Morelia, Michoacán | Fernando Salgado | Acueducto.- Este primer fin de semana de febrero fue la despedida de los escenarios de la Ciudad de México del palabrero Joaquín Sabina, quien agotó todas sus entradas por 3 días continuos en el Auditorio Nacional.
Conocí a Joaquín Sabina por Jorge, Jonathan, Gerardo, Cristian y Michel, amigos que tuve a bien encontrar y que después de 10 años terminamos en bares, casas y calles escuchando a Sabina.
“Tiramisú de limón” para cantar la victoria ante el corazón y los reinicios; “Peces de ciudad” por los cambios al vernos crecer y “19 días y 500 noches” en la voz de Don Chava en el café del Recuerdo en Uruapan, que siempre terminaba en una fiesta con todos ellos.
Puede decirse que conocí a Sabina en el momento que menos lo comprendí. Un chaval de 16 años viendo en Youtube a un hombre delgado, abrumado por la cocaína, con voz aguardientosa y gorro extraño. Ahora que lo recuerdo debo decir: No te supe entender Sabina. No te supe entender.
A mis 29 años estaba comprando unas cervezas en el Auditorio Nacional mientras el anuncio de la tercera llamada terminaba. Desde el lobby salieron los primeros gritos de miles de personas reunidas en el Auditorio Nacional, había salido Sabina al escenario y sin mediar palabra inició Lágrimas de Plástico Azul.
- No hay pedo, me dije. Es la primera canción. Mientras la señora de la cerveza veía como la máquina expendedora soltaba el líquido lentamente.
Viajamos con Aby, Samuel y Charbell. Al recibir el último vaso. Caminamos a nuestros asientos y al ingresar al recinto que abría la toma de un hombre en silla con sombrero blanco, saco azul y playera negra. Ya no era aquél hombre delgado, tenía canas que se ponían cada vez más blancas, una voz cansada y un cuerpo agotado.
Al terminar de cantar. Habló por primera ocasión y dijo:
“La primera vez que vine a Latinoamérica que, por cierto, me cambió la vida muy para bien, empecé mis conciertos en este lugar, que en aquél entonces no era tan bonito, pero empecé aquí.
Ahora, como sabéis, es mi última gira. También ya llevo por aquí tres días y cada día más feliz de estar aquí porque México a estas alturas es mi casa.”
Y después lanzó unos versos huérfanos, que sentenciaron un adiós y no un hasta pronto.
“Heme aquí organizando el repertorio
para la última gira de mi vida
temiendo que el olor a despedida
tenga un mustio sabor a velatorio.
Por eso le suplico al auditorio
que me ayude a jugar esta partida.
Mueran los callejones sin salida
que el verso y la canción sea un jolgorio.
Gocemos hoy de estar juntos ahora
que el desamparo no venga con prisas
que nos sorprenda cantando la aurora
que, al fin y al cabo, tantas emociones compartidas
merecen unas risas, para eso se inventaron las canciones.
Gracias por venir.”
Y prosiguió a entonar con su guitarra dolorida “Lo niego todo”… A mi parecer esa canción y “Un último vals” preparaban el retiro. La exaltación de los triunfos, los dolores y el adiós a tantos años de mover la vida con la voz.
Honesto, irreverente, amoroso, mujeriego, juez de paz, vicioso, aprendiz, maestro, voluntario o perdonador, resiliente y cantor de lo humano. A veces exagerado con sus citas de ciudades y otras metáforas tan “donde al lugar donde fuiste feliz no debieras de tratar de volver”. Las letras de Sabina sorprenden y más con tantas voces cantando al unísono.
Después “La canción más hermosa del mundo”, “19 días y 500 noches”, “Quién me ha robado el mes de abril”, la “Magdalena”, “Calle Melancolía” y cada canción era cantada por tanto nostálgico.
“Y sin embargo” preparaba el final, pero algunos asistentes se rendían ante él y encendían la lámpara de su celular o se levantaban cada vez más de sus sillas. Hasta que se despidió y dos minutos de “olé, olé, olé, olé, Joaquín, Joaquín”, con aplausos, gritos y tantas otras voces, lo retornaron junto a su grupo para media hora más.
Joaquín allanó el terreno y soltó “Tan joven y tan viejo”, un triunfo de la vida, de la experiencia y los errores, en el que más de alguno sollozó mientras un Joaquín hablaba entre canciones de su amor por el México y su fortuna por haber llegado, de Chabela Vargas y José Alfredo, sobre la violencia que no definía todo y el lado bueno de la vida.
Las cámaras se acercaban y mostraban un Joaquín Sabina emotivo, apretando los labios para no soltar la despedida por sus ojos, porque era su despedida a esa vida de cantante. “Noches de boda”, “Y nos dieron las diez”, “Contigo”, “Quién me ha robado el mes de abril” y fue cerrando la voz cansada después de dos horas.
Yo bebí la cerveza desde el principio para sentir el furor y así fue. Cantamos, brindamos con los de a lado, volvimos a corear y a aplaudir entre todos porque ya se había acabado la última melodía. Sabina entregó su guitarra, agradeció infinitamente la entrega y se fue caminando en un telón que se cerraba.