El espacio público no es neutro | Salvador García Espinosa

Ilustración André
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URBANÓPOLIS | Análisis

La definición tradicional del espacio público distingue lo público por oposición al espacio privado. Sin embargo, esto queda muy limitado para nuestra realidad urbana, pues ahora más que nunca cobra relevancia un enfoque sobre las prácticas sociales, como criterio para la definición de lo público como el lugar de encuentro social. Desde esta perspectiva, por ejemplo, los centros comerciales se consideran espacios públicos, aunque se trate de una propiedad privada, pero debido a que ahí se realiza el encuentro e interacción propio de la sociedad.

Para muchas personas, y más aún para algunos gobernantes, cuando piensan de lo que debería ser el espacio público, piensan generalmente en una visión idílica que se ha construido sobre ciudades de la cultura europea occidental. Ejemplos recurrentes son las plazas de ciudades italianas, calles de Barcelona, el uso de bicicletas en Copenhague, etc. Pero no se debe olvidar que todos constituyen excelentes ejemplos de procesos sociales históricos, únicos en contextos geográficos específicos.

Se ignora lo anterior cuando se constituye como práctica común el pretender copiar a manera de “recetas” para generar espacios públicos similares. La idea que subyace es la noción de un espacio cosificado, como si se tratara de una pieza que puede insertarse en cualquier ciudad. En otras palabras, como si la ciudad fuera una serie de piezas aisladas, donde los habitantes de la ciudad se piensan como algo a priori cuya “actuación” simplemente dependerá de las características de este último.

Sin duda es un error considerarlo así; este enfoque considera a lo planeado o diseñado como una escenografía, y de ahí suponer que las personas se comportan de modo previsible, como actores siguiendo un guion, representándolo en una escenografía. Se ignora que se trata de individuos con autonomía y voluntad propia.

Por el contrario, a una de las primeras líneas de pensamiento que aborda el comportamiento de las personas en el espacio público se conoce como escuela performativa, y consiste en observar cómo se comportan las personas en el espacio público utilizando, como procedimiento antropológico la comparación entre los comportamientos de las personas en el espacio público y el reproducido en las artes interpretativas. El interés se centra en observar cómo es que las personas se relacionan entre ellas en el espacio público, cuándo y cómo se saludan, si es que se evitan, cómo se relacionan en el espacio, sí conversan o no, la ropa que usan, los gestos que realizan, etcétera.

Para todos nosotros resulta obvio comprender que los comportamientos en el espacio público son únicos; basta sólo recordar cómo es nuestro comportamiento en una calle, en una plaza, en un jardín. Pensemos que en algunos espacios facilitan el encuentro y otros nos propician el aislamiento; hay lugares que nos transmiten calma y otros inquietud o intranquilidad; pero en ningún caso los espacios son neutros.

La influencia de la visión performativa ha influido en la práctica del diseño urbano, cuando se consideran determinadas pautas de comportamiento de los individuos para el diseño de futuros espacios públicos, con el objetivo de lograr que los habitantes se apropien de estos espacios a través de sus prácticas sociales.

Se asume que los ritos de las personas se repiten bajo determinadas circunstancias, y éstas son precisamente la esencia del espacio público, pues se conforma a través de las relaciones que las personas establecen en él, de forma tal que no sólo interesan las prácticas individuales, sino las grupales y colectivas.

Si se asume que cada espacio público es único al ser producto de un contexto social, económico y geográfico específico, que demanda en primera instancias abandonar la perspectiva del experto que brinda  una solución para un futuro imaginable, y deseable y no, una solución acorde a un espacio y proceso que acontece en el presente que es donde se llevan a cabo las relaciones y prácticas de sus habitantes, de forma tal que individuos, grupos y colectivos habiliten sus prácticas y relaciones en procesos diferentes, y acorde a distintos espacios públicos.

Para comprender esta relación bidireccional espacio-individuo en el espacio y en el tiempo, imaginemos cómo cambia el uso del espacio público de un desarrollo habitacional. En un inicio, se asume que los ocupantes de las viviendas serán familias recién formadas, y el parque de la colonia se equipa como un parque con juegos infantiles. El tiempo pasa, los juegos se deterioran, los niños crecen y como adolescentes buscan otro tipo de espacios mayormente deportivos; mientras tanto, el parque simplemente se deteriora por falta de uso. Después se puede identificar una tercera etapa, los adultos regresan en busca de un parque a dónde llevar a sus nietos a jugar, pero aquello que fue un parque ahora simplemente constituye un predio baldío y abandonado, peor aún, se ha convertido en un espacio inseguro.

Hoy, de acuerdo con nuestros recursos económicos, buscamos espacios de encuentro social, aunque sean privados en su mayoría, como los establecimientos de juegos infantiles disponibles en centros comerciales o videojuegos, gimnasios, cafeterías, bares, restaurantes, etc. De forma tal que podemos habitar un conjunto habitacional y no conocer a nuestros vecinos por falta de espacios de encuentro social en la colonia. Al final del día nadie notará la ausencia del espacio público, pero todos sufriremos sus consecuencias como sociedad, antes la falta de solidaridad y cohesión social.