Una semana en La Habana. Bailando, cantando y bebiendo | Parte II
– Relatos cortos de un greñudo de vacaciones que intenta ser historiador, periodista y danzante. Caminando 10 horas diarias para charlar con infantes, abuelos, abuelas; disfrutar de la danza, la música. Ahí, en donde el humanismo de los cubanos se siente al pisar la isla. | Ilustración Andre/Fotos Juan Antonio Magallán.
La Habana, Cuba. | Juan Antonio Magallán/Acueducto Online.- ¿Serán narcotraficantes estos aseres?, fue la pregunta interna que se hicieron las agentes de inmigración que se encontraban en el Aeropuerto Internacional “José Martí” de La Habana.
Domingo 25 de diciembre, las caras de los viajantes y de los empleados del aeropuerto demostraban cansancio tras la celebración de la Nochebuena. Había silencio y nerviosismo, entre cruda y a medios chiles.
El hermano de otra sangre que me invitó al viaje, Ederisko estuvo una semana en Colombia.
Su pasaporte estaba sellado en ese país con abundancia en la producción de enervantes, más su viaje fue para purificarse un poquillo, sacudirse de malas vibras y seguir caminando.
Agentes de inmigración nos llaman, nos entrevistan, nos ven de arriba a abajo y se dicen cosas al oído.
Primera revisión: ¿A qué vienen?, ¿De dónde son?, ¿A qué se dedican?, ¿Por cuánto tiempo vienen?, ¿Con quién vienen?, ¿A dónde llegan?, y última, fue la pregunta donde nos torcieron.
Desconocíamos el nombre a dónde llegaríamos. Tras una revisión en el celular: El Vedado.
-¿Es una casa?, ¿un hotel?, ¿qué cosa es?, instiga el agente.
-Un Airbnb, contesta Ederisko.
Tras el interrogatorio, tres agentes se juntan y dialogan sin cesar, todo en voz baja. ¿Serán narcotraficantes estos aseres?, se preguntaban con la mirada y después nos dejan ir.
Segunda revisión.
Nos retuvo una mujer con silueta magnifica, sus piernas dibujaban una autopista montañosa y su mirada una oleada de tristeza. De estatura media, nariz respingada y ojos gatunos.
Nos detenemos al momento y nos llevan a un armatoste de revisión con rayos X, reveló la armónica que cargaba para intercambiar música con artistas cubanos.
-¿Tocas la armónica?, preguntó un agente de inmigración.
-Sí, ¿quiere que me eche unas rolas?, una está en DO y otra en RE.
-No, no es necesario, responde mientras sonreía.
Tercera y última revisión: saquen todas las cosas de la mochila.
Una mujer mulata con mirada de medusa cabellos de serpiente que enfrían la espalda al enfrentarles comenzó a buscar en mi mochila y vio que traía un paquete de dulces.
-Hay que rico, susurra a su amiga, con una sonrisa de mi parte al unísono.
Comienza la revisión.
Paletas, chocolates, dulces y más dulces. La armónica en RE y otra en DO. Un montón de lapiceros. Cargadores. Dos libretas y dos libros.
-¿Estos libros qué?, preguntan en inmigración.
-Los presentó un amigo colombiano y lo traemos de obsequio a la persona que nos dará hospedaje.
-Ah, ¿se van a quedar con ella?
-No, (corrijo), nos ayudó a conseguir donde quedarnos, con voz nerviosa.
La agente siguió con su búsqueda y encontró “Este Dolor no es Mío”, un texto con consejos para lidiar con traumas familiares generacionales, la mulata me observó fijamente y sonrío levemente.
Quizás les caímos mejor después de ver que traficábamos con dulces y libros.
Al salir al aeropuerto y tras una leve espera, arribó por nosotros la maestra Deniska, quien nos llevó a habitar la locura habanera durante siete días.