Morelia/Margarita Blanco
Cuando niña, Cecilia Javier insistió en acudir a la escuela en contra de la voluntad de su papá que opinaba que las mujeres no tenían que hacerlo. Trabajaba como doméstica en una casa y se pagaba sus cuadernos.
Con dificultad logró capacitarse en alta costura, gracias a lo cual hoy puede sostenerse y a sus dos hijos, de diez y quince años, quienes estudian la primaria y secundaria, así como apoyar los gastos de su madre.
Su trabajo va desde poner cierres y arreglos sencillos hasta vestidos de fiesta y de XV años, lo que el cliente pida. “La costura parece muy sencilla pero lleva mucho trabajo”, explica sentada detrás de su inseparable máquina.
Hay arreglos complicados, de esos que “más valiera haber hecho el vestido de nuevo”, urgencias y clientes impacientes o poco pagadores, pero también personas que han adoptado el taller como un espacio para platicar y que terminan convirtiéndose en sus amigos, por lo que ella también la hace a veces de psicóloga.
No ha pagado publicidad, “con qué”, más que un anuncio al exterior del negocio que da a conocer sus servicios y la recomendación de quienes ya conocen su trabajo.
La mayoría de sus ingresos se destina al gasto familiar, ya que ella es jefa de familia. Eso sí con esfuerzo se ha hecho de una máquina recta, una over para terminados y una festonera, especial para vestidos de fiesta y chalinas, una plancha y algunos muebles, todos ellos herramientas indispensables para su trabajo. Sin embargo, su sueño es poder crecer su negocio y dar empleo a otras personas.
El trabajo doméstico lo realiza ella misma con la ayuda de sus hijos que “ya están grandes”.
No ha recibido capacitación por parte de alguna instancia gubernamental ni tampoco crédito. “Sí lo he pedido pero siempre me salen que solo hay para quienes van empezando. Y los negocios que ya tenemos tiempo, que hemos dado resultados qué, cómo vamos a crecer”, asegura en tono molesto.
“Hay que echarle ganas”, concluye, mientras inicia de nuevo
