El debate histórico y la historia de siempre

Imagen: Especial
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Morelia/Bernardino Rangel

1.

¿Por qué llamamos debate a algo que no lo es? En eso voy pensando cuando me detiene la mujer policía. Increíble. Han levantado un cerco de cuatro cuadras alrededor de donde será el encuentro entre los candidatos a la alcaldía de Morelia. ¿Increíble? No, retiro eso. En Michoacán uno debe acostumbrarse a la interpretación monárquica que tienen los políticos de sí mismos. Bajo la  ventanilla…

– ¿A dónde va joven? Dígame… ¿Qué se le ofrece?

– ¿Por qué está cerrada la calle?

– Es que no se puede pasar porque va a haber un debate en el Sistema.

– Pero yo vivo en la esquina.

– Ah… pásele, pásele.

Estaciono a un par de cuadras. A lo lejos aprecio, tras el parabrisas de un coche, el torso semidesnudo de una mujer. Me detengo para amarrar mis agujetas. Intento evadir la situación con elegancia. Por fortuna, la mujer tarda poco en bajar del coche. Cruza la calle fajándose una camisa. La reconozco. Es la candidata del partido Movimiento Ciudadano que termina de vestirse para la ocasión. Se para y se acomoda un zapato. Medio cojeando, llega hasta el cofre de una camioneta donde la esperan otras personas con folders abiertos. Las prisas.

En la esquina de la privada donde se encuentra el Sistema Michoacano de Radio y Televisión se forma un contingente de granaderos con armaduras tipo Batman, tras de ellos, cinco conos anaranjados bloquean el acceso. Otra vez me detienen. Mismo cuento, y paso al nivel 3. Al fin en la puerta, otros cuatro trabajadores me preguntan. Respondo: “Soy prensa”. Quieren saber qué cargo en la maleta. “Un cuaderno”. “¿Nada más?”. “Lo juro”. “Pase entonces”. El paranoico despliegue policiaco se diluye en despropósito. Tres retenes y a nadie se le ocurrió revisar mi bolsa. Hubiera podido meter una pistola. Así es mi tierra.

Un hombre con chaleco de reportero me conduce por pasillos vacíos hasta una puerta con un letrero: “Prohibido entrar si no eres feliz”. Dudo un poco y paso.  En el interior hay un breve espacio de unos seis por cuatro metros repleto de sillas vacías. Frente a ellas, una pequeña mesa con el protocolario mantel verde, carga una enorme pantalla plana que se recarga sobre la pared. Es la Sala de Prensa.  “Al fondo hay galletas y  café por si gusta”. “Gracias”. Me siento, cuento las sillas… cuarenta exactas. Cuarenta sillas en una oficina pequeñita. Hasta el momento, todo se parece al debate de hace una semana para los candidatos a la gubernatura, pero sin presupuesto.

2.

Se ha llenado la sala. Los reporteros optan por platicar en el pasillo. En la pantalla están las noticias con lo último de las campañas políticas. Un espontaneo pide que le cambien al fut, por piedad. Entre las risas, aparece otro de los hombres con chaleco de reportero y nos anuncia que los candidatos están listos para la foto. Salen disparados los fotógrafos. Yo no traigo cámara pero esto no me lo pierdo.  Bajamos una escalera, damos vuelta en u, pasamos por una cocina, por un jardín, cruzamos la sala de invitados (con mejores galletas que las nuestras), llegamos a otro cuarto, vemos al candidato del PT  sentado mientras lo maquillan y entramos a un enorme estudio iluminado. Ahí están. Parados bien derechitos frente a un enjambre de cámaras, sonríen con rigor de maniquí, levantan el dedo pulgar, no paran de sonreír, no se mueven. Una ovación de clicks se expande por el estudio hasta que se escucha la voz que nos despide: “Se acabó el tiempo. Por favor compañeros, desalojen la sala”. El candidato del PT llega corriendo a su lugar. Lástima, ya nos vamos, no le tocaba.

3.

Esto es histórico. Nunca hubo un debate para la alcaldía de Morelia.

El encargado lee las reglas del enfrentamiento. Será como un examen. Con antelación se pasó a los candidatos la guía de estudio con nueve temas que saldrán al azar, uno a la vez, de una transparente vasija de cristal. La suerte hará lo suyo, y ellos, lo que puedan.

El primer papelito le toca al candidato independiente que hace apenas unos meses lideraba la bancada del PAN en la cámara de diputados. Los tornados de la política quisieron que no fuera el elegido, así que hoy se presenta como totalmente ajeno a los partidos. Su tema: Movilidad. Su conclusión: No más autos, los peatones al poder. Con la habilidad que lo encumbró hasta la cima de su ex‑partido, Alfonso Martínez, da una exposición impecable. Eso sí, tiene que destinar la mitad de su intervención en presentarse porque al formato se le olvidó destinar tiempo para ese detalle. Su participación es notable. Le deja la vara muy alta a los rivales que, pasada la ronda, no logran empatar su calidad en la retórica. Es el rival a vencer. Lo ha confirmado.

Luego viene el candidato del PRI desplegando papiroflexia con los viejos pergaminos de su partido. Dicen que es un letrado, pero no lo demuestra. Suena a manual, pero le echa ganas y no deja de sonreír. Le sigue Getsemaní Solís, de Movimiento Ciudadano, de profesión ortodoncista, de larga y rubia cabellera que despotrica contra los políticos que nos han robado desde que se acuerda. Ella, representante de un partido político, acusa a los partidos políticos, porque aunque sea candidata de un partido nunca ha pertenecido a ningún partido. No entiendo, pero ha de ser que no veo muchos debates.

Nueve candidatos obligan a un formato acelerado y los que toman la palabra lo sufren. Hablan como si corretearan a sus palabras, y aun así, se les acaba el tiempo y les cortan el micrófono antes de terminar. En la Sala de Prensa,  de la aglomeración va naciendo el calor, se nos acaban las galletas, y de tan juntos, no podemos ni cruzar las piernas. Será un largo debate.

Carlos Río del PT y Rafael Núñez de Nueva Alianza intervienen en tonos grises. Alfredo Ramírez Bedolla, de Morena, muestra la combatividad genética de los de su partido, pero luego… luego aparece quien se ganará el cariño de la Sala de Prensa con sus participaciones: Vicente Guerrero, del Partido Humanista. Parece ser una tradición. Los reporteros adoptan al más débil para exentarlo de críticas. Como si fuera una oveja atrapada entre lobos. Y al menos en este caso, no parece ser para menos. Un rompecabezas de buenas intenciones sin estructura discursiva. Contesta lo que no le preguntan, extiende sus brazos como intentando tocar a los televidentes, llama a la pureza del pueblo ofendido: “Ahora sí”, “Denme su voto” “Salvemos Morelia” “Ellos son narcos, malos, y (por supuesto), corruptos”. Nos ha ganado más allá de los blasones que ostenta su nombre. Un personaje.

En medio de las risas y comentarios provocados por el goce de su intervención, me pregunto si el arte de gobernar tendrá que ver con hablar bien. No lo creo, pero si no hablas bien, no gobernarás. Es un hecho intrínseco a la democracia.

Hacen su aparición, Raúl Morón, del PRD, como un político experimentado, y Nacho Alvarado, del PAN como uno serio. Y ese es su fracaso. No producen más que indiferencia y silencio. Demasiado senadores, demasiado funcionarios,  blancos fáciles. Les falta tomar distancia de aquello de lo que la gente está harta. Morón saca las tablas, Alvarado las tarjetas.

4.

Por lo expuesto en una hora de debate, pareciera que vivimos en una ciudad al borde del desastre. El panorama que plantean los candidatos es desolador. Por ejemplo, la Policía. Sólo tenemos doscientos efectivos, mientras que en Querétaro, hay mil doscientos. Por ejemplo, el agua. Resulta que cuando llueve nos inundamos y cuando no, nos falta hasta para tomar. Además –nos lo muestran con gráficas- es la más cara del país. No es posible, pues. Luego sale el tema de la corrupción y se antoja que escuchar a los políticos hablar al respecto, será un agasajo de humor involuntario. Y sí, no decepcionan. Getsemaní dice que los giros negros no se pueden quitar porque entonces no tendrían a dónde ir los funcionarios, y Jaime Darío promete que (ahora sí, en serio) el PRI no permitirá la corrupción. La pregunta que parece flotar, trémula, en el estudio es: ¿qué hacemos si somos tan corruptos? Venga. Lluvia de ideas: Licitaciones por internet, abstención, normatividad, voluntad, auditorías, anulación del diezmo, fe, caridad, amor, o ya de plano, guerra a los corruptos que vienen de otro planeta, es más, ¡cárcel! O sea, milagros. Incluso, Getsemaní, como en el huerto, invoca a Dios.

La palabra cultura aparece transcurridos una hora y seis minutos. Debut y despedida.

La gente comienza desesperarse. Otra vez piden que le cambien al fut, y otra vez reímos. Como nadie se lo toma en serio, las gradas comienzan a desocuparse. Las rondas de intervenciones caen en la sala cual losas pesadas. Parece que es demasiado por hoy. Se comienzan a guardar compus, cámaras y  lápices mientras los candidatos continúan hablando en la pantalla. La Matrix. El tiempo se hace una nube densa en la pequeña sala. Morón y Getsemaní tratan de colocar sus últimas cartas. Él, que juega futbol y chambeó en el mercado de San Juan, ella, que construirá un hospital para mascotas, y además… ¡al candidato independiente le gustan los toros!

Cuando Alfonso Martínez pide que voten por él con el argumento de que estaríamos haciendo historia (y la Historia, claro, es una tentación difícil de despreciar), sólo quedamos cinco personas en la Sala de Prensa. Tal vez, los que se fueron ya no eran felices.

Al fin termina.

En las calles continúan los bloqueos policiacos. Parece que los doscientos efectivos que tenemos en esta ciudad están en estas calles. Más allá de sus barricadas, en esta noche histórica, hay una historia triste, obscena y conocida: decenas de adolescentes humildes se amontonan peligrosamente sobre la curva de la carretera brincando y ondeando banderas a favor del PRD y del PRI.