El diálogo del saxofón…

Imagen: Especial
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Morelia/Héctor Tapia

Con el contrabajo a la espalda, aun en su funda, Irepan Rojas entra a paso lento, esquiva un par de mesas. Saluda discretamente a quienes llegaron a Amati, en pleno centro de la ciudad, para escuchar un buen rato de Jazz.

Mientras Irepan saca el contrabajo de su negro ropaje protector, Roger Vargas está sentado ya frente a la batería y Alfonso Muñoz hace lo propio con el saxofón. Por otro lado, y para servir la mesa, la camarera acerca menús o cervezas artesanales a los friolentos parroquianos.

La luz, un poco amarillenta, intenta ser cálida, se impregna en las paredes de cantera y dan refugio a las risas y conversaciones alimentadas por la emoción del fin de semana.

No está a reventar el lugar, aún hay algunos espacios, pocos pero los hay.

Juan Alzate, jazzista impulsor del Jazztival de Morelia, llega al bar. Como siempre, o casi siempre, llega relajado, playera debajo de una camisa desfajada y desabrochada, y sus lentes redondos enmarcando su rostro.

Los dedos de Irepan comienzan a puntear las cuerdas del contrabajo, le sigue la batería y el saxofón.

Hay un aparente caos de notas que están enmarcados en una armonía que fusiona los individuales esfuerzos improvisados que comienzan a colorear la noche.

Interpretan piezas del avant garde y del Free Jazz, dice la publicidad previa al evento. También incluyen la Improvisación Libre Contemporánea.

En primer plano Alfonso Muñoz, delgado, pegado boca a boca al saxofón, se encorva y endereza en un ritual dancístico musical que escupe roncos sonidos al aire y se pegan a las notas, también caóticamente ordenadas, de la batería y el contrabajo.

En las cuerdas, las manos de Irepan son bailarinas que juegan y arrebatan, entre breves golpeteos, el compás que va dando forma y vestimenta a cada pieza que interpretan.

De pronto, una vez concluidas unas cuantas piezas, Juan Alzate, que no estaba contemplado en el programa, se acerca, saca del estuche su saxo, habla y bromea con la banda. Quienes le conocen saben perfectamente lo que viene.

Juan y Alfonso comienzan un diálogo de saxofones, a contratiempos, se empalman. Alfonso lanza una escala que Juan le contesta con otra, arrojan frases auditivas que se empalman en el aire. Quizá nadie esperaba el dueto, aunque sí una agradable noche, de esas que a veces ofrece la vida moreliana.