El grito de los Morelianos

Imagen: Héctor Tapia
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Morelia/Héctor Tapia

 

Sí hay ambiente festivo. Decía Octavio Paz que “el solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse”, y los morelianos no son la excepción. Caminan tranquilamente en dirección de la madero, sonrientes y perfumados; algunos con sus sombreros charros, unas con vestidos de manta o trajes típicos, la mayoría casuales. No hay gestos de miedo en sus miradas.

Aparece la primera valla y sus policías. Revisan, observan, filtran. “Por aquí por favor”, indican. Se pasa el primer punto de revisión que está a la altura de la biblioteca pública. Vendedores de banderas con sus carritos se acercan. Viene el segundo filtro. Ese está a la altura del Hotel Virrey de Mendoza.

Ya en los portales los comensales escuchan la música en vivo que se preparó para la ocasión. Otro tanto de gente escucha y corea las canciones que fueron cantadas por el grupo invitado.

De fondo está la catedral, coloreada con luces como si fuera la bandera. Dispersos en varios puntos de la madero algunas torres desde donde la policía vigila y observa. En las calles aledañas están militares y sus camiones, hay ambulancias. Nadie quiere que suceda lo del 2008, cuando con un atentado perpetrado con granadas arrebató la vida a 8 personas y dejó 131 heridos. Más vale prevenir y vigilar.

Si bien por la mañana se recordó a esos morelianos que perdieron la vida, ya por la noche los morelianos se acercaron tranquilamente al primer cuadro de la ciudad, dispuestos a disfrutar de la fiesta patria.

Sigue la música de fondo, suena un “sufro la inmensa pena de tu extravío”, lágrimas negras ameniza la noche, apenas es joven, crece. Faltan varias horas para el grito.

Frente a la catedral se ve pasar a que pone bigotes y barbas para la ocasión; también está el algodonero que entre las bolsas del típico dulce guardan cuernos de chivo de juguete.

A partir de las 21:00 horas comienzan a tocar las bandas de guerra, primero las universitarias, donde se pudo contar con la de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y la del Tecnológico de Morelia, al final de la ronda la del Segundo Batallón de Infantería de Ejercito Mexicano.

El inconfundible redoblar de los tambores comienza a preparar el ánimo y a hacer eco en las paredes de cantera del centro histórico. Palacio de Gobierno se viste para la ocasión, de hecho los edificios del primer cuadro también; en sus balcones cuelgan banderas, o adornos alusivos. Poco a poco llega más gente, caminan de un lado a otro, buscan acomodo. Unos se instalan en la plancha de la plaza Melchor Ocampo.

Concluyen las bandas de guerra, de un momento a otro sale el gobernador del estado, Salvador Jara Guerrero, a dar el tradicional grito de independencia. Es su primer grito en el cargo. ¿Él se habrá imaginado, quizá, en alguna ocasión, encabezar este acto en el estado?. Tarda en salir, pero sale.

 

“¡Vivan los héroes que nos dieron patria!”

“¡Viva!”

“¡Viva la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo!”

“¡Viva!”

 

Agita la bandera que el ejército puso previamente en sus manos, la ondea desde el balcón de Palacio de Gobierno. La gente grita, acompaña el júbilo con cornetas y matracas. Entre la multitud, soldados y policías vigilan que nada esté fuera de lo común de lo que tiene que ser el festejo.

Hay más gente que en años anteriores, dice la gente. Los 7 años previos no habían sido tan festivos, los primeros por miedo y desconfianza, luego de los granadazos, otros por lluvias que habían afectado el festejo. El de ésta ocasión fue tranquilo. Más vigilado, pero tranquilo. Nada mejor para cerrar la noche patria en Morelia que ver cómo la catedral se colorea con los fuegos pirotécnicos preparados para la ocasión, y ver los rostros sonrientes iluminados por ellos.