Morelia/Daniel Valladares Altamirano
En Morelia, una mañana templada clarece. Entre cobijas, basura y devoción, la Calzada de San Diego comienza a rebosar de peregrinos; hoy, doce de diciembre, el día más importante para los fieles… celebran el baluarte de su fe.
Niñas engalanadas con indumentaria indígena, niños vestidos de manta, paliacate y bigote pintado; mujeres con largas trenza, listones; huaraches y estandartes desfilan por la senda, todos con destino al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
Con rodillas lastimadas, pies descalzos y manos ampolladas, las promesas son consumadas y se brinda agradecimiento; hincados y reverentes, aquellos hombres y mujeres —de todas las edades — participan del ritual tradicional del cumplimiento de “mandas”
Puestos de comida y chucherías, acompañan a los devotos, ofreciéndoles todo lo que necesitan en su recorrido: flores, rosarios, velas, imágenes; todo se encuentra ahí.
A los costados, las bancas de cantera sirven de reposo a los cansados, otros, sólo observan el pasar de la gente, platican con amigos o mantienen una “cita romántica” con su pareja, sin mostrar el menor interés en la religiosidad.
Aproximándose al templo, los rezos y cantos empiezan a escucharse con mayor fuerza. Y es que, a pesar de la cantidad de gente, pocos son los que parecen convencidos de su creencia, la mayoría, sólo proyecta participar de una costumbre… y nada más.
Ya de frente al templo, una lona encuadra el portal y da la bienvenida a todos los peregrinos. Locales de comida —de todo tipo— brindan sus servicios, y totalmente ocupados, siguen invitando a voces a los que arriban a la iglesia.
Las campanas comienzan a sonar y los feligreses se apresuran para entrar a la misa que está por comenzar. Abarrotado, el santo edificio, congrega a todos los cargados de corazón. Lágrimas y cantos son el fragor que recorre los pasillos cubiertos en oro.
Al portal, los desamparados —tirados en el suelo— piden el favor de los piadosos. Justo por un costado, las madres orgullosas, levantan al cielo sus bebés, como si la bendición divina estuviera allí… cerca de ellos.
Latas de cerveza y cigarros en el suelo, contrastan con la espiritualidad que se respira. Ya se escuchan a los que dicen “Ayer me puse bien mal, a ver con qué me la curo”, mientras buscan comida picante… y otra cerveza.
Una fiesta, que reúne a todos los estratos, de todo el estado, en un mismo sentir: la esperanza, aquella que muchos habían perdido, y que no recuperarán (tal vez) hasta el próximo año.