Morelia, Michoacán | Asaid Castro | ACG.- En un rincón discreto de la ciudad, una casa con años de historias en sus paredes se ha convertido en un refugio de esperanza para personas que viven con VIH. Dirigida por Juan Bosco Valle, esta iniciativa no solo ofrece techo y alimento, sino algo mucho más valioso: dignidad, acompañamiento y la certeza de que nadie está solo.
Más que un albergue
Desde su fundación en el año 2000, Convihve A.C, ha sido un faro de luz en medio de la incertidumbre. “Aquí no solo les damos un lugar donde dormir; les recordamos que la vida sigue, que pueden soñar, construir familias y vivir plenamente”, comparte Bosco Valle, presidente de la asociación.
El albergue, que comenzó en un pequeño espacio rentado en el Centro Histórico, ha crecido para atender las crecientes necesidades de una comunidad que enfrenta discriminación y abandono, incluidos niños y adolescentes. Algunos llegaron hace más de dos décadas acompañando a sus padres; hoy, son adultos que han formado sus propias familias, gracias al acceso a tratamientos efectivos que inhiben la transmisión.
Sin embargo, el estigma persiste, y prevenir la transmisión perinatal sigue siendo un desafío. Actualmente, 18 niños en el albergue adquirieron VIH durante el embarazo, parto o lactancia, un reflejo de la necesidad de fortalecer el acceso a diagnósticos oportunos y atención integral.
Solidaridad en acción
El Día de Reyes se vive con entusiasmo en Convihve. Cada año, la asociación organiza una colecta de juguetes para los niños del albergue, garantizando una sonrisa. Este año, la campaña concluyó el 4 de enero, mostrando una vez más el compromiso de la comunidad.
Pero la labor de Convihve no se limita a sus paredes. A través de jornadas de detección de VIH y sífilis en municipios del estado, lleva el mensaje de prevención y apoyo a quienes más lo necesitan. En su sede, ubicada en la calle Manuela Medina 567, colonia Las Jacarandas, se ofrecen pruebas gratuitas y confidenciales como parte de su misión.
La historia detrás del refugio
Convihve no siempre tuvo un lugar fijo. En sus primeros años, sus reuniones se realizaban en casas de sus integrantes debido al rechazo social. “Nadie quería rentarnos un espacio cuando sabían para qué era, pero este lugar fue donado por Carmelita Hurtado. Y ahora, Todo lo que tenemos nos lo han regalado”, recuerda Bosco Valle sobre 2003, cuando finalmente pudieron establecerse y ahora en el albergue caben hasta figuras de santos y una biblia.
A lo largo de los años, Convihve ha enfrentado retos significativos: la falta de apoyo gubernamental, la pérdida de su fundador, Alejandro Cedeño, en 2009, y más recientemente, la muerte de Abdon Rueda Urbina, un voluntario clave.
Abdon, quien cuidaba del albergue, lavaba sábanas, limpiaba baños y recibía pacientes, falleció ocultando su identidad trans a su familia. “Aquí se sentía en casa”, rememora Bosco Valle, reconociendo el impacto de su labor.
Una lucha que continúa
A casi 25 años de su fundación, Convihve sigue enfrentando el estigma y la indiferencia, pero también ha sido testigo de avances importantes. Las redes sociales han ayudado a visibilizar su labor y conectar a más personas con tratamientos. Sin embargo, el prejuicio persiste, incluso en el ámbito médico.
“Una vez llegó una mujer indígena con su hija, ambas en busca de diagnóstico. Al preguntar por qué nunca le habían realizado la prueba, el personal de salud le respondió: «¿Para qué hacérsela si no se ve tan puta?»», relata Bosco Valle, reflejando el tipo de discriminación que aún enfrentan.
El VIH ya no es una sentencia de muerte dice Bosco, pues hace dos décadas, los tratamientos consistían en múltiples pastillas al día que, en muchos casos, dañaban severamente los riñones. Hoy, una sola pastilla diaria permite llevar una vida plena y sin riesgo de transmisión.
Fotos Asaid Castro/ACG