Aquila/Héctor Tapia
Queda una hora antes de que comience a oscurecer y Aquila tiene vida; en sus calles caminan los habitantes confiados. Conversan, ríen. De fondo la música de banda. Es día de fiesta.
Aquila es un municipio que se encuentra aún en la parte de la serranía de Michoacán, y a su vez tiene una importante franja de costa, donde se localizan playas relativamente vírgenes: sólo albergan comunidades indígenas nahuas (principales habitantes de esa región).
Los habitantes pasean en la plaza principal de la cabecera municipal, frente al ayuntamiento. En una de sus escalinatas descansan instrumentos de una banda musical; los músicos descansan mientras suenan corridos a lo lejos. Como tendederos, el papel china adorna de colores patrios el paso de los paseantes.
En la calle que va a la presidencia municipal, a los costados, dispersos puestos de antojitos mexicanos liberan aromas que saben a múltiples memorias que se embarran en las paredes de casas viejas, algunas bien pintadas, otras dejando ver sus acabados colores, desnudando, incluso, sus ladrillos.
En contra parte, policías comunitarios pasean, observan, vigilan; traen colgadas o empuñadas sus armas, rifles principalmente. Entre ellos el coordinador de las autodefensas de ese municipio, Semeí Verdia, pistola a la cintura, deambula, saluda, se mezcla entre los habitantes.
Esa comunidad fue una de las que se alzaron en armas contra el crimen organizado, el cártel de Los Caballeros Templarios, que encabeza Servando Gómez Martínez, La Tuta.
Desde entonces se han mantenido vigilantes, han sido encarcelados, pero aun así no quitan el dedo del renglón. Remarca el coordinador que sólo el pueblo es el que puede proteger a su propio pueblo, por lo que no piensan dejar que envíen Fuerzas Rurales de otros lugares.
No quieren desplazar a Los Caballeros Templarios para que llegue otro cártel. No quieren más crimen organizado en su localidad, eso lo tienen claro. A Semeí Verdia el crimen organizado le asesinó familiares, por eso –resalta- su conciencia no tiene precio. Su caso no es el único, por eso tantos habitantes de esa localidad se han sumado a la autodefensa. No conocen, por ahora, otra forma de dar seguridad a sus familias, a sus bienes y a su comunidad.
El coordinador es enfático en dos cosas: una, su líder sigue siendo José Manuel Mireles Valverde, autodefensa de Tepalcatepec, encarcelado en Sonora; dos, si aceptaron integrarse a las fuerzas rurales, algunos elementos, a los que no se les ha pagado, fue única y exclusivamente para aportar credibilidad al estado y ayudar a devolver el orden a la comunidad, mismo que se había dañado por la presencia del crimen organizado.
Asegura que desde que intervinieron para defender sus propiedades, su seguridad y su integridad física, comprometidas por las constantes extorsiones, violaciones e injusticias, poco a poco la comunidad se ha ido sintiendo más confiada.
Pasa una que otra muchacha vestida prácticamente de gala con su vestido largo; o también otras pasan sonrientes, con pantalón de mezclilla, bien arregladas. Los jóvenes, los que no integran las policías comunitarias, sentados en la plaza, las banquetas, o fuera de la tiendita de la esquina. Para el calor que hace una cerveza suda en las mesas donde charlan.
A una hora de que caiga la noche pasa una procesión religiosa. Camionetas llevan en sus cajas traseras imágenes de Jesucristo, o la misma Virgen María. Avanzan lento, como la noche que cae. Es hora de partir, de ver caer el sol desde la playa.