¿De quién es el espacio público? la espectacularización de la violencia | Lucero Circe López Riofrio

“Las manifestaciones de violencia exhibidos en los últimos días son ejemplos de una arraigada estructura económica capitalista, a través de una serie de ‘guerras o disputas’… facilitan el despojo, acentuando la necropolítica, instrumentada y sostenida por el crimen, que acrecienta la desigualdad, la vulnerabilidad y la crueldad”.

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Es evidente que hay una disputa territorial en Michoacán y que esta se da visiblemente en el espacio público. Las preguntas a responder son “¿por qué?” y “¿para qué?” A quien favorece la visibilización de esta disputa, en la que se impone la violencia y con ella el miedo.

La violencia irrumpe el espacio público como también en los hogares, teniendo efectos no sólo en temas de desplazamiento forzado de la población, sino también efectos emocionales que poco a poco van permeando culturalmente tanto en la forma en que nos relacionamos las mujeres y los hombres como en la relación institucional que establecemos con quienes gobiernan y se responsabilizan de nuestra seguridad.

Resulta apremiante analizar el espacio público desde diversos enfoques, mirarlo desde diversas posiciones no jerarquizadas, en lo común y la colectividad; no desde la individualidad, tampoco desde el espacio en conflicto, sino desde las posibilidades de la pacificación, la diversidad, la pertenencia y la identidad que deben procurar la interlocución entre la población y las instituciones, especialmente las autoridades municipales.

Preocupa que la violencia en el espacio público considere como prioridad la afectación de ciertos sectores empresariales, tales como: aguacateros y madereros, porque esto trae como consecuencia la jerarquización que se puede traducir en distintas formas del ejercicio del poder y que simbólicamente puede estar asociado a capitales sociales y culturales.

Dando por hecho que hay ciudadanos de primera, los empresarios, y de segunda, el resto del pueblo; si a esas vamos, las mujeres son siempre invisibilizadas y poco tomadas en cuenta hasta que la violencia feminicida se reproduce privándolas de la vida o desapareciéndolas. Es decir, sólo siendo víctimas somos ciudadanas.

Cabe señalar que ningún evento de violencia es aislado ni fortuito, están articulados y tienen una finalidad, casi siempre de trata del control, por ello la necesaria espectacularización. En la que se implementa una estrategia cuyo resultado es el miedo, porque cuando este se detona no hay dialogo, por lo tanto, no se pueden hacer preguntas como tampoco habrá respuestas, pero sí hay intencionalidades ideológicas y económicas que favorecen la construcción de imaginarios individuales y colectivos, como la privación y privatización del espacio público, transitan quienes pueden hacerlo, ya sea protegidos o bajo su propio riesgo.

Y es entonces cuando la seguridad tiene un costo, esta se mercantiliza para establecer controles, y no de protección sino de limitación de la movilidad, que siendo un derecho se banaliza, ya no es exigible, lo que produce un efecto negativo y desfavorecedor para gran parte de la población, que regularmente no son los empresarios sino personas de a pie y grupos históricamente vulnerados que no pueden “blindarse” de la violencia exacerbada y se vuelven sólo víctimas.

Preocupa que estos sucesos lejos de analizarse multidisciplinariamente se reducen a simples anécdotas especulativas, que no aportan a la reflexión y la crítica, complejizan la exploración de las razones que están provocando y detonando estos hechos, contrario a esto se hacen generalizaciones que validan el miedo.

Tal vez habría que preguntarse si los generadores de esa violencia espectacularizada son en verdad grupos del crimen organizado y narcotráfico. Posiblemente nos sorprendamos descubriendo o afirmando que son otros grupos que históricamente han sido utilizados a través de mecanismos y estrategias para establecer y condicionar el despojo de las tierras, la explotación de mano de obra barata, la desaparición y desplazamiento forzado, el incremento de los homicidios y los que operan para impedir la pacificación.

Otras preguntas posibles no inútiles de hacer son ¿Quién está a cargo del control de armas? ¿Quién provee esas armas? ¿Cuáles son los indicadores que se utilizan para un análisis contextual de las condiciones territoriales, culturales y económicas que pueden ocasionar conflictos armados o violentos? ¿Qué conflictos territoriales están presentes y requieren ser atendidos? ¿Cuáles son los recursos naturales con los que cuentan esas regiones, comunidades y lugares conflictuados?

Las manifestaciones de violencia exhibidos en los últimos días son ejemplos de una arraigada estructura económica capitalista, a través de una serie de “guerras o disputas” que de ninguna manera podemos llamar de baja intensidad porque hay víctimas, pero que muchas veces sirven estás para incidir en la disminución de la plusvalía de tierras históricas y recursos naturales,  que facilitan el despojo, acentuando la necropolítica, instrumentada y sostenida por el crimen, que acrecienta la desigualdad, la vulnerabilidad y la crueldad.

Lo anterior no es historia nueva, sabemos que debilita la gobernabilidad, deteriora la democracia, empeora el distanciamiento y aislamiento entre la autoridades estatales y municipales, refuerza la construcción de imaginarios asociados al conflicto irresoluble, así como a la colusión y protección de los grupos delincuenciales protegidos e impunes.  

Lo anterior no es nada bueno para nadie, mucho menos para las mujeres, las niñas, las adolescentes quienes son víctimas continuas y mortales de esta violencia.