Morelia/Erick Alba
La coincidencia entre estos 12 jóvenes está en su mirada de curiosidad: es la primera ocasión que observan una Sesión Solemne de un Cabildo municipal y están además en primera fila, incluso es por ellos que la reunión tiene esta categoría, pues fueron elegidos como individuos ejemplares por su esfuerzo, sus logros, su potencial.
Es la docena que en 2015 recibe la Condecoración al Mérito Juvenil por el Ayuntamiento de Morelia en arte, profesión, deportes, discapacidad e integración, innovación tecnológica, labor social, protección al medio ambiente y desarrollo académico.
Detrás de ellos, como metáfora y como público, están sus padres, hermanos, tíos, amigos, cualquiera que quiera acompañarlos y que seguramente pusieron su parte para que el retoño alcanzara el galardón.
Y sin embargo, pareciera que en los aplausos para cada uno fueran todos una sola familia con la que se solidarizan los reporteros, sobre todos los fotógrafos y camarógrafos, dispuestos a captar la docena de momento de gloria individual.
Incluso los integrantes del Cabildo, menos dos que ofrecieron justificante como si faltaran al aula de primaria, cumplen con la gentileza de ponerse de pie para felicitar a los jóvenes, mientras el Secretario guarda el silencio debido para esperar que cada uno tome su estatuilla, su reconocimiento impreso y ofrezca su pose a las cámaras antes de mencionar al siguiente homenajeado.
El ritual funciona con perfección hasta que se menciona a Claudio García Carrillo, ganador en el ámbito deportivo quien envío a una representante a recoger su reconocimiento. Se le entrega la estatuilla y la joven saluda de mano también, aunque el encargado de entregar los documentos duda: se mencionó a un hombre y es una mujer.
La joven supone que el impreso será entregado después a su legítimo dueño pero una regidora le dice que es ahora. Ella regresa pero vuelve a ser despedida sin nada, se le llama nuevamente al estrado y ya por practicidad lo toma, aunque ahora está el dilema de la foto. Decide que no.
Antes de declararse la clausura de la sesión, el alcalde sustituto, Salvador Abud, ofrece unas palabras de reconocimiento, muy pocas y bastante vacías que rayan en el tópico predecible.
“Son ustedes semillas de un México próspero, solidario”, es lo más rescatable de su corto mensaje que entonces parece reflejo de la aplastante realidad mexicana: la burocracia en pose ninguneante que da la palmadita en la espalda a individuos que no sólo son sobresalientes, sino inspiradores.
José Héctor Espinoza, uno de los dos ganadores en la categoría de Profesional, ofrece entonces un discurso más preciso y a nombre de la valiosa docena, discurso necesario no sólo para llenar el hueco zanjado por el Cabildo sino para mantener la innegable elegancia que gracias a ellos, los ganadores, reviste la ocasión:
“La única diferencia entre las personas es la mentalidad”, dice el joven en el tono lapidario que ya no suelta. “Es en la juventud cuando los sueños nacen, la edad en la que todo es posible”. “A diferencia de los adultos, no somos regidos por paradigmas paralizadores”.
Y Espinoza sigue así, en el mismo tono que suena a arenga hacia los suyos, los de la primera fila, y a reclamo a los que están frente a ellos, los del pódium: premonición alentadora para todos de lo que puede ser frente a lo que es.
Luego la foto grupal en la escalinata mientras los familiares y amigos lentamente abandonan sus asientos en actitud de espera, pues todavía es preciso abrazas a cada ganador, ofrecerle el beso materno cargado de orgullo y el abrazo amistoso atiborrado de honor.
Y salen después del edificio para algún festejo íntimo y terminar así de fabricar el recuerdo que mañana será plasmado en currículums y en presunciones bien merecidas que abrirán oportunidades valiosas para esta docena que seguramente serán mujeres y hombres de aporte y de bien.