¡Gracias Checo!

Imagen: Especial
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Por: Salvador Barajas.

Lo conocí en 1989, aunque ya lo había visto, ¿y quién no?, si Morelia aún transitaba por los caminos de la magia de la televisión, en aquellos días salir en la tele, no era cosa fácil ni  común y socialmente implicaba un reconocimiento generalizado.

   Los lunes era imperdonable no ver “Frecuencia Deportiva” en el Sistema Michoacano de Radio y Televisión, espacio creado por Sergio,  primero  compartiendo al lado de paco Ortega y luego, junto a un servidor por cerca de cinco años, cinco años de experiencias, viajes, anécdotas y muchos, muchos partidos de fútbol.

   En su revista Afición con sentido Social, redacté mi primer entrevista, en ese ya lejano 1989 y dos años más tarde hice mi primer aparición en televisión en el SMRTV, la primer impresión de Checo es la misma que conservé hasta el último día que lo vi en los pasillos del SMRTV, un tipo de una sola pieza: Pasional en su trabajo, firme en sus convicciones y un apasionado del futbol.

   Inútil me resultaría intentar hacer una recopilación de anécdotas, pues la memoria traiciona, solo baste decir que con mi buen Checo, viajamos en autobús a todos los estadios del país, incluso hasta Ciudad Juárez, para ver jugar al Morelia,  cantamos junto a la “Tota” Carbajal, nos encontramos en un Mundial e incluso vimos “reír” al estadio Morelos,  en una corta noche de lunes en el ya lejano año de 1992. Julio Rodríguez conoce la historia.

    A Checo, lo recuerdo y lo recordaré sonriente, irónico, punzante en la crítica, tipo congruente entre lo que hacía y decía, Vetado más de una vez en su ingreso al estadio Morelos, e incluso por ser correspondiente en sus dichos y actos, también en alguna ocasión dejó su casa el SMRTV, ante lo que el consideró una ofensa, no solo a él, sino  al propio canal.

    Junto a Checo, comenzó la ya añeja tradición de narrar los resúmenes de los partidos de fútbol en el Sistema Michoacano de radio y TV, algo que realmente le apasionaba, con el buen Checo entendí que narrar podía llegar a ser algo muy propio, muy personal.

    A Checo le debo con 20 años en tránsito haber traspasado las puertas de “La Catrina” donde lo mismo departía la clase política de la época, que la gran vieja guardia del periodismo michoacano, con quien tuve el gusto de convivir  y donde una tarde enfundados en quemantes camisas taiwanesas, arribaron Julio César Chávez y “El Finitio” López, ambos tan duros en la barra como en el cuadrilátero.

   De mi  buen Checo, ni fui el mejor de sus amigos, ni el más avezado de sus alumnos, pero lo conocí lo suficiente para saber que hizo de su profesión su pasión y de su pasión su vida, desde el primero hasta el último día de trabajo, por ello,  gracias Checo.