Morelia/Julieta Coria
Mujeres indígenas con lápiz en mano, una señora de rebozo sobre una pizarra verde dibujando la figura de una letra, un hombre inmerso en un libro de texto, atento, muy atento a los palabras en sus ojos y varios ancianos con un libro, eran la imágenes expuestas en cuadros sobre caballetes tendidas a un costado de la catedral moreliana, que hoy luce radiante bajo los rayos del sol, que desde hace algunos días, seguía sin aparecer.
Tras la tormenta que ha ocasionado estragos en Michoacán y el sorpresivo sismo de 8.2 grados que sacudió en la madrugada al país, el tema está en el aire, todos, en la explanada Benito Juárez de Morelia, hablan sobre la ‘desgracia’ ocurrida en la madruga.
Los trabajadores del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA) y reporteros en el lugar no dejan de comentar sobre el suceso, mientras esperan el evento programado en el 36 Aniversario, hoy el festejo hace eco en todo el país, y engalanados y con sus mejores ropas, algunos, presumen con la mirada en alto ser parte de la noble institución.
Un improvisado templete, bajo una lona blanca y decenas de sillas, rodean la figura de Don Benito Juárez, haciendo honor a la causa, de lo que llaman ‘sacar a un adulto mayor de las sombras’ se decía al ritmo de cada campanada de la señorial catedral.
Juan José Barriga, el delegado del INEA, de blanco frente a tribuna presumía y documentaba como instituto que dirige ha sido pieza clave para sacar a la población analfabeta de las sombras para que puedan desarrollar su educación básica, o bien, continúen a su profesionalización.
Los aplausos de desbordaban, por los trabajadores, que en un estado de felicidad, recibían, sus reconocimientos por los 15,20, 30, 35 años de servicio, como en un día de fiesta, mientras los adultos mayores en programas de educación, seguían sin salir a la luz. Eran poco menos de 10 personas, identificados por una bolsa blanca casi llena de libros y algunos folletos.
Como María Estela Ayala Girón de 45 años, a quien le dijeron que fuera al evento, se encontraba nerviosa ante una inesperada entrevista “yo apenas estoy haciendo la primaria” dice orgullosa con su reconocimiento en mano y su dotación de libros. Ella cuenta que hasta la fecha le da pena no saber leer y escribir “a ésta edad, pues ya estoy vieja hija…”
“Nunca tuve la oportunidad de estudiar, pero yo si quería, de verás, desde chiquilla, siempre quise…” aunque su mayor obstáculo en la vida fue su padre y su marido, quienes con sus ‘pensamientos machistas’ la detenían en su sueño.
“A veces preferimos al marido que el estudio y luego uno se arrepiente porque si me hubiera gustado ser alguien en la vida” dice contenta y sonriente, ella misma se levanta el ánimo mientras reza la frase que la ha motivado a continuar; “porque querer es poder, qué no…”
Pero Estela es afortunada, ella en menos de seis meses conocerá el mundo de las letras que es lo más interesante y lo que desea por ahora, que su hija ya partió de casa, se ha quedado sola y las ganas de aprender, le inundan de felicidad, dice, para luego desaparecer en la multitud…
Don Jorge no es afortunado, durante todo el evento, lento, muy lento avanza en su silla de ruedas observando detenidamente la exposición “Los rostros del INE” sobre los caballetes a la vista de todos, tal vez no sabe que se dice en aquella lona, rodeada de hombres y mujeres que sonrientes hablan de la ‘noble labor’ de ayudar a los ancianos, ancianos que como Don Jorge, no saben leer, menos escribir…
Su preocupación es otra, hoy sólo desea terminar la venta de sus chicles y así lo hace; “chicles de a diez, cicles de a diez” durante todo el evento pregonó sorteando a la multitud preocupada por sus viejos analfabetas que cada vez son menos, presumian.
-Oiga Don Jorge ¿y, usted sabe leer y escribir? Pregunto
-“No, esas cosas no son pá mí”, dice mostrando sonriente la poca dentadura que le queda
-¿Y, no le gustaría aprender?
-“No ya estoy viejo para esas cosas, aunque si me convencen, pues lo que quiera Dios…”
Pero ni Dios, ni los trabajadores del INEA, lo saben, nadie se acercó ni para comprar un chicle.
“Y entonces, ¿va a querer un chicles o no?” me dice con una franca sonrisa
Deme unos pues…