Morelia / Nancy Herrejón
Este 25 de septiembre Alejandra Pizarnik cumple 47 años de haber fallecido, su vida, obra y muerte están envueltas en ese halo místico que ella tanto adoraba, esa soledad compartida sólo con la sombra y las penas de existir.
Su nombre completo era Flora Alejandra Pizarnik, nació un 26 de abril de 1936 en Avellaneda, Buenos Aires Argentina; su infancia fue difícil y llena de carencias e inseguridades, la constante comparación con su hermana mayor y su origen ruso mermaron su estabilidad emocional desde muy pequeña.
Los problemas de asma, tartamudez y autopercepción física de la Pizarnik minaron su autoestima, esa sensación de angustia que trae el ahogo asmático y que, muchos años más tarde y ya convertida en Alejandra,interpretaría como la manifestación de una temprana angustia metafísica.
El existencialismo, la libertad, la filosofía y la poesía fueron los tópicos de lectura favoritos de la poeta, así como la identificación, que durante toda su vida mantuvo con Antonin Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé, Rilke y el surrealismo; reconocimiento por el que ha sido considerada una poeta maldita.
Su peso corporal la obsesionó por muchos años, al grado de volverse una adicta a medicamentos que controlaran su peso; conforme esas obesiones físicas, la literatura será el refugio para su espíritu tan frágil, la vida y la muerte, se vuelven desde entonces tópicos de su escritura, distintivos de su voz.
Se enfrentó al prototipo de la chica normal de un colegio, recatada y discreta; más ella era excéntrica, la rara del colegio. Era de esperar que su espíritu rebelde le impedía pertenecer a un sólo sitio, estudió Filosofía y Letras, luego Filosofía y después Periodismo, de nuevo Letras, luego un taller de pintura y finalmente decide dedicarse sólo a escribir.