Lázaro Cárdenas/Julieta Coria
Para la visita del presidente Enrique Peña al puerto de Lázaro Cárdenas, se encontraban los enormes Usumacinta y el Zapoteco, esperando al vaivén del Océano pacifico.
Apenas las 11:00 am de la mañana y en la Décima Zona Naval, se superan los 27 grados, los hombres y mujeres de mar, caminaban con cierto aire de grandeza, los hombres y mujeres de blanco lucen limpios, pulcros con una seriedad y rectitud indiscutible. Hoy en el día de la Marina, saben que el festejo es para ellos.
1 de Junio, día de la Marina; día de recordar a los marinos, a los caídos, aquellos que en combate murieron y hoy se les honra con la memoria, y una sencilla ceremonia en altamar.
En calma el mar y su movimiento es lento, pausado, cerca se puede sentir la brisa que refresca el intenso calor, en fila se encontraban periodistas e invitados especiales frente a dos poderosas bestias de metal, a punto de zarpar.
El primero en hacerlo fue el Usumacinta, el enorme buque gris, uno de los más grandes y fuertes que tiene la Armada de México, se encontraba ahí, en el puerto atracado en los muelles de la API, embarcación con un grupo de funcionarios estatales, federales y marinos abordo.
Enseguida el Zapoteco, ya con docenas de periodistas, camarógrafos y fotógrafos, listos para captar probablemente las imágenes más hermosas del excelso puerto y sus rincones sobre el mar, por supuesto.
Sin miedo aparente, y como con gran seguridad, todos suben al buque, la cámara lista, los celulares para capturar el momento, las páginas en blanco para redactar lo que ocurra, es ahora cuando en cada uno de ellos, la memoria atesorará, tal vez, el momento… es ahora cuando se pone a prueba, la memoria, como la mejor herramienta, para en el oficio de escribir, redactar la mejor nota, la mejor crónica.
Poco a poco ‘la bestia de acero’ comenzaba a convertirse, en un pequeño transporte a un viaje nuevo, lleno de nerviosismo para unos de ellos, mientras para otros, un viaje más, sólo hacer su ‘chamba’ pero ahora con otra percepción, ambas resultan gratificantes.
Empieza el recorrido, impresionante, con un escenario magnifico entre mar, la vegetación, y la brisa que golpea ligeramente el rostro, sobre un oleaje, suave, lento, otra vez.
Más adentro, aquél grupo de viajeros, dirigidos por ni más ni menos que por los Marinos, los hombres de mar, quienes en su rostro y su piel quemada, invitan a acercarse a las profundas aguas, van al frente del timón con inexpresivos rostros.
Ahí, cada vez más cerca de los barcos, avanzan, alrededor todo parece miniatura, pienso, justo cuando por debajo del puente Albatroz, pasa el buque, color anaranjado, se levanta y ve pesar por debajo las imponentes bestias de metal.
Sentir el roce con las manos, retar el sol de frente y mirar, como si no hubiera más, era la sensación, en medio de la nada, donde cada vez el oleaje se incrementaba, y las grandes olas, rompían con un sonido estrepitoso.
El recorrido ha dejado de ser lento y suave, ahora el vaivén es intenso, como el movimiento, que acelera chispazos de adrenalina.
De pronto, la tripulación se encontraba en medio de la nada, el buque se detiene, a los lejos sólo se observa el Usumacinta, detenido con sus tripulantes, todos de blanco con aires de grandeza, esperando que de los cielos llegué en helicóptero, el presidente de México, Enrique Peña Nieto.
La espera, larga y desesperante, el oleaje cada vez más fuerte golpea al buque, que ya comienza a golpear con enorme fuerza el barco, el vaivén del barco se vuelve pesado, no hay nada, a lo lejos sólo se observan diminutas figuras metálicas y algunas aves que vuelan bajo sobre la plataforma.
El oleaje se incrementaba, y las grandes olas, rompían con un sonido estrepitoso, la ligereza del agua, pega y mueve de un lado a otro el gran Zapotenco, a lo lejos, la misma situación ocurre en el Usumacinta
Hasta arriba, el sol cala muy fuerte, en silencio los periodistas continúan haciendo su trabajo, a la espera que llegue Peña Nieto y arroje de entre sus manos la flores en honor a los caídos al mar y devore de inmediato su recuerdo, como cada año…
Pero ante su inminente retraso, el mareo ha dado rienda suelta y ha golpeado en lo más profundo sobre altamar, dejando periodistas tirados sobre la plataforma, otros detenidos en todo momento de tubos para sostenerse, otros más buscando el equilibrio, soportando los poderosos síntomas que hicieron incluso, que perdiera la memoria de quién redacta esta crónica y omitiera algunos momentos que plasmar.
El momento esperado llegó, ante el inclemente sol y bajando del cielo en un poderoso helicóptero con la bandera de México, baja el Presidente, se observa a los lejos, miniaturas en blanco que poco a poco se reúnen, no se sabe si conspiran, no se sabe que dicen, muchos menos que dicen sus rostros.
Pasaron algunos minutos antes un ensordecedor silencio, cuando de la nada, cae la ofrenda floral y todo se acaba…no hay cañones al aire, no hay gritos, no hay aplausos, de barco a barco, solo el sonido del viento se escuchaba.
¿Fue todo?…se rumora entre periodistas…sí! eso fue todo.
Es hora de regresar. El buque de nuevo gira a la siguiente dirección, no sin antes adentrarse sólo un poco, cerca del Puerto, donde los enormes barcos, minimizan, todo a su paso.
El oleaje sigue en picado, es agotador y cansado, ya hay pocas emociones, se nota en los rostros de los periodistas que han decido dormir, o acurrucarse en una sombra, esperando tocar tierra.
El recuerdo ahora está en la memoria, de aquéllos que, en un viaje en altamar, se adentraron al Pacifíco, y por segundos estuvieron en medio de la nada, agua por todos lados, y ante las inclemencias del clima y los síntomas de la cinetosis, el viaje se atesora en la memoria, en el recuerdo del mar, el Zapotenco, el Usumacinta y los marinos. Que gran satisfacción.