptos. Y una aclaración muy importante para los medios: los imputados son eso, imputados, y por ninguna razón deberá tratárseles distinto en sus notas. No asumirlos como culpables y por lo mismo, no retratarles, ni mencionar sus nombres, para no dañar su frágil reputación. Los reporteros asienten discretamente.

Aclarado todo, ahora sí, pónganse de pie para recibir al juez. Dócilmente, como cuando entra el cura a misa, la sala se levanta. Supongo que en el fondo, también esto es un acto de fe. A partir de este momento, la audiencia adquiere una atmósfera decimonónica. El lenguaje, que será un actor principal en el Nuevo Sistema, se vuelve mecánico, robotizado y de técnicas churriguerescas. En vez de decir Juez, se dice Su Señoría; en vez de Yo, El de la Voz; en vez de Lo que usted dijo, Su manifestación vertida. Roza el absurdo, pero le da un aire muy serio.

El primer turno es para la Defensa. El abogado del traje plateado, tímido e inseguro, llama a su testigo, que muy suavemente, como pisando hielo o lodo, camina hasta el estrado. El juez le explica sus derechos en palabras rebuscadas que el testigo parece no entender. ¿Desea usted abstenerse del derecho a guardar silencio ante esta audiencia? El testigo se queda mudo, no le atina a una respuesta. Duda ¿Cómo llegué hasta aquí? Su mundo es el campo, la fruta, afuera, todo lo que no es esta seriedad amenazante. El juez le repite la pregunta. El campesino le repite el silencio. Mitad comprensivo y mitad desesperado, el juzgador le explica: Que si quiere ser testigo… ¡Ah! ¡Sí!… para eso vine. El delgado campesino recobra el temple y con ansiedad cuenta su historia: Los Imputados son sus conocidos y él los invitó a la fiesta de su hija. Luego se fueron y más luego él se enteró por una llamada de su cuñada que los habían secuestrado. Se fue a ver qué pasaba y hasta sacó dinero para cooperar con el rescate. Luego se puso a cargar fruta en su camioneta para ir a dejarla a Irapuato, y en eso, escuchó afuera mucho ruido de gentes que corrían. Pero él se fue y ya no supo más.

La Defensa intenta una pregunta y la Fiscalía le interrumpe: ¡Objeción, Su Señoría! El juez dice: Ha lugar, y se voltea cordialmente hacia el abogado defensor para preguntarle si sabe cómo preguntar en este Nuevo Sistema de Justicia Penal. El abogado con traje de El Santo  asiente en silencio. Vuelva a hacerlo, le dice dulcemente el juez. El defensor toma aire, y lento, como juntando las partes de su cuerpo arrollado, lo vuelve a intentar. ¡Objeción, Su Señoría!, lo calla otra vez el fiscal. Su Señoría tuerce un poco la boca y le advierte al hombre del traje gris: Mire… es muy importante que usted conozca las técnicas de interrogación porque si no las conoce y no sabe cómo extraer la información de su testigo, está poniendo en riesgo las posibilidades de defensa que tiene su cliente. Le voy a dar otra oportunidad y si ni así, entonces tendré que retirarlo.

La sala se congela. Los familiares se miran discretamente. Dos reporteros susurran entre sí. Los fiscales semejan dos rocas sobre el escritorio. Los Imputados ponen sus ojos de cansancio sobre su abogado. El testigo mira al techo. El día sigue empeorando.

El defensor lo intenta de nuevo y de nuevo no puede. Se le objeta la pregunta y el juez termina su participación y lo manda con los espectadores donde se tiene que quedar de pie porque ya no hay sillas. Los Imputados designan como su defensor al otro abogado que les acompaña, a ver si él sí puede, pero sale la misma. Hace dos intentos, y al tercero, a las gradas con nosotros. El juez explica a Los Imputados: Esto es por su bien. Voy a decretar un receso de tres horas para que se pongan a buscar un abogado que sí sepa cómo hacerle.

 

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En los pasillos hay un poco de angustia y un poco de escándalo. Es la primera vez que esto pasa en Michoacán. Lo voy a postear en mi Facebook, dice una de las mujeres de la Procuraduría. Los familiares improvisan una reunión en el estacionamiento. Los reporteros dictan la noticia por el celular que ya les devolvieron, y el resto, que ya apartamos la silla con un papelito, nos vamos a ver qué hacemos durante tres horas.

 

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Al volver, el miedo que le tengo a las formas mexicanas de organización me obliga a ponerme hasta adelante para iniciar la fila. ¿Ya es la una?, pregunta la empleada de Seguridad Privada que almuerza junto al detector de metales. Ya casi, responde uno de los colados de la Procuraduría que ya dejó el abrigo en el coche y luce un traje muy café. Pasan primero los familiares y el de la Procu luego luego reclama que hay unos que se están metiendo. Hijoesu…

Escucho que los nuevos abogados son defensores públicos. Eso significa que sí saben cómo se debe preguntar. Al reiniciar la audiencia, el juez les da la palabra y ellos piden otra hora para terminar de leer el expediente. ¿Qué opina la Fiscalía? pregunta el juez. Que No, responde la Fiscalía. ¿Qué opina la Defensa del No de la Fiscalía? Qué Sí. Entonces es Sí, dictamina Su Señoría, decreta otro receso, y otra vez vamos todos para afuera.

 

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Adentro quedaron tres guardias cuidando a tres imputados y dos abogados nuevos. Afuera, se hace una cordial mezcla de litigantes, familiares, policías con metralletas, reporteros y espectadores sin intereses visibles en la audiencia. Los defensores destituidos, sonriendo, platican los detalles del caso como si nada les hubiera pasado. Aconsejan a una de las esposas, agitan las manos. Esos abogados, son tremendos. Algunos aprovechan para fumar, otros para hablar de las lluvias tan fuertes. Sí pues, ha estado re duro por todos lados. En el baño de caballeros, mientras orinan, dos policías hablan entre sí ¿Irá pa´ largo? Quién sabe. Que se mochen con las pizzas. Sí, pues.

Recargados en silencio sobre una maceta gigante, a años luz del parloteo, los esposos que serán llamados como testigos fundamentales en unos minutos, se toman de la mano y se acarician. Mira los patos, dice ella. No son patos, son gansos, le responde él.

 

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Los defensores relevistas han comenzado con cuidado. Piden al testigo que repita la historia y él lo hace sin distorsiones. Ahora sí, la audiencia se parece a los juicios de las películas gringas. Defensa y Fiscalía se ensartan en una esgrima de palabras que busca armar y desarmar argumentos probatorios. La lucha es pareja.

A pocos minutos de iniciada la batalla, una sospecha emerge en la sala: El testigo sabe algo que por sí solo no sabe cómo decir. Hay que sacárselo. La Defensa lo intenta tenazmente sin intimidarse por las repetidas objeciones de la Fiscalía que parece saber lo que el testigo guarda en su testimonio. Una y otra vez, de distintas formas, se le incita al testigo para que hable, para que suelte “eso” que vio o que le sucedió y que es importante escuche el señor juez. El testigo contesta cuando le dejan y, ansioso, parece esperar la pregunta clave, aquella por la que vino desde su pueblo a sentarse en esta silla tan rara… hasta que al fin, una oportunidad pasa los obstáculos de la Fiscalía y él logra decirlo:

– La declaración que yo firmé, me la sacaron con amenazas.

¿Pero es su firma? Sí, es mi firma ¿Y usted leyó lo que firmó? No, no me dejaron. Nomás me dijeron que firmara ahí, que me convenía, y uno no sabe, uno piensa en su familia, le da miedo a uno. Me dijeron que yo vi, que yo supe y yo ni vi, ni supe.

Ahí está. Aunque el sistema sea nuevo, este país es el mismo viejo mañoso. El juez, le agradece al testigo y lo devuelve a su lugar. Cuando a su esposa toca el turno de sentarse en la atemorizante silla, la Defensa saca un as de la manga y se limita a una sola pregunta: Señora ¿A usted le consta? No, no me consta. Gracias, eso es todo para la Defensa Su Señoría. La pareja de fiscales, en un movimiento raro, tira la toalla y desiste de interrogar a la testigo que más tardó en recorrer la sala que en estarse quieta en la atemorizante silla.

Se siente como si un ángel tomara un banquito para acomodarse al lado de Los Imputados.

Pero falta la exposición de argumentos de la Fiscalía, o sea, de esa institución atorrante de la cultura nacional, llamada Ministerio Público, que en este Nuevo Sistema ha perdido uno de sus rayos fulminantes: la Fe Pública. Ese poder demoledor que significaba que todo lo que dijera, se asumía como verdad irrefutable. Ahora, todo lo que afirme, deberá demostrarlo.

Envalentonados, seguros, los fiscales hacen una exposición brillante y elocuente de sus argumentos. Cual Cicerones en el Senado Romano, sin pausas ni tropiezos, ponen sobre la mesa cada uno de los detalles por los que consideran que Los Imputados deben ser sometidos a juicio. No leen, dicen todo de memoria. No dudan, arremeten. Narran cronológicamente hechos y detalles, dan nombres, muestran fotos y exhiben conceptos elegantes con énfasis y enjundia: “Supuesto fáctico”, “Retractación” “Elementos coherentes y concomitantes”. Su exposición es brillante y sólida… pero sus argumentos no. Todo lo basan en un testigo que frente al Juez ha dicho que le sacaron la firma con amenazas, y en otro que no ha dicho nada determinante como para acusar a alguien. La kriptonita está aquí.

 

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Son las cuatro de la tarde. Han pasado siete horas y los policías que vigilan a Los Imputados no se han sentado un solo momento. A uno de los bebés le han improvisado una camita tras de su padre que espera la decisión del juez para saber si de aquí se va a su casa o la cárcel. Concluidas todas las fases de la audiencia más popular de Michoacán, Su Señoría ha pedido unos momentos para acomodar sus apuntes e ideas. Lo hace frente a nosotros y a un silencio seco. La sala sigue llena. El juez revisa su laptop y hace apuntes sobre una hoja. Debería levantar la cara y decir: fúmense un cigarro. Pero no. En vez de eso, carraspea, voltea a ver el reloj que dice 16:31 y comienza lo que parece será su veredicto…

Habla pausado pero firme. Se nota el esfuerzo por armar con cuidado un discurso equilibrado entre el rigor de los términos jurídicos y palabras que se entiendan. Dice que considerando todo lo expuesto, le parece que hay elementos para concluir que hay una privación de la vida no auto-infligida. En cristiano, que los ahorcados no se suicidaron, pero, y el pero retumba como campanas en la sala, observa que no hay elementos claros para suponer que Los Imputados estén relacionados con los hechos, es decir, que quedan inmediatamente libres bajo las reservas de ley.

– Entiéndase bien lo que digo, no se está definiendo aquí que sean inocentes, sólo que con lo expuesto por la Fiscalía no es suficiente por el momento. Pueden irse a sus casas.

Toma el mazo de madera, golpea una vez y dice Esta audiencia ha terminado.

Se escapan los aplausos. Los familiares saltan a abrazar a Los Ex Imputados. Del otro lado del bloque, por el rumbo donde duerme el niño, se liberan sonidos de alivio, ni palabras ni gritos, sólo sonidos que parecieran romper burbujas de angustia acumulada. Los abogados relevistas son felicitados. Los guardianes armados no quitan la vista de la alegría. Un papelito con una improvisada quiniela circula entre los reporteros y uno de ellos suelta un Te lo dije. El juez se levanta del estrado quitándose su túnica negra, camina hacia una puerta trasera como la que en los templos conduce a la sacristía, y desaparece. Una mujer de Ucareo pasa a mi lado, le sonrío y me responde. Las sillas desojan gente.

La Audiencia de Ucareo ha terminado. Pero los muertos siguen muertos.

Afuera esperan cámaras y micrófonos. A nadie le importa eso de que no hay que tomarles fotos a Los Imputados. El sistema es nuevo, pero este sigue siendo el mismo viejo país.

Al salir, vuelvo a ver a los cuervos. Qué mala fama les hemos hecho