Navidad | Paz en Tierra Santa vuelve a clamar el Papa Francisco

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«¡Cuántas masacres debidas a las armas ocurren en un silencio ensordecedor, a escondidas de todos!»

El Santo Padre pronunció su mensaje navideño desde la Logia Central de la Basílica de San Pedro e impartió la Bendición Urbi et Orbi en la Solemnidad de la Natividad del Señor.

Sebastián Sansón Ferrari – Ciudad del Vaticano

«La mirada y el corazón de los cristianos de todo el mundo se dirigen hacia Belén. Allí, donde en estos días reinan dolor y silencio, resonó el anuncio esperado durante siglos: ‘Les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor'» (Lc 2,11). Con estas palabras del ángel en el cielo de Belén, que hoy se dirigen también a nosotros, el Santo Padre inició su mensaje navideño en la Solemnidad de la Natividad del Señor, antes de impartir la Bendición Urbi et Orbi desde la logia central de la Basílica de San Pedro.

El Papa Francisco dijo que «nos llena de confianza y esperanza saber que el Señor nació por nosotros; que la Palabra eterna del Padre, el Dios infinito, puso su morada entre nosotros; que se hizo carne, vino «y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). «¡Esta es la noticia que cambia el curso de la historia!», subrayó.

Luego, afirmó que «el anuncio de Belén es una gran alegría» y aclaró: «No es la felicidad pasajera del mundo, ni la alegría de la diversión, sino una ‘gran’ alegría, porque nos hace ‘grandes'».

«Hoy, en efecto, nosotros seres humanos, con nuestros límites, abrazamos la certeza de una esperanza inaudita, la de haber nacido para el cielo. Sí, Jesús nuestro hermano vino a hacer que su Padre sea nuestro Padre. Siendo un Niño frágil, nos revela la ternura de Dios; y mucho más: Él, el Unigénito del Padre, nos da el «poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,12). Esta es la alegría que consuela el corazón, que renueva la esperanza y da la paz; es la alegría del Espíritu Santo, la alegría de ser hijos amados».

«En medio de las tinieblas de la tierra, en Belén se ha encendido una llama inextinguible; en medio de la oscuridad del mundo, hoy prevalece la luz de Dios, que ‘ilumina a todo hombre'», prosiguió el Pontífice, invitando a los miles de fieles a alegrarnos por esta gracia:

«Alégrate tú, que has perdido la confianza y las certezas, porque no estás solo, no estás sola: ¡Cristo ha nacido por ti! Alégrate tú, que has abandonado la esperanza, porque Dios te tiende su mano; no te señala con el dedo, sino que te ofrece su manito de Niño para liberarte de tus miedos, para aliviarte de tus fatigas y mostrarte que a sus ojos eres valioso como ningún otro. Alégrate tú, que en el corazón no encuentras la paz, porque se ha cumplido la antigua profecía de Isaías: ‘Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado […] y se le da por nombre: […] Príncipe de la paz’ (9,5). Con Él ‘habrá una paz sin fin'» (9,6).

¡Cuántas matanzas de inocentes en el mundo!

El Obispo de Roma acotó que «en la Escritura, al Príncipe de la paz se le opone ‘el Príncipe de este mundo’ (Jn 12,31) que, sembrando muerte, actúa en contra del Señor, ‘que ama la vida’ (Sb 11,26)». «Lo vemos obrar en Belén cuando, después del nacimiento del Salvador, sucede la matanza de los inocentes», agregó. Francisco lamentó las «matanzas de inocentes en el mundo: en el vientre materno, en las rutas de los desesperados que buscan esperanza, en las vidas de tantos niños cuya infancia está devastada por la guerra. Son los pequeños Jesús de hoy».

El Sucesor de Pedro subrayó que decir “sí” al Príncipe de la paz significa decir “no” a la guerra, a toda guerra, a la misma lógica de la guerra, un viaje sin meta, una derrota sin vencedores, una locura sin excusas.

«Pero para decir ‘no’ a la guerra es necesario decir ‘no’ a las armas», distinguió.

«Porque si el hombre, cuyo corazón es inestable y está herido, encuentra instrumentos de muerte entre sus manos, antes o después los usará.

¿Y cómo se puede hablar de paz si la producción, la venta y el comercio de armas aumentan? Hoy, como en el tiempo de Herodes, las intrigas del mal, que se oponen a la luz divina, se mueven a la sombra de la hipocresía y del ocultamiento.

¡Cuántas masacres debidas a las armas ocurren en un silencio ensordecedor, a escondidas de todos! La gente, que no quiere armas sino pan, que le cuesta seguir adelante y pide paz, ignora cuántos fondos públicos se destinan a los armamentos. ¡Y, sin embargo, deberían saberlo!».

Su Santidad imploró: «Que se hable sobre esto, que se escriba sobre esto, para que se conozcan los intereses y los beneficios que mueven los hilos de las guerras». 

«Isaías, que profetizaba al Príncipe de la paz, escribió acerca de un día en el que «no levantará la espada una nación contra otra»; de un día en el que los hombres «no se adiestrarán más para la guerra», sino que «con sus espadas forjarán arados y podaderas con sus lanzas» (2,4). Con la ayuda de Dios, pongámonos manos a la obra para que ese día llegue».

Paz para Tierra Santa

Una vez más, el Papa imploró la paz en Israel y Palestina, «donde la guerra sacude la vida de esas poblaciones», extendió su abrazo a ambos países, en especial a las comunidades cristianas de Gaza y de toda Tierra Santa.

Reconoció que lleva en el corazón «el dolor por las víctimas del execrable ataque del pasado 7 de octubre» y renovó su llamamiento apremiante para la liberación de quienes aún están retenidos como rehenes. A su vez, suplicó «que cesen las operaciones militares, con sus dramáticas consecuencias de víctimas civiles inocentes, y que se remedie la desesperada situación humanitaria permitiendo la llegada de ayuda».

«Que no se siga alimentando la violencia y el odio, sino que se encuentre una solución a la cuestión palestina, por medio de un diálogo sincero y perseverante entre las partes, sostenido por una fuerte voluntad política y el apoyo de la comunidad internacional».

Paz en Siria, Yemen y Libia

Otro pensamiento del Pontífice fue dirigido a la población de la martirizada Siria, como también a la de Yemen, que sigue sufriendo. Asimismo, pensó «en el querido pueblo libanés y ruego para que pueda recuperar pronto la estabilidad política y social».

Paz en la atormentada Ucrania

Con los ojos fijos en el Niño Jesús, Francisco imploró la paz para Ucrania. «Renovemos nuestra cercanía espiritual y humana a su martirizado pueblo, para que a través del sostén de cada uno de nosotros sienta el amor de Dios en lo concreto», exhortó.

Paz entre Armenia y Azerabaiyán

Al pedir la paz definitiva entre Armenia y Azerbaiyán, solicitó «que la favorezcan la prosecución de las iniciativas humanitarias, el regreso de los desplazados a sus hogares de manera legal y segura, y el respeto mutuo de las tradiciones religiosas y de los lugares de culto de cada comunidad».

No dejemos de pensar en las otras guerras

Al igual que en otros pronunciamientos públicos durante su Pontificado, el Obispo de Roma instó a no olvidar las tensiones y los conflictos que perturban a las regiones del Sahel, el Cuerno de África y Sudán, como también a Camerún, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur.

«Que llegue el día en el que se consoliden los vínculos fraternos en la península coreana, abriendo vías de diálogo y reconciliación que puedan crear las condiciones para una paz duradera», aseveró.

Mirada hacia América Latina

Al Hijo de Dios, que se hizo un Niño humilde, encomendó que «inspire a las autoridades políticas y a todas las personas de buena voluntad del continente americano, para hallar soluciones idóneas que lleven a superar las disensiones sociales y políticas, a luchar contra las formas de pobreza que ofenden la dignidad de las personas, a resolver las desigualdades y a afrontar el doloroso fenómeno de las migraciones».

En la parte final de su alocución, Francisco declaró que «desde el pesebre, el Niño nos pide que seamos voz de los que no tienen voz: voz de los inocentes, muertos por falta de agua y de pan; voz de los que no logran encontrar trabajo o lo han perdido; voz de los que se ven obligados a huir de la propia patria en busca de un futuro mejor, arriesgando la vida en viajes extenuantes y a merced de traficantes sin escrúpulos».

En la cercanía del «tiempo de gracia y esperanza del Jubileo», deseó que «este período de preparación sea ocasión para convertir el corazón; para decir “no” a la guerra y “sí” a la paz; para responder con alegría a la invitación del Señor que nos llama, como había profetizado Isaías, «a llevar la buena noticia a los pobres, / a vendar los corazones heridos, / a proclamar la liberación a los cautivos / y la libertad a los prisioneros»» (Is 61,1).

«Estas palabras se cumplieron en Jesús (cf. Lc 4,18), nacido hoy en Belén. Acojámoslo, abrámosle el corazón a Él, el Salvador, el Príncipe de la paz», concluyó.