Morelia/Vianey J. Cervantes
Una pequeña gallina blanca caminaba por los jardines debajo de las escaleras, al fondo, una pared decorada con la mariposa monarca, maíz, José María Morelos, corazones, flores y demás particularidades michoacanas daban vida al lugar. Un ligero olor embargaba el lugar de rato en rato, así supe que tenían un gato (o quizás varios).
Los reporteros habían llegado tarde, varios de ellos. Otros más, habían esperado bebiendo café en una taza de barro. Diez sillas negras estaban acomodadas frente a una mesa de madera. Tres mujeres y un hombre tomaron sus lugares, y la rueda de prensa comenzó, con menos retraso que los eventos del gobernador del estado, e iniciando con la lectura del posicionamiento de la Casa Lenin.
Los estudiantes se veían algo nerviosos, tras la lectura, una periodista dirigió los micrófonos a una sola persona, la representante de los moradores de la Casa de estudiantes Lenin, Lizbeth Rangel era su nombre. Se veía nerviosa, quizás por no estar acostumbrada a los embates continuos de los periodistas.
Respondía con dudas, sin cifras y con los pies cruzados, uno sobre el otro; sus manos, no salían a la superficie, permanecieron durante la rueda entre sus rodillas o sobre ellas, temblorosas, claramente nerviosa. Lo único fijo era el impago, la desesperación y la exigencia. Tres meses sin becas y sin condonaciones podrían terminar con sus oportunidades de estudiar.
Y no solo eso, uno por uno, los alumnos habían abandonado la Casa Lenin, una casa que, decían, estaba comprometida con las comunidades indígenas, siempre presentes en la defensa de las mismas, siempre apoyando a los michoacanos. «Aquí hay un trasfondo político (…) Es como la cuarta o quinta vez que intentan cerrar esta casa». De su capacidad de 150, quedaban tan solo 26 estudiantes.
Ante la rudeza de la reportera, quien los instaba a definir por qué era malo el asunto de las becas individuales, de la vigilancia y de la entrega de reportes que la Universidad Michoacana les pedía para restaurar el pago, salió otra chica. Más preparada, más segura, más fiera. Ella, dio clara respuesta, sin titubeos, sin nervios y con las manos sobre la mesa.
Su negación era que, ellos llevan décadas siempre «libres», ellos eligen, ellos exigen el respeto a su autonomía y a su sentido de comunidad, de unión. «Ya quieren fomentar el individualismo». Reprocharon que, en las otras casas del estudiante, cada vez más se va perdiendo el sentido de apoyo a las comunidades.
Cerca del final, comenzaron a llegar más personas, habitantes y señoras que ayudaban con la comida, la rueda se volvió más informal, y comenzó a tomar aires de represalia social. Salió al tema que personal nicolaíta les había pedido tomar una decisión, pues «mañana salían de vacaciones», chantajes por parte de la Universidad e incluso «trampas» para librarse del amparo que la Casa Lenin pidió.
Eran más de las once de la mañana, los estudiantes se separaron, los medios salieron, y las puertas de la casa Lenin, cubiertas de empaques de huevo y de mantas de lucha social, se cerraron, con el temor de sus moradores de que pronto se cerrasen por siempre.