Tepic/ Héctor Tenorio
Cuando el sol salió con todo su esplendor, se iluminó la garita del Centro Federal de Readaptación Social (CEFERESO), número 4, en Tepic, Nayarit. Había llegado la hora de la libertad para José Manuel Mireles Valverde después de tres años de prisión, quien reconoció haber sufrido tortura psicológica por parte de las autoridades, que le hacían creer que saldría libre, para que se ilusionara falsamente.
Nada de eso importó aquella mañana del 12 de mayo, el ex líder de las autodefensas en Michoacán descendió de la parte posterior de la camioneta blanca, traía puesto unos jeans azules y una playera amarilla que, curiosamente, era parecida a la que traía puesta cuando lo detuvieron en La Mira, Lázaro Cárdenas, el 26 de junio del 2014.
Me impresionó su porte, era la imagen de un líder que no necesita que se lo mencionen. Nos saludó y agradeció que estuviéramos esperándolo, logre colocarme a su lado, la grabadora quedó a la altura su manzana de Adán. Sin embargo, los periodistas al aparecer todavía estaban dormidos, nadie preguntó nada, solo querían escucharlo.
Fue entonces que relató los tres pre infartos y un infarto que sufrió en prisión y los once clavos que tiene en la cabeza.
De hecho, se presume que su primer fin de semana en libertad lo dedicó a checarse el corazón. Aunque cabe señalar que a simple vista su apariencia era el de un hombre sano.
Se subió a la camioneta y pregunto: ¿Cuál es el mensaje para los michoacanos?
Él respondió, “cuiden la paz en la entidad, pronto nos veremos”.
Enrique Castro Sánchez aprovechó e introdujo su lente al interior de la camioneta y lo retrató a contraluz, un halo de luz iluminó su cabellera blanca.
Se despidió y arrancó, atrás de ellos iba una patrulla de la policía federal. No dudamos, lo seguimos, son las siete y diez de la mañana hora local, sospechamos que se dirige al aeropuerto, el vuelo que iba de Nayarit a la Ciudad de México salía a las 8 de la mañana.
Los pasajeros de la camioneta blanca se dieron cuenta que los íbamos siguiendo.
Ellos aceleraron a 120 de velocidad, nosotros hicimos lo mismo; no sabemos a dónde vamos, un coche se nos cerró, casi nos impactamos. Se metieron por un fraccionamiento para cortar camino, nos quieren perder.
¡Vaya manera de conocer la ciudad de Tepic!
Por fin se resignaron y estacionaron la camioneta en el hotel Best Wester, los alcanzamos en vestíbulo, donde, de nuevo lo saludamos. Aprovecho para exponerle una preocupación. Platicamos sobre cómo liberar a mi primo Felipe Valencia Múgica (nieto del General Francisco J. Múgica) y a su padre, Jesús Valencia Ochoa. Mireles convivió con ellos en el CEFERESO número 4 y me comentó lo siguiente:
“Odio al gobierno y no le perdono que tenga a un descendiente de un héroe nacional tras las rejas. A las autodefensas de Pátzcuaro yo los instalé, y cuando los detuvieron hablé con Alfredo Castillo, ex comisionado para la Seguridad y el Desarrollo en la entidad, me dijo que no me metiera en lo que no me importaba”.
Mientras desayuna sus huevos rancheros, Mireles fue entrevistado vía telefónica por la periodista Carmen Aristegui. “Los primeros dos años y medio fueron de absoluta incomunicación, a pesar que tenía que firmar de recibida correspondencia que no se me entregaba, libros que nunca se me entregaron, visitas a las que nunca les permitieron entrar a verme”. Reconoció tiene prohibido hablar sobre Alfredo Castillo.
Nosotros esperamos que termine de desayunar para que diera una rueda de prensa, le pregunto sobre qué había aprendido en su encarcelamiento: “Aprendí a reflexionar y que hay ollas que no deben destaparse. De qué sirve la libertad si tenemos un mal gobierno…”.
Habló de la necesidad de que la gente se organice y no espere que el Estado resuelva los problemas, pone como un ejemplo el auto gobierno de Cherán. Descartó la posibilidad de incursionar en la política y aseguró que había abandonado la lucha armada.
Su hermana Virginia lo interrumpió y lo abrazó, los dos lloran, es raro ver a alguien que combatió a Los Caballeros Templarios mostrar sus sentimientos de aquella forma tan humana.
“¡Lo hicimos!” dijo ella y él le contestó, con dos lágrimas en su mejilla, “lo hiciste tú, soy libre”.
Su abogado Ignacio Mendoza me explicó que, entre otras restricciones que tiene, la más importante es la de no poder salir de Michoacán hasta que concluya su proceso y cada mes tendrá que ir a firmar a prisión.
A punto de abandonar el hotel, se encontró con la prensa local, ahí anunció que escribió un libro en prisión, el cual inicia explicando las razones que lo llevaron a alzarse en armas y que concluye cuando la avioneta donde viajaba se desplomó.
Le preguntó un reportero si él se sentía seguro, y él, enfático, dijo que en Nayarit no se sentía seguro, pero que en Michoacán sí lo iba a estar.
Se trasladó a Morelia, donde se hizo un chequeo médico y se dio tiempo de arreglar asuntos personales. Al parecer, este lunes podría ofrecer una conferencia de prensa, aunque falta que se confirme, lo que parece un hecho es que en la semana volverá a su tierra natal, donde todo inició, en Tepalcatepec.
Nada dobló su voluntad de defender al pueblo. Ni tres años de aislamiento pudieron cercenar su esperanza de un mañana mejor para México y sobre todo para Michoacán. Él, como lo dijo, ya hizo su parte, ahora le toca a la sociedad y a las instituciones contribuir para recuperar la paz social.