Pátzcuaro/Julieta Coria
Como un día feriado, literalmente, así se respira la calma en Pátzcuaro, la entrega de la medalla Gertrudis Bocanegra a Carmen Aristegui, en la plaza Vasco de Quiroga, ha inutilizado las calles principales, al paso de los carros. No Estacionarse. No hay ni un solo lugar, pero sí cientos de sillas para presenciar el esperado evento.
Algunos periodistas deambulan ya en el lugar, otros aprovechan para tomar café, sentarse en las mesas sobre los portales, viendo pasar lo que ocurre en un día de visita de la periodista más reconocida en el país. Reporteros, camarógrafos con sus poderosos lentes, una señora se pregunta en voz alta: ¿Pu’s qué va a haber?.
El clima se acomoda. Está fresco, el reflejo de la luz del sol es maravilloso, la luz de la plaza es perfecta, las palomas revolotean por todo el lugar con un vuelo bajo y sin miedo. Guarda la lluvia, y el viento corre suavemente y coloca un cielo azul y un sol suave que mete sus rayos entre los fresnos de la Plaza Mayor. Todo parece listo. Un montón de sillas han sido acomodadas frente a la gigantesca estatua de Vasco de Quiroga, que se despliega para recordarnos que todo lo que se mira alrededor fue su culpa. Él quiso la Utopía aquí en Pátzcuaro.
Un encuentro con la periodista se ha preparado, allá en lo alto de un hotel, con una maravillosa vista, algunos periodistas no están contentos por la espera, a otros se les nota la emoción y pocos disimulan su alegría.
Ha llegado Carmen Aristegui, un grupo de no más de 50 periodistas la esperan, los camarógrafos, preparan su cámara y disparan con su lente a la periodista, que luce carismática, sencilla, saluda a todos, mira de frente a cada uno y sonríe, se siente tranquilidad al estrechar su mano y un carisma al mirarse en el reflejo de sus ojos.
Toma su lugar y empieza responder, solo tres preguntas, no hay más tiempo, pero en sus respuestas, Carmen Aristegui, da una explicación precisa sobre el periodismo en México, y por supuesto tenía que hablar sobre Michoacán, en donde destaca que es maravilloso, pero sigue sin resolverse el crimen, “es una triste entidad “.
Sus palabras son duras y precisas, todos atentos a cada palabra, no todos los días la periodista más reconocida visita el pueblo mágico de Michoacán.
Al terminar, camina a la plaza Don Vasco, donde ya está todo preparado y un séquito de seguidores la buscan para tomarse la foto del recuerdo. El templete está listo. El vuelo rasante de las palomas con maniobras suicidas alrededor de la plaza anuncia la bienvenida. A toda velocidad cruzan por entre la multitud.
A lo lejos se ve el nacimiento de una muchedumbre instantánea, afuera de las oficinas municipales. La bola de gente crece y tapa la calle. Los policías cierran la circulación. Es el efecto Aristegui. Nadie en México puede negarle ese carisma casi maternal en nuestra cultura. Una banda de música tradicional aparece por otra calle.
Ha llegado Carmen a su lugar donde hoy recibe una de las preseas más importantes del estado. En medio, el torbellino, la figura de Carmen, con su pelo café con toques blancos, su sonrisa emana carisma, su mirada tiene un toque de rebeldía, en sus manos guarda la historia, en su voz la justicia infinita, esa voz, la voz de la verdad, marcando otra forma de hacer periodismo.
El torbellino llega hasta el estrado y se diluye. De él salen los políticos y toman sus lugares hasta el frente. En las mesas de honor hay sillas de madera al estilo de la región que son ocupadas por las autoridades de los tres poderes y las del municipio de Pátzcuaro.
Detrás de ellos, dos enormes mamparas en blanco y rosa dicen: Entrega de la Presea Gertrudis Bocanegra a María del Carmen Aristegui Flores. El escenario ya tiene a sus actores y las sillas se han ocupado.
Cuando la dejan respirar, la festejada se sienta y se vuelve a levantar de inmediato porque el maestro de ceremonias anuncia los honores a la bandera. La banda se arranca con el himno, luego con la marcha que acompaña la entrada de la escolta. Minutos después, al fin todos pueden bajar las manos de sus pechos henchidos y volver a sentarse. La misa nacionalista ha terminado y el acto está por iniciar.
De pronto, justo cuando la politóloga Denisse Dresser, ‘luchadora de la verdad’ hablaba, una inesperada lluvia acaeció justo al mencionar la trayectoria de Carmen, con un vaivén que hacía que las palabras fluyeran con melodía única, “con un paraguas metafórico y colectivo; lo hacemos en memoria de Gertrudis Bocanegra, los espacios que defiende Carmen son los nuestros”.
Incesante la lluvia, con una velocidad incontable, que cubre por completo los rostros, las cabezas de los seguidores que, fieles a la presencia de Aristegui, permanecieron impávidos, mirando el cielo, intentado refugiarse de las gotas que sin piedad golpeaban cada mejilla, de quienes decidieron continuar escuchando a Denisse quien, desde la tribuna, se refugiaba con un paraguas “uno nunca sabe qué le va a tocar en este país”
A Carmen la protegen con un paraguas negro dos señoras a su lado, no deja de sonreír, no deja de estar atenta a las palabras de su amiga, que ni la lluvia detuvo; “guardar silencio no es una opción”.
El maestro de ceremonias anuncia el momento estelar de la tarde-noche: la entrega de la presea Gertrudis Bocanegra. Carmen se levanta, la distinguen esas flores bordadas sobre su blusa negra, sube los escalones al ritmo de una ovación que, no sé cómo explicarlo, pero suena sincera.
El presidente municipal pone una medalla en su cuello y le entrega una hoja enorme que Carmen despliega frente a decenas de flashazos. El público estalla. No hay rastro de esa extraña lluvia, que solo ha dejado a lo lejos un arcoíris junto a unos tímidos rayos del sol.
Un anciano con sombrero michoacano y camisa blanca detrás de una cinta de seguridad aplaude y sonríe, otro más grita la grandeza de la periodista. De nuevo, el efecto Aristegui, su rayo de empatía. Tiene un carisma natural que, mezclado con una vida sensible y comprometida con las víctimas de siempre, hace que la gente se levante de sus asientos para celebrarla. Por un instante imperceptible, la plaza se detiene para un retrato intemporal.
Sin discurso preparado, ni agradecimientos a funcionarios, más que la verdad en la mano, dijo en un país como México,
“que tiene una lista demasiado larga de periodistas asesinados, demasiado impune de periodistas desaparecidos, acosados”, el periodismo es fundamental en el país y el hecho de que la medalla sea entregada a un periodista significa que se trata de una labor importante.
Mira de frente al público, sus manos no reflejan más que seguridad, alza la mirada y habla sobre los 125 periodistas muertos en los últimos 17 años.
“No se trata de muertos de una categoría o de otra, son el gran tema de México; los periodistas estamos ahí para contarlo e investigarlo y decirlo, para documentarlo, tenemos que vivir para informar y para que la sociedad lo sepa, por eso cuando se mata a un periodista en este país de muertos se muere la sociedad entera, se muere la necesidad de estar enterados.”
Hace doscientos años, en este mismo lugar asesinaron a una mujer por defender causas justas. Hoy, por lo mismo, a otra mujer se le da una medalla. Ha costado mucha sangre, pero es otro país, con todo y sus pendientes y vergüenzas, pero es otro país.
“Esta medalla evoca y rinde memoria a una mujer excepcional: es esta mujer que nació aquí, de raíz purépecha, nació en un tiempo como el de la Independencia, construyó familia, tuvo hijos, marido y tuvo una participación fundamental como una mujer decidida a dar la batalla en contra de la opresión, por un México independiente.
Aplausos. La gente se levanta de sus lugares a ovacionarla. Las palomas levantan el vuelo, y termina el cuadro.
Carmen avanza hacia el templete. Causa revuelo, la multitud la sigue, la multitud la quiere cerca, imposible su caminar, no hay espacio para nada, ella sonríe, tranquila, sin preocupación.
Comienza a llover un poco.
La concurrencia se dispersa y no se presta mucha atención a lo que dice la representante del gobernador, Silvia Figueroa, quien fue duramente abucheada por los asistentes, ante ello, se percibe su nerviosismo y termina siendo breve en su discurso.
Para terminar, suenan las pirekuas en las bocinas y el torbellino vuelve a levantarse, vuelve el efecto Aristegui. La gente se toma fotos a su lado, le pide autógrafos.
Después de casi media hora, Carmen logra llegar a un vehículo estacionado cerca de un árbol muerto. Se sube, se va, y se lleva el torbellino.
Desaparece el efecto Aristegui, pero el eco no, se ha quedado marcada la incesante voz por la justicia, por defender la libertad de expresión…