Morelia/Redacción
No llegaron ni a cien, y ni sus discursos, sus gritos, su música y menos sus imágenes fueron estruendosas, no así su mensaje mediático, delineado en una sola frase: ¡libertad a Mireles!.
Ocuparon el único espacio li-bre, aunque dejado momentáneamente por los adolescentes y jóvenes del Pentatlón que a su vez invadía el sitio de los centenares de peatones del centro histórico.
Tampoco iniciaron exactamente al mediodía, y con una lerda organización a cuestas de los mismos, los que siempre han estado en esta particular lucha, empezaron a mostrarse.
A sus lados no podían pasar desapercibidos no solo el quiebre de la majestuosa Catedral o la erguida pero fría figura de Benito Juárez o la nada parsimoniosa Danza de los viejitos.
Pero nada ni nadie debía impedir que alzaran las voces de libertad en una sola, lo más alto posible, no importa que su sonido en el aire no alcanzara el cielo deseado; ahí estaban ellos, como lo habían prometido.
En la Plaza Benito Juárez, en el inevitable silencio de quienes se saben una minoría, desplegaron sus consignas, en un horizontal mensaje de papel, en cartulinas, en el inseparable altavoz.
El después del mediodía era caluroso pero no tenían tregua para resguardarse, eran tan pocos y tanto trabajo por delante, solo se quedaban inmóviles los que no sabían escribir.
De los mismos, los de siempre, no hilvanaron un mensaje compacto, no hubo discursos, solo arengas, casi islámicas, solo coincidentes en el reclamo de libertad para Mireles, que a veces parecía súplica.