URBANÓPOLIS | HAMBRE DE TIEMPO |Salvador García Espinosa

Lo que es innegable es que el avance en las tecnologías ha provocado una drástica transformación de la dimensión espaciotemporal, antes de realizar una transacción bancaria se “medía” en la distancia al banco, qué tan cerca estábamos de un banco y los horarios de servicio. Ahora son instantáneas porque no implican desplazamientos, algo similar pasa con la posibilidad de comprar, pagar servicios sin necesidad de “perder tiempo” en traslados.

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La mayoría de nosotros, cuando pensamos en la ciudad, la primera idea que nos viene a la mente es la de un espacio, un sitio o un lugar que se caracteriza por un modo de vida muy particular u específico. Si observamos detenidamente nuestra vida cotidiana, podemos observar que la ciudad nos impone un modo de vida, cuya característica principal parece ser el tiempo, expresado en la rapidez con la que vivimos.

Históricamente, la gente emigró a las ciudades en busca de mejores condiciones de vida, no sólo empleo, sino acceso a educación, mejores servicios de salud, equipamientos culturales y un sinnúmero de aparentes beneficios que podemos resumir en la búsqueda de una mejor calidad de vida. Los principales adelantos tecnológicos siempre se han presentado en las ciudades, desde la energía eléctrica, el teléfono, vehículos de transporte, etc. La paradoja del caso es que, durante generaciones hemos pensado que los avances tecnológicos contribuirían a que realizáramos nuestra tareas y actividades con menor esfuerzo y en el menor tiempo posible; todo con el objetivo de disponer de más tiempo “libre”.

Basta pensar en el tiempo que antes llevaba elaborar un documento en máquina de escribir mecánica, tarea que se eficientó con la invención de la maquina eléctrica, y lo extraordinariamente rápido que ahora resulta hacerlo en computadora. Algo similar pasa con los automóviles que ahora alcanzan mayores velocidades, igual que aviones y trenes; pero hay más congestionamientos que obligan a tiempos más largos de traslado.

Sin embargo, pese a todos estos adelantos, hoy estamos más ocupados que antes y disponemos de menos tiempo libre. El filósofo alemán Hartmut Rosa señala que somos una sociedad con hambre de tiempo, nos caracteriza como sociedad el deseo de “extender” el tiempo, para lograr hacer cada vez más cosas en menos tiempo, vivir más experiencia, conocer más lugares, lograr más bienes, vivimos con una prisa inusitada donde la “comida rápida” busca dejar más tiempo para otras cosas, una bebida energizante nos permite ahorrar el tiempo de descanso o destinar menos horas a dormir.

Lo que es innegable es que el avance en las tecnologías ha provocado una drástica transformación de la dimensión espaciotemporal, antes de realizar una transacción bancaria se “medía” en la distancia al banco, qué tan cerca estábamos de un banco y los horarios de servicio. Ahora son instantáneas porque no implican desplazamientos, algo similar pasa con la posibilidad de comprar, pagar servicios sin necesidad de “perder tiempo” en traslados.

Hace pocos días, conversando con un tío, me expresaba que su clave para distinguir a las nuevas generaciones era por el uso de calzado tenis, aún con traje o ropa formal, a diferencia de las generaciones anteriores para quienes los tenis no eran bien vistos, por informales, y que su uso se restringía al momento de hacer ejercicio. Así como este caso, seguramente a más de uno, sorprende que los tatuajes se hayan puesto de moda, después de que se asumió durante generaciones que éstos caracterizaban a los marineros y expresidiarios.

Estos son tan sólo dos ejemplos del cambio social, pero que ahora se presenta cada vez a una mayor velocidad. Hoy es muy notoria, tanto para niños jóvenes, y más en adultos, la diferencia que existe entre las actitudes, valores y modas, ya no sólo entre generaciones, sino que una misma generación experimenta diferentes modas o cambios en sus valores y lenguaje. Más aún, anteriormente la estructura familiar constituía un elemento de larga duración que traspasaban de una a otra generación; la idea del matrimonio y los hijos fue algo que permaneció durante varias generaciones. Hoy en día, la velocidad con la que se vive hace que estos cambios se presenten tan rápido, que una misma persona, a lo largo de su vida experimente diferentes situaciones familiares por diferentes que estas puedan ser.

El caso del empleo tal vez sea más evidente que el familiar, todos podemos recordar negocios como almacenes, tiendas, despachos, bufetes, etc., que pertenecieron a familias durante varias generaciones o que varios integrantes de una misma familia estudiaban la misma profesión. El empleo estaba estrechamente ligado a una larga temporalidad, la idea de un empleo permanecía por toda una vida e incluso varias generaciones. Hoy, por el contrario, una persona cambia de trabajo y actividad varias veces durante su vida.

El ritmo de vida al que nos sometemos en la ciudad es un ir y venir, una prisa constante, un estrés permanente, que hace que prevalezca la idea del tiempo como un recurso escaso. Prevalece un deseo generalizado de querer hacer cada vez más cosas en el mismo tiempo, ver televisión y atender mensajes; estar trabajando y navegando en internet, compartiendo fotos con amigos distantes, mientras se está vacacionando o presenciando un espectáculo. Todo esto nos confiere una percepción generalizada de que el tiempo pasa más rápido que antes. Cuántas veces pensamos que el día no dura nada, que no alcanzamos a realizar todas las actividades planeadas o a atender los pendientes programados, sin importar que no hayamos descansado o dejado de realizar actividades, el tiempo resulta insuficiente.

Nuestra vida cotidiana está fuertemente condicionada por el tiempo, ¿Cuántas horas trabajamos?, ¿Cuánto tiempo tardamos en trasladarnos de un lugar a otro?, ¿Cuánto tiempo disponemos para comer, estudiar o descansar? Vivimos tan rápido y tan aprisa que, cuando sólo podemos realizar una actividad, nos da la impresión de que el tiempo transcurre más despacio; es el caso de esperar en un hospital, permanecer en un bosque o en el campo.

Resulta necesario que la ciudad incorpore “oasis de desaceleración” para sus habitantes, espacios y momentos para marcar un “alto” y olvidar los pendientes y las prisas. Un parque donde poder permanecer simplemente observando la gente pasar, bancas es espacios públicos para que la gente pueda detenerse antes de sucumbir ante el ritmo que los demás transeúntes obligan a caminar; un espectáculo visual o musical, que por un instante nos haga olvidar la prisa y nos obligue a detenernos. Hoy, todos los que conformamos la sociedad, tenemos hambre de tiempo, pero para disfrutar la vida; requerimos una ciudad más lenta, más amigable y por supuesto más saludable.