Morelia/Samuel Ponce Morales
No, no es nada cercano a una urbe ni a una colonia, el asentamiento situado casi en la ladera de una barranca, desde donde se ve un cascabeleante camino hacia Atécuaro, carece de todo, a excepción de la esperanza.
La exactamente centena de familias posee cuatro mufas comunitarias y un par de hidrantes, por ello, a simple vista, se puede deletrear que no faltaría ni energía eléctrica ni agua potable, pero del todo eso no es tan cierto, lo segundo suele ser oscilante.
Ahí, en donde las humildes viviendas no dejan de tener fosas sépticas, el agua potable también llega en pipas, a 30 pesos el tambo; no, no hay siquiera escuela de palitos, ni un consultorio, ni áreas verdes, ni calles emparejadas…
Sin embargo, en medio de las endebles casas sobresale una construcción de más de un piso, es la del doctor Wilbert Charco, cuyo carácter “es sencillo y noble”, amigo de la comunidad que a veces los cobra 20 pesos la consulta y a veces nada.
En medio del asentamiento está una pequeña tienda, tambaleantemente erigida con madera usada, la cual oferta, principalmente, comestibles básicos; la dueña suele aparecer y desaparecer, dependiendo de flujo de los clientes que suelen quitarle el aburrimiento.
Para ir al “corazón” del centro histórico moreliano o a sitios más cercanos o a donde sea, hay que andar a pie, caminando o trotando por las prisas aproximadamente de diez a quince minutos y abordar destartalados suburbanos.
Y, fueron ellos, los choferes del transporte público lo que bautizaron al asentamiento como Ciudad Peluche, ante el levantamiento de los improvisados albergues familiares con paredes y techos de plástico y parchados por doquier con trapos, con lo que fuera.
Las mañanas de mayo suelen ser calurosas, pero en esta ocasión, en el día del recorrido es más que eso, por eso nos refugiamos en la sombra de una vivienda más que humilde, junto con Gracia, Sidronia, María del Rosario y Alma Delia.
Hablan cómo las defraudó Sotero López, que se hizo pasar como el dueño de más de tres hectáreas de terreno, pero, añaden, al año supimos que Rubén Piñón es el verdadero propietario, aunque, y pese a que hay un litigio en juzgados, está en el ánimo de un acuerdo.
Y, mientras está el juicio citado, se determinó un costo total de 3 millones 100 mil pesos por las tres hectáreas que tienen ocupadas los colonos que mayoritariamente procedieron de territorios como Las trincheras, Lomas de Durazno y Santa Cecilia, entre otras.
Por lo pronto, por lote, de 7 por 15 metros, cada habitante ha depositado 2 mil pesos de enganche y mensualmente hace la misma operación por 2 mil pesos; de lo que pagaron anteriormente, al que se hizo pasar por dueño, pues, simple y llanamente, está en el olvido.