“Aunque me lo hayan matado”

Imagen: Alan Ortega
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Morelia/Alan Ortega              

Humberta Nava Martínez, recibió una llamada a las 11.44 pm; era su hijo. No lo sabía en ese momento, pero iba a ser la última vez que hablara con él. Julio murió tiempo después a causa de las balas disparadas por fuerzas policiales municipales.

Ese hecho fue el pasado 26 de septiembre cuando alrededor de 200 normalistas de la escuela “Raúl Isidro Burgos” tomaron dos autobuses en Ayotzinapa y dos más en Iguala, para viajar a sus prácticas en la Costa Chica de Guerrero y enviar una comitiva a la marcha del 2 de octubre, a realizarse en la Ciudad de México.

Ese día, Julio Cesar Nava Ramírez, junto a otras cinco personas, sería asesinado, en el operativo policiaco ordenado en forma directa por el alcalde de Iguala, hoy preso, José Luis Abarca, bajo el argumento de que los jóvenes arruinarían el informe del DIF municipal, encabezado por su esposa, María de los Ángeles Pineda Villa.

Julio era un buen muchacho que gustaba de los deportes y su  único vicio era el futbol, no era exigente con sus padres y comprendía que su familia de recursos muy humildes apenas y alcanzaban a alimentar a todos; “le dábamos para  comprar una que otra ropita o zapato cada 3 o 4 años”, relata su madre.

“Mi hijo llevaba la escuela tortillas con sal o lo que podía pero siempre lo compartía, él se llegaba a sacar el taco de la boca para compartirlo con sus compañeros”.

Julio había intentado ingresar en el 2013 a la Normal de Ayotzinapa, pero durante las pruebas se enfermó y tuvo que regresar a casa; sin embargo, un año después sería aceptado y empezó la tristeza de Humberta, primero porque no lo vería tan seguido, un sentimiento que se agudizó con su muerte.

Ahora, ya no le vera nunca más; los sueños de ella y de su hijo están enterrados en el panteón municipal de Tixtla. Aun así, Julio cumplió el principio de sus sueños: ingresar a la Normal.

Y, ahora, su madre Humberta, quien ha convertido su perdida en fortaleza y participa decididamente, incluso a costa de su vida, en los movimiento sociales necesarios para que se castigue a los culpables de la muerte de su hijo, para que se esclarezca la desaparición de 43 normalistas y para cambiar al país.

 “Mi hijo está vivo aunque me lo hayan matado, lo enterré, voy seguir adelante con sus compañeros, con mis compañeros”, dice.

Agrega que seguirá apoyando hasta lo último “que nos quede de vida, tú sabes que esto es un gran dolor que no se puede soportar, pero tampoco nos puede tumbar, este dolor mismo lo vamos a trabajar para ser fuertes, para hacernos fuertes y seguir adelante”, finalizó entre lágrimas.