De guares y Juan diegos… (Fotogalería)

Imagen: Karen Quintero
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Morelia/Karen Quintero

Es la gran fiesta de la Guadalupana, celebrada en el templo de San diego, donde personas de rodillas, caminando, vestidas de guares e indígenas, con sus hijos,  algunas con velas en las manos, gustosas por llegar y presentar ante la virgen sus ofendas y agradecimientos.

La calzada, está repleta de peregrinos y colores que se reflejan en los vestuarios, mientras de fondo se escucha  la música de un saxofón,  el murmullo de las pláticas y  las risas de los niños.

El templo de San Diego es el punto de encuentro donde los morelianos veneran hoy 483 años de la aparición de la Virgen María en el Tepeyac.

De rodillas iban a demostrar su devoción, agradecimiento y, en algunos casos, fanatismo por la virgen María.

En el camino para llegar a la iglesia se encuentran personas de todas las edades, familias que llevan a sus hijos  vestidos de guares y San Diegos; desde ahí se podía observar la carita de cansancio de muchos niños que sin saber a lo que iban, seguían los colores que iban y venían.

Dentro de la multitud se encontraba un señor de tercera edad, cantando y gritando canciones, con una hoja en sus manos, parecía leerlas; cantaba, con su cuerpo encorvado y su rostro afligido cansado, quemado por el sol. Recorría el andador con fervor.

Algunos felizmente descansaban en las bancas.

Para poder ingresar a la Iglesia se tenía que hacer fila. Había personas formadas por todos lados, donde se le daba prioridad a quienes venían desde la entrada de la calzada de rodillas para llegar a la puerta de la iglesia, a quienes se les veía la cara extasiada porque ya casi llegaban a su destino; algunas de estas lloraban, podía ser por cansancio, dolor de rodillas o de felicidad por cumplir con un sacrificio que se había prometido tiempo atrás.

Dentro de la iglesia se escuchaban los cánticos del padre que dirigía la ceremonia; así como de los peregrinos que coreaban  con alegría y gozo “desde el cielo una hermosa mañana, la guadalupana, la guadalupana, la guadalupana, sube al Tepeyac…”, así como rezaban, también, el padre nuestro.

Algunos padres de familia explicaban a sus hijos el festejo y les enseñaban a rezar, también a pedirle a la virgen, ya que, para ellos, es su única salvadora.

Dentro del templo, al llegar al altar, había monaguillos roseando agua bendita; las personas se acercaban con sus hijos para la bendición, mientras una madre regalaba imágenes de la Guadalupana, mientas otros -con un canasto- pedían la limosna.

Al salir del templo, el patio estaba lleno de flores, de ofrendas que llevaban los peregrinos, así como canastos de  frutas. A un costado del templo había toda una escenografía de altares, con la virgen de fondo, para tomar la foto del recuerdo y así tener un precedente de lo que fue ese día.