Morelia/Bernardino Rangel
Michoacán, uno de los estados más pobres de México tiene dentro de sus singularidades más pulidas la afición por los ritos. Muchos de ellos se celebran en el Teatro Morelos, el espacio más propicio para que ceremonias de toda índole sean contempladas por un público cómodamente sentado en butacas acolchonadas. Esta vez, la fila de personas que ingresa, reporteros, funcionarios y estudiantes de uniforme guinda venimos a la ceremonia del 32 aniversario del COBAEM.
Varios de los pocos que lean estas líneas se preguntarán qué es eso del COBAEM. Yo estaba igual, pero al acercarme me entero que son las siglas del Colegio de Bachilleres del Estado de Michoacán, una institución creada en 1983 para satisfacer las demandas de educación de la creciente población michoacana. Comenzaron con 3 mil alumnos, hoy, 2015, son casi 50 mil distribuidos por toda la geografía del estado.
A la entrada, una comitiva de señoritas uniformadas da la bienvenida. Preguntan la naturaleza de la visita ¿Viene usted de algún medio? Entonces debe acomodarse abajo a la izquierda; ¿Es usted funcionario? Permita que una de nosotras le acompañe hasta los lugares centrales; ¿Es público nada más? Entonces hasta arriba y donde pueda sentarse.
En una tenue penumbra, el interior del teatro vive la expectativa de la puesta en escena. Las escaleras laterales han sido adornadas con muchachas vestidas con trajes típicos michoacanos. Quietas, lucen plumas y folklóricos adornos de la región. Aguacates y corundas. En el pasillo que corta el auditorio por la mitad se ha acomodado una banda de estudiantes de Huetamo con clarinetes, cornetas y violines.
Iluminada con una luz cenital, en el escenario espera una larga mesa decorada con guirnaldas donde se acomodarán las personalidades de la ceremonia, entre ellas, Cuauhtémoc Cárdenas, michoacano de alcurnia y figura mítica de la política contemporánea mexicana. No sólo es el hijo del generalísimo Lázaro Cárdenas que expropió el petróleo para los mexicanos, ni el valiente que puso en jaque al sistema político del país en 1988, sino que además, fundó el COBAEM. Por eso es que hoy, a sus 81 años, se le dará un público reconocimiento.
Su presencia ha despertado el interés de los medios. No sólo por ser quien es aquí, sino porque hace unos días su hijo demandó al gobierno de Michoacán por dos millones de pesos que se le deben por su gestión en la construcción de un teatro que aún no se ha construido.
El maestro de ceremonia pide al micrófono que recibamos “con un fuerte y sincero aplauso a las autoridades que nos honran con su presencia”. El público obedece y de las bambalinas aparecen ellos: el director del Colegio, el Presidente Municipal de Morelia, el Rector de la Universidad Michoacana, el Presidente del Poder Judicial de Michoacán, el Subsecretario de Educación Superior, el representante del gobernador en turno, el representante del gobernador electo, el homenajeado, y el que se lleva la primera ovación del evento: el Secretario del Sindicato de Trabajadores del Colegio de Bachilleres de Michoacán.
El auditorio está coloreado por las playeras guindas de los alumnos que siguen entrando en filas ordenadas y en semi-silencio. Cada fila lleva un maestro que indica dónde sentarse y recuerda en cuchicheos: Todos callados. “Pero présteme mi cel, maestra, ándele” “No, hasta que volvamos al camión”.
Antes de la oratoria, los honores a la bandera. “Todos de pie para escuchar al corneta de órdenes que entonará las instrucciones para la retirada de la escolta”. El auditorio se levanta automáticamente y cantamos el himno. Luego arranca el discurso oficial en la voz de Rolando López, director del Colegio que tarda tres minutos repitiendo los nombres de las personalidades que ya escuchamos antes. La gente aprovecha para checar sus celulares. De todos los ángulos chispean luces de las pantallas mientras el orador lanza, a un público que no le escucha, frases como “su distinguida presencia” o “su vocación fundacional”.
Mientras habla, en una pantalla tras de él, hojeamos el álbum fotográfico del festejado de 32 años. Aparece con sus calles empolvadas, con sus aulas frágiles sin terminar, con sus autoridades otorgando premios y con sus alumnos encestando pelotas dentro de un oxidado aro de basquetbol. El director cierra el álbum con palabras de Machado: Sólo se pierde lo que se guarda, sólo se gana lo que se da.
Aplausos.
El maestro de ceremonias vuelve al ataque. Nos recuerda el honor de tener entre nosotros al diputado tal, a la diputada tal y a la próxima funcionaria de gobierno. El público aplaude como si no recordara que de donde viene, odian a los diputados y a los funcionarios de gobierno.
La banda de música se arranca con tres piezas de Agustín Lara acompañada de un rumor de pláticas discretas. Nadie la escucha. El público revisa sus celulares y hasta los de la mesa de honor dialogan abiertamente en parejas. Luis Antonio Magaña de la Mora, Presidente del Poder Judicial, le cuenta al oído algo a Cuauhtémoc Cárdenas que ríe abiertamente sobre su asiento. La melodía taurina de Granada que inunda el disperso auditorio crea una atmósfera surrealista y el rito sigue su paso aburrido, pero firme y poderoso.
Ha pasado una hora. Toca el turno de los reconocimientos a quienes obtuvieron el 10 de calificación. Bajo un beat de aplausos intermitente, ocho alumnos hombres y dos mujeres suben a recoger sus diplomas, luego les toca a los trabajados con muchos años de antigüedad. Saludos de mano y sonrisas en el escenario. La breve ceremonia es el preludio de tres bailes típicos interminables que arranca los bostezos del teatro. Mientras los danzantes zapatean bajo sus trajes capoteados y máscaras asfixiantes, el Presidente Municipal de Morelia guarda un rato su sonrisa congelada y se sumerge en su celular. El público, lo acompaña.
Antes de presentar al grupo musical, el maestro de ceremonia, extrae de la inagotable cantera de aplausos una ración para más personalidades que nos acompañan: el funcionario, el asesor, el ex diputado… y ahora sí, tras de él, ya se acomodan los micrófonos para recibir a quien se llevará los aplausos de esta mañana: Bola Suriana, el orgullo musical de Michoacán que ha recorrido el mundo. Rápido se acomodan y se arrancan con México Lindo y Querido. La gente deja sus celulares para integrarse al coro: Si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí. Le siguen Juan Colorado y Caminos de Michoacán. No hay público michoacano, por profundo que sea su sueño, que no despierte con esos sonidos. Los músicos se marchan bajo una ovación. El presentador toma el micrófono y la gente lo calla. Quieren más música, por favor. La Bola Suriana vuelve como estrella de rock. Hacen chistes y felicitan al cumpleañero. Con su colmillo retorcido, tocan algo moderado para neutralizar el ánimo y se retiran. Ya, pongámonos serios. Le toca a Cuauhtémoc Cárdenas.
El Ingeniero camina hacia el estrado sobre un aplauso cerrado y unánime. Con sus largas batallas a cuestas, toma el micrófono y va soltando de a poquito un discurso moderado de agradecimiento moderado, cómo siempre ha sido él. Menciona a quien es necesario, rechaza la exclusividad del mérito por haber fundado el COBAEM, y reitera lo obvio: crear instituciones que apoyen la educación del pueblo, es obligación de todo gobernante. Su porte va adoptando la silueta de un próximo monumento que seguramente no le negará el país. Quizá lo sepa. Por eso no le es necesario decir nada más que lo pertinente a esta ceremonia. Los adolescentes que llenaron las gradas recordarán algún día haberlo visto hablando en una fiesta escolar y eso es suficiente. Se despide. Le aplaudimos y vuelve a su asiento para ser felicitado por sus compañeros de pupitre.
El rito, felizmente, se acerca a su fin. Lo anuncia la banda que interpreta el himno del COBAEM. Discretamente, los invitados comienzan a desalojar la sala que esperará el siguiente rito michoacano, ese que contribuirá, para bien y para mal, en la construcción cultural de nuestra identidad, tan lastimada últimamente.
Al salir, el enjambre de reporteros va por Cuauhtémoc. Le cuestionan sobre su hijo. Sin dejar de caminar, responde. Pregúntenle a él.