Morelia, Mich. | Acueducto Noticias/Cayetano Mac.- Como una noche, en Morelia se sentía densa bajo la lluvia constante. Un grupo de jóvenes encapuchados se apresuraba a cerrar la avenida Madero, y detrás de ellos, una fila de normalistas avanzaba, lenta pero decidida. Las consignas resonaban en el aire mientras algunos agitaban aerosoles y otros portaban cuetones, preparados para usarlos en caso de que la policía interviniera.
Al llegar a la intersección con Cuautla, los manifestantes se detuvieron, agazapados, esperando la señal para avanzar. Al recibirla, se lanzaron corriendo hacia el templo de La Merced, gritando al unísono: «¡La lucha sigue y sigue!». Los negocios cercanos cerraron sus puertas por precaución, mientras algunos espectadores, con cautela, observaban el paso de la marcha, esperando no ser involucrados.
Una mujer desde su local exclamaba a los fotógrafos: «¡Tomen fotos de su desorden, exhíbanlos!». Mientras tanto, los sonidos de spray y cuetones rompían la calma de la noche. La marcha, aunque cargada de tensiones, era también un recordatorio sombrío de los 43 estudiantes desaparecidos hace una década, una herida abierta que el tiempo no ha logrado cerrar.
En el Palacio de Gobierno, las fuerzas del orden ya esperaban. Los manifestantes, con el rostro cubierto, se encontraron cara a cara con los uniformados, en lo que parecía un preludio de confrontación. Sin embargo, se estableció un tenso diálogo, donde la Guardia Civil advirtió a los normalistas que mantuvieran el mitin en calma, pero la respuesta de los manifestantes fue clara: «Por cada golpe, pegaremos más fuerte».
Finalmente, los encapuchados se acomodaron en una media luna frente al Palacio, listos para las intervenciones. Sus demandas no eran nuevas, pero el cansancio ante las versiones oficiales se sentía en el aire. Más que respuestas, lo que exigían era justicia y condena por los actos de un gobierno que, en sus ojos, había fallado a los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.