El derecho a la ciudad | Análisis
Con seguridad para muchos de los amables lectores de esta columna, algunas de las palabras utilizadas en el título puedan resultar desconocidas. Aunque para otras personas, me atrevería a pensar que jóvenes y adolescentes, resulten de lo más común. Precisamente en este sencillo detalle podemos identificar un aspecto inherente a un cambio generacional y que es el interés en esta ocasión.
La sociedad, de la cual cada uno de nosotros forma parte, resulta ser sumamente dinámica, no sólo por lo diferente que resultan las personas entre sí, sino cómo cambiamos con el pasar de los años. Basta pensar cómo éramos de pequeños, qué aspectos cambiaron de nuestra personalidad durante la adolescencia y cómo nuestra profesión o trabajo nos han formado de adultos, la familia y responsabilidades, y un muy largo etcétera, de la infinidad de circunstancias, cambios y transformaciones. De igual forma acontece con la sociedad, ésta cambiará en función de la cantidad de integrantes que la conforman, la edad del grupo mayoritario, sus prácticas sociales más comunes, etc.
Pensemos en el número de hijos por familia. En México para 1940, el promedio de hijos por familia era de siete, aunque resultaba común que los matrimonios tuvieran diez o doce hijos, y por los deficientes sistemas de salud, existía mucha mortalidad infantil, tal vez tres o cuatro nacimientos por familia. Para 1970 el promedio de hijos por familia disminuyó a cuatro, para 1990 a tres, y en la actualidad apenas y llega a dos.
Otros aspectos que fueron decisivos para la reducción en el tamaño de familia fueron, sin duda, las intensas campañas de planificación familiar bajo aquel eslogan: “la familia pequeña vive mejor” y “pocos hijos para darles más”. Además, a partir de 1970 la mayoría de los mexicanos vivían en una ciudad, y esa condición urbana fue un cambio significativo. En el contexto rural, un hijo equivale a “mano de obra gratis”, entre más hijos, mayor fuerza de trabajo para producir y prosperar económicamente. Por el contrario, en el ámbito urbano, un hijo representa “gasto permanente”, doctores, colegiaturas, ropa, etc.
Veamos ahora que, junto con la reducción en el tamaño de la familia, presentamos como sociedad una tendencia al envejecimiento, gracias al incremento en el promedio de vida. En 1960 la esperanza de vida en México era de tan sólo 55 años, el incremento ha sido casi de un año de vida por año. Para 1970 la esperanza de vida era de 59 años, para 1990, de 67 años, y para el 2020 fue de 77 años para la mujer y 72 para el hombre. Esto ha traído consigo nuevas demandas en los sistemas de salud, de pensiones y jubilaciones, pero, además, una permanencia laboral de las personas que no se contempló y que ahora imposibilita la generación de empleos en las cantidades necesarias para nuevas generaciones.
Los aspectos anteriores y otros más han propiciado cambios sociales significativos, que pudieran pasar inadvertidos para algunas personas, pero que poco a poco van conformando aspectos cotidianos de la nueva sociedad. Veamos algunos de ellos:
Debemos comenzar por comprender que para las nuevas generaciones el uso de anglicismos es muy común, como efecto de la globalización en la que han crecido. Así, la palabra “roomie” es usada para referirse a un roommate o compañero de habitación. Es decir, una persona con la que se comparte el espacio íntimo donde se vive, el cuarto o de un departamento, pero que no mantiene lazos de parentesco ni afectivos. Es una persona con la que se comparten gastos, responsabilidades y de una u otra forma garantiza el que nunca se sientan solos.
Es importante señalar que, ante la carencia de empleos bien remunerados, empleos fijos que permitan estructurar un proyecto de vida y los altos costos de los bienes inmuebles, las nuevas generaciones han logrado desplegar una habilidad de lograr la independencia de la casa paterna al momento de buscar una consolidación laborar o personal. En este contexto, cada vez es más común el asociarse con un “roomie”.
Un esquema muy similar que resulta novedoso para las nuevas generaciones es el llamado co-living, que consiste en que las personas tienen una habitación privada, mientras que el resto de las estancias se comparten, como se haría en una residencia de estudiantes u hotel. Más aún, de forma similar a los esquemas que en México se conocen como vecindades, donde lo privado es la habitación y todo lo demás (patio, lavaderos, comedor, cocina, etc.) se comparten; solo que ahora, se busca que las personas que conviven sean afines en trabajos y rutinas similares y estilos de vida, de ahí que algunos co-living tengan como zonas comunes un pequeño gimnasio, una zona de trabajo o salas recreativas.
Lo relevante de los dos casos anteriores es que se trata de un nuevo paradigma para habitar la ciudad, los jóvenes fomentan la creación de redes de seguridad entre inquilinos, buscan hacer viable una vida basada en las experiencias, pero sin la condicionante de adquirir propiedades ante lo precario e incierto del empleo. Logran vivir en espacios más amplios, céntricos y seguros que si vivieran solos en una reducida vivienda de interés social. El co-living ya se fusiona con el co-working, con base en los espacios de trabajo conjuntos para aquellas personas que teletrabajan suponen un desahogo y una oportunidad de relacionarse y conectarse con otros profesionistas.
A manera de ilustrar lo significativo de la transformación social que se vive hoy, conviene señalar que el esquema de familia “tradicional” de papá, mamá e hijos, representa solo el 25.8% del total de familias en México, mientras que las familias de co-residentes, es decir, personas que se juntan para solventar gastos y acompañarse, sin que implique una relación sentimental, representan el 4.2%, y las familias de una sola persona, el 11.1%, el resto de las familias se distribuye en ocho distintas categorías, en donde se ubican las parejas del mismo sexo, las familias de tres generaciones, aquellos conocidos como “nido vacío” o los hogares donde aún viven los hijos pese a ser adultos. En esencia, lo que se observa es la proliferación de esquemas colaborativos ante la incertidumbre económica, laboral y de inseguridad que caracteriza el momento actual.