Lázaro Cárdenas/Héctor Tapia
El cielo nublado. El día en el Puerto de Lázaro Cárdenas transcurrió con un color plomizo, con cierto aire nostálgico, olor a tierra mojada, lloviznando. Las calles relativamente vacías. Sólo se veía a uno que otro buscando hacer sus compras para la cena navideña, y otros tantos guaresciéndose del “chipi chipi” donde podían.
A decir de los habitantes fue un día donde se sintió frío, un día atípico. Para una ciudad que vive bajo el calor del sol, que está frente al mar, el clima los hacía estar un poco más cubiertos que de costumbre. El frente frío número 21 refugió a los habitantes del puerto michoacano.
En la calle, va caminando uno con dos charolas de cerveza, a un lado de él su hijo, acompañando el paso de su padre. Se sube a la combi, sonríe. Prepara su noche buena, ya lleva por lo menos parte de lo que tomará mientras baila, canta con su familia.
Del otro lado de la acera, un tendedero de piñatas están mojándose un poco con las dispersas gotas de la llovizna vespertina. Parece una tarde de verano cualquiera.
Cae la noche y no hay sillas en las calles, no hay mesas con refractarios ni charolas repletas de comida, no hay hieleras que están a reventar de cerveza, vino, no hay música afuera, todo es adentro, en las casas. Bajo los techos de las cocheras, en las salas y en los comedores. La fiesta es adentro.
Las canciones alegres, las llegadoras, las del momento, las “viejitas pero bonitas”, suenan en los karaokes, por lo menos uno por cuadra se escucha amenizando las fiestas.
Quedan dos horas para la media noche, hora del abrazo de navidad, y la lluvia “se suelta”, se intensifica, los pocos que estaban en la calle se guardan en sus casas donde se escuchan risas y música a alto volumen.
Unos con pozole, otros pavo, pasta, ensaladas, las mesas huelen a reunión, risas y comida. La música de banda, o cumbias, tiene bailando a los primos, parejas, novios, esposos, los abuelos cargando a los nietos, éstos de vez en cuando corriendo de un lado para otro con juguetes en mano, y hurgando de vez en cuando en las piñatas repletas de fruta y dulces.
Mientras afuera llueve, el olor a tierra mojada se intensifica, el clima aún más fresco, se cubren, se tapan. Llega el momento del abrazo, incluso entre los que no se conocen, no importa, se abrazan, quizá no se vuelvan a ver, pero esa noche el abrazo pacta una noche tranquila. Cuando menos esa noche.