Morelia/Julieta Coria
Un enorme corazón hecho de rosas blancas y rojas, adornan la Plaza Melchor Ocampo de Morelia, esta mañana del 15 de Septiembre, fecha memorable para la nación. En Morelia hoy se ofrece una ofrenda floral a los caídos en un atentando hace ya ocho años.
Cuatro veladoras permanecen encendidas en el lugar, en el mismo lugar donde ocho personas que no lograron escapar a los efectos de los explosivos murieron mientras celebraban ‘el grito de dolores’. Una muerte trágica, una muerte rápida.
Los sobrevivientes y familiares de los caídos, están presentes, cada año acuden al mismo lugar, en memoria de los que ya no están, cada año con flores y veladoras, los recuerdan.
“Señor Gobernador, exigimos nos atienda personalmente para que conozca nuestras necesidades: pensiones vitalicias, atención médica, medicamentos. Ya que a lo largo de estos ocho años no hemos tenido solución” se lee al fondo una pancarta.
En el lugar, esperan la presencia del gobernador Silvano Aureoles, en su lugar el alcalde moreliano, coloca la ofrenda floral, se toca la marcha del silencio y se depositan más y más flores, el silencio es inevitable, los rostro de dolor y llanto apararecen y con ellas las promesas de apoyo, de despensa, de medicamentos por las autoridades de la ciudad.
Los familiares quieren hablar con el gobernador, apenas dos días atrás, los solicitaron públicamente. Hay quienes incluso aseguraban su ausencia por cierto descontento por las pancartas al fondo de la ofrenda.
La tristeza se agudiza, la prensa empiezan a preguntar sobre lo sucedido aquella noche, las dolorosas anécdotas se hacen presente, son historias que nadie quiere recordar, hay lágrimas, se nota el sufrimiento.
Sobre la Avenida Madero, cuatro camionetas blancas llegan a toda velocidad, el gobernador ha llegado en medio de una gran seguridad atraviesa el contingente ya menos numeroso de funcionarios, se acerca a la ofrenda, saluda a pocos, esta vez no hay sonrisas, no hay ‘selfies’, total seriedad, viste de negro, incluso la corbata.
Guadalupe Hernández, la vocera de los sobrevivientes, rompe el silencio, y exige a nombre de sus compañeros una iniciativa para aumentar los apoyos gubernamentales, los afectados son muchos, lo apoyos casi nulos, dice con una voz entre cortante. El gobernador escucha, habla en silencio, demasiado suave, apenas se percibe su voz.
—Con el mayor respeto que usted se merece, le decimos que eso era lo que queríamos —dice Hernández—. ¿Cree que nosotros tenemos otras intenciones? No. La intención de nosotros era acercarnos usted para que usted nos conozca y conozca las necesidades que tenemos por boca de nosotros”. El gobernador asienta, observa, en total seriedad. «Totalmente, por eso ni se preocupe».
«La vida de nosotros no es la misma, a partir de atentado, todo cambio» continua la vocera, se le quiebra la voz, suelta en llanto. «aquí murió una parte de nosotros, ¿cree que es fácil» encara al gobernador, detrás de ella los demás sobrevivientes, no pueden ocultar el llanto, secan discretamente sus ojos «nos duelen nuestros muertos, nos duele tanto…»
Otra víctima, un hombre de chamarra roja, quien había permanecido solo escuchando, se levanta de su silla de ruedas, descansa sus brazos sobre las muletas que tiene a un costado y con una grave voz entrecortada apenas sosteniéndose, pide ayuda» si en verdad nos va a ayudar, ayúdenos, no nada más hablen». El gobernador con dos rosas en las manos, baja la mirada.
En la breve conversación, afectados y gobernador prometen tener otro, encuentro, hablan sobre los apoyos, sobre las pensiones, sobre los medicamentos, sobre todas las secuelas que dejaron aquella noche, donde todo cambio, en cada familia de los que ya no están, así como los que sobrevivieron ante trágico suceso, un suceso que cambio la percepción incluso, de la ciudad de Morelia, de Michoacán, pero sobre todo de la gente, quienes nunca olvidaran lo sucedido.
En la plaza Melchor Ocampo, el breve encuentro terminó, las historias dolorosas dejaron de contarse, las promesas ahí quedaron y demandas fueron escuchadas, las flores y las veladoras permanecen en la desolada plaza, donde lo único que permanece fue el recuerdo y dolor de los sobrevivientes.