Presas, casi como si nada…

Imagen: Enrique Castro
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Julieta Coria/Morelia

La entrada al Cereso de “Mil Cumbres” en Morelia, sucedió con una extremada seguridad, la visita sería al área femenil del penal, que limita el municipio de Morelia y Charo.

El frío matutino ha desaparecido bajo el nerviosismo de una minuciosa revisión a cargo de las mujeres que custodian hacen a cada uno de los de Prensa. Todos sin excepción pasaron por las manos pesadas de aquellas  policías con rostros inexpresivos.

El camino es largo, todos los objetos personales se quedaron bajo resguardo, por aquello de la seguridad. La mejor herramienta de trabajo será solo la buena memoria y el lente de las cámaras que lograron a travesar la enorme reja y las paredes que resguardan a las reclusas.

El pequeño grupo avanza, a los lados y a los lejos, observados en todo momento por los uniformados de azul, que con arma en mano, observan,  como viejas aves de rapiña, cada movimiento de los de Prensa.

La entrada, como una enorme jaula, a lo lejos, tendederos de ropa en blanco y beige, nada más, luego una cocina y los dormitorios más al fondo, como inhabitables, como desolados, sin color, sin vida.

El DIF municipal, entrega cobijas, juguetes y roscas a las reclusas, para que no se sientan olvidadas, a ellas las mujeres de blanco y beige que han cometido un delito y hoy cumplen una condena.

El salón es pequeño, son 72 mujeres y nueve niños los que habitan en el penal, hoy se les ve contentas y más aquéllas que nunca reciben visita y han pasado al olvido, incluso por su propia familia.

Hoy tendrán un tiempo de esparcimiento, de convivir un rato entre ellas, contarse sus cosas, platicar, comer y pasar un buen rato, o por lo menos, eso es lo que parece.

Todas lucen impecables, algunas con discretos maquillajes, otras exageraron en hacerlo, pero sus rostros muy similares muestran un poco de felicidad momentánea o única, tal vez.

La mayoría de ellas viene de familias disfuncionales, otras marginadas social y económicamente, la mayoría reconstruye sus vidas, tras la rejas.

Ahí, en medio de un enorme personal de seguridad, fueron entregadas cobijas para soportar el crudo frío que se siente, luego los juguetes que uno a uno fueron entregados a los pequeños que de brazos de su madres difícilmente sonreían, hasta que en manos tuvieron un modesto juguete.

Las reclusas o compañeras de dormitorio, como ellas se llaman, sobrellevan la vida e incluso la disfrutan, las risas inhiben la tristeza y el dolor se guarda para el momento íntimo de reflexión, la mayoría se ha reencontrado y perdonado, ahora sólo resta esperar, dicen.

Más de 70 mujeres que diariamente hacen a un lado sus tragedias personales y se entregan no con pasión, sino con esperanza, han aprendido o lo están haciendo, a vivir lejos de los que quieren.

No les queda más que ser parte de una nueva historia que empiezan a contar, todas son madres, esposas, hermanas o hijas, pero adentro, en el penal se han convertido en sobrevivientes de su propios errores, de sus propios pecados, pero que se aferran a la vida, por aquellos que aman y hoy nos les queda más que enfrentarlo, desde otra trinchera…